Clara Obligado. "El idioma no es una frontera, es un territorio donde nadie es dueño de nada"
La escritora argentina radicada desde hace décadas en España -que vino a presentar su nueva novela, La muerte juega a los dados- habla de su "literatura descentrada, como el mundo que nos toca vivir"
Hay que creer en los aniversarios. Suelen gozar de cierta magia y no se llevan bien con el azar. En las vacaciones de verano europeas de 1996, Clara Obligado vino a Buenos Aires a presentar La hija de Marx, su entonces reciente novela que, al conquistar el Premio Femenino Lumen, le concedía una identidad relevante en las letras hispánicas. También en vacaciones (para este hemisferio, las de invierno), veinte años después Obligado reaparece en el Río de la Plata con un nuevo volumen de su ya copiosa producción, La muerte juega a los dados (Páginas de Espuma), título que anticipa al menos dos claves: la índole policial de su asunto y la amenaza de un revés del azar por el juego. El libro se presentará el 18 de agosto en la librería Eterna Cadencia.
Otro aniversario, bien distinto, indica que han transcurrido cuarenta años desde que esta escritora logró cruzar de incógnito el río y, ya en la costa uruguaya, sentirse a salvo de las persecuciones de la dictadura. Instalada en Madrid, tiempo después adoptó la ciudadanía española. Dos hijas nacidas allí (Camila y Julieta) la afincaron más en la península; así, el ejercicio de la lengua escrita en función de una obra narrativa de espesor excepcional le plantea una incomodidad inevitable: ¿es una escritora argentina o española?
La (supuesta) hispanidad incorporada por Obligado a su dicción literaria le ha valido resistencias a que su obra se edite o se distribuya en el mercado argentino, en el que los hablantes y lectores han de ser, tal vez, los menos "hispánicos" de todo el continente. Mientras, su prestigio en España crece como referente insoslayable, y maestra en la formación y fomento de escritores.
Además de sus novelas (incluida Si un hombre vivo te hace llorar -Planeta, 1998- con el lúcido registro de extracomunitarios incorporados al orden social europeo) y de sus compilaciones de cuentos y relatos, un capítulo singular en la vida literaria de Obligado es su condición de pionera de la microficción, como oficio, como fugaz despliegue de virtuosismo reducido a su mínima expresión: allí la peripecia se resuelve en la desnuda, exacta dimensión del párrafo.
Llegó a España al año siguiente de la muerte de Francisco Franco, que había ocurrido en 1975. ¿Se advertían, para entonces, síntomas de apertura?
Yo era entonces muy joven y pensaba que un año era muchísimo, que ya todo tenía que ser distinto en España, pero lo cierto es que todavía hoy hay trazas del franquismo. La verdad es que me encontré con una sociedad triste, muy cerrada y que, con un ritmo vertiginoso, se iría abriendo. Cuatro años después de mi llegada estábamos en plena "movida". Me pasaban cosas increíbles. Por ejemplo, costaba mucho entender que yo podía vivir sola, trabajar y ser independiente. A pesar de que el feminismo ya era muy activo, la situación de la mujer era muy peculiar, y no se aceptaba su independencia. Tuve una hija y me separé muy pronto. Un día, mi vecina me preguntó dónde estaba la niña. "En casa", le contesté. Y ella me dijo: "Ah, pensé que la habías dado". Daba por sentado que, como no había marido a la vista, podía desprenderme de mi hija como si fuera de un gato. Era como dar un salto a un siglo atrás.
En una familia conservadora, es descendiente de un prócer de la literatura gauchesca, el autor del Santos Vega. ¿Cómo ha sobrellevado esa tradición con sus elecciones "insurgentes", tanto en lo político como en lo literario?
Creo que uno es lo que recibe, o bien todo lo contrario, es decir que también puede configurarnos el deseo de desprendernos de ciertas tradiciones. Por un lado recibí de mi familia la literatura vivida con naturalidad. Es decir, como algunos son carpinteros o médicos por tradición, yo soy escritora por tradición. Pero ser bisnieta de Rafael Obligado no era fácil: siempre me comparaban con una tradición poética y masculina. Por otro, la gauchesca no era lo mío. Y tampoco estaba de acuerdo con las ideas conservadoras. En esta contradicción personal me fui formando, y terminé siendo una mujer progresista que escribe prosa. Terminé viviendo fuera del territorio familiar. La muerte juega a los dados habla justamente de todo esto. Cómo es ser mujer en una tradición donde ellas estaban siempre en un segundo plano. No es un libro estrictamente autobiográfico, pero sí habla de las mujeres de la clase alta, de sus conflictos y choques con la visión patriarcal.
En Las otras vidas (2006), una compilación de relatos que (todavía) se encuadraban en el género del cuento, había uno titulado "Con las mujeres nunca se sabe", un homenaje a Raymond Carver. ¿Ya no volvería, en cuanto a lógica narrativa, a ese registro cotidiano carveriano?
Es un cuento que escribí por encargo para un volumen que salió en México. Me interesó plantear una historia carveriana con un hombre que ha vivido la guerra de Malvinas y dos mujeres que, en el fondo, y sin saberlo, pelean por él. Me gustaba, también, la idea de poner a los hombres en el terreno de la incertidumbre, porque es un espacio que en general se otorga a las mujeres. Es un cuento que habla de dos tipos de guerras: la real (la de Malvinas) y la sentimental. Una historia donde nada es lo que parece. Como en la vida misma.
Se la suele escuchar hablar acerca de sus "dos castellanos", el rioplatense natal y el madrileño. En su novela Salsa las diferencias se instalan como tema, con tintes antropológicos, a causa de la inmigración latinoamericana en España. ¿Sigue vigente la vivencia cotidiana de esas oposiciones lingüístico-culturales?
Parece un tema secundario, pero no lo es en absoluto. Si yo viviera en un país con otra lengua, como le sucedió a Cortázar, por ejemplo, mantendría mi propio castellano encapsulado. Perdería vivacidad, es cierto, pero no se vería confrontado permanentemente con un castellano diferente que cuestiona mi habla materna. Y, además, el castellano que se habla en España está bendecido por la Real Academia, es "el verdadero". Esto, que no me trae problemas en la lengua oral, ya que hablo como si fuera española pero con un acento absolutamente argentino, sí que me plantea muchos dilemas a la hora de escribir. En primer lugar, problematizo algo que no percibe un autor que escribe en su tierra natal: tengo que elegir constantemente en qué registro voy a contar. Por otro lado, no puedo escribir "en argentino", porque no me sale. No me salió nunca. Empecé a escribir en España, y eso hace que haya elegido el castellano peninsular para narrar. En Salsa hay una gran nostalgia con respecto al tema. Se hace muy evidente el dolor por la pérdida de mi castellano natal. Pero en mi último libro he tomado la decisión de mezclar los castellanos sin hacerme ningún problema. Puedo decir, en un mismo cuento, "pileta" y "piscina" o "canilla" y "grifo". Lo que era para mí algo bastante doloroso, ya que se relacionaba con la pérdida, ha empezado a generar una fuente de riqueza y de mestizaje. En el fondo, creo que he superado el idioma como frontera: para mí, el idioma se ha convertido en un territorio más amplio y fértil, donde nadie es dueño de nada.
La novela fue, durante años, su principal elección genérica. Y también los cuentos. Pero con El libro de los viajes equivocados y con la reciente La muerte juega a los dados parece que ha ingresado en cierto ejercicio deconstructivo del relato clásico. ¿Cómo surge esa búsqueda?
Las fronteras. Siempre me han preocupado las fronteras. Entre los sexos, las edades, las nacionalidades. Me preocupa el desplazamiento de tantos seres humanos, el horror que se está viviendo en el Mediterráneo. Busco, entonces, una literatura descentrada, como el mundo que nos toca vivir. Excéntrica. En mi realidad de extranjera, en esa realidad que hoy en día viven sesenta millones de personas, en esa realidad desplazada he querido contar mis historias. Ni cuento ni novela ni microficción, sino una tensión y un desplazamiento de géneros que exhibe, también, el desplazamiento que sufren tantos en nuestro mundo.
En su cuento "El silencio" hay un traslado al campo de concentración de Mauthausen. ¿Es un caso emblemático de esos "viajes equivocados" a los que alude el título del volumen?
Sí, no se me ocurre viaje más equivocado que el de un tren que va a un campo de concentración? De hecho, ese cuento es un homenaje a una mujer asturiana que me contó esa historia. Ella era muy chiquita, había huido de la guerra en España hacia Francia, y allí los metieron en un campo. Luego los franceses entregaron a todo ese grupo de refugiados a los alemanes, la llevaron a ella y a sus padres y sus hermanos. A los varones los bajaron en Mauthausen; a las mujeres, las llevaron en un largo periplo por toda Europa, muertas de hambre, de sed y de miedo para devolverlas, por fin, a España, donde quedaron encerradas dentro de un vagón.
En su versión "corregida" de Los puentes de Madison que aparece en El libro de los viajes equivocados, la mujer que en el film encarna Meryl Streep se pregunta cómo habría sido su vida si se hubiese casado con un hombre del pueblo de su adolescencia. ¿Ese interrogante no es una especie de módulo generador de algunos de sus relatos? En La hija de Marx también hay un "condicional-condicionante" implícito: el hijo real que tuvo Marx fue varón, pero ¿qué habría ocurrido si?
La casualidad es un elemento fundamental en nuestras vidas. Las variables de los hechos. El "qué hubiera pasado si?". Esto siempre me preocupa y está presente en casi todos mis libros. En "Madison, los puentes de", juego con la posibilidad de que Meryl Streep se hubiera ido con el fotógrafo. En realidad, creo, cualquiera de las dos opciones era equivocada porque ambas consistían en seguir a un hombre. No hay que olvidar que su marido era un soldado que peleó en Italia, y ella lo siguió hasta la granja? A mí me gusta el marido más que el amante. ¿Por qué? Porque es un hombre bueno, y la bondad me parece una cualidad muy interesante. Pero bueno, tendríamos que discutir mucho sobre este tema. Lo mismo sucede en La hija de Marx. Marx es alguien muy preocupado por los derechos de los trabajadores, pero no se preocupa en absoluto por el hijo que tuvo con su criada. ¿Y si hubiera sido una niña? ¿Y si nosotros no fuéramos quienes somos, sino otras personas un poco diferentes? Pensar que podemos ser otros, ponernos en el lugar del otro es, tal vez, una de las bases de la cultura.
La muerte juega a los dados comienza con la aparición, en el Buenos Aires de 1936, de un hombre que exhibe un balazo en la sien. Esto dispara una serie de relatos (aparentemente) autónomos alrededor de una saga familiar de clase alta, que -con posibles implicancias autobiográficas- arman una estructura compleja. ¿Se puede decir que ensaya una suerte de transgénero que va más allá de la estructura de la novela y del cuento? ¿Puede el lector elegir el orden de lectura, como en Rayuela, de Cortázar?
Cuando estaba armando el libro, que fue muy difícil de armar, llegó un momento en el que pensé: "Seguro que así trabajó Cortázar". No es una influencia evidente, pero ¿quién no ha recibido, de alguna manera, la influencia de Cortázar? El orden de los cuentos, para que a la vez se leyera como una novela, fue muy complejo de organizar. Se trata de que el lector lea cuentos pero que, al mismo tiempo, vaya armando una novela en su cabeza, y es una novela que se organiza, básicamente, a través de silencios.
"Clara Obligado-Escritura Creativa" se ha instituido en una marca, en España, en materia de escuela-taller literario. Más aún: se dice que es el mayor centro español de trabajo en ese rubro. ¿Cómo surgió y qué dimensiones alcanzó?
No es el mayor, pero sí el más antiguo y por suerte es muy respetado en el medio literario. Comencé hace varias décadas, cuando la actividad no existía en España y fui desarrollándola bajo distintas formas. Hoy tenemos más de cien alumnos, cursos en directo y a distancia y una colección de autores nuevos, El Pez Volador, que dirige mi hija, Camila Paz, y que da salida a los autores que ya tienen una obra solvente. Y, en medio de la crisis, vamos creciendo. Es que es una actividad que me encanta y que ha apoyado a muchos autores que hoy ya tienen un camino propio.
Biografía
Clara Obligado nació en Buenos Aires en 1950 y desde 1976 reside en Madrid. Al margen de novelas como La hija de Marx (Premio Femenino Lumen 1996) y Salsa, es autora de la antología de microficción Por favor, sea breve y de ensayos de divulgación. Dirige, además, el más antiguo Taller de Escritura de España.
Por qué la entrevistamos
Porque cuenta en España con una obra literaria aquí poco conocida, y tiene una reflexión distanciada sobre la lengua