Civilizar al capitalismo
PARIS.- La necesidad de reformar la arquitectura financiera internacional es hoy reconocida. Quienes creen que el mercado puede, sin ayuda, producir los cambios necesarios, son una minoría fuera de los Estados Unidos, y están a la defensiva en ese país y en Gran Bretaña, donde se originó el fundamentalismo de mercado.
La economía ha sido globalizada, pero su regulación no. Hay ahora una discrepancia entre poder económico y poder regulatorio. Este último no tiene una base política internacional. En las recientes reuniones del Banco Mundial (BM) y el FMI, James Wolfensohn, presidente del BM, criticó la ortodoxia de mercado del Fondo, llamando la atención sobre el incremento -en términos absolutos- del número de pobres en el mundo actual.
Mientras la globalización produjo grandes avances en la riqueza, medida en PBI y ganancias corporativas, también contribuyó a su polarización, así como a la pobreza, al destruir la estructura económica y productiva en los países desregulados. "Destrucción creativa" es un concepto intelectualmente atractivo, pero no toma en cuenta el daño político hecho a Tailandia e Indonesia por los flujos financieros no regulados, o la devastación provocada en Rusia por una utópica "privatización" doctrinal que pasó por alto las realidades sociales e institucionales de ese país.
Surgen ahora interrogantes sobre las obligaciones sociales de los gobiernos que se benefician con la ayuda del BM. Y se le pide a este último que tome en cuenta las dimensiones no económicas de las situaciones en las que interviene. Este cambio de énfasis llevaría al FMI a interrogar a sus beneficiarios respecto de los derechos de los trabajadores y la provisión de mínimas garantías de seguridad social, además de pedir transparencia financiera y reforma bancaria, como lo hace ahora.
La intención es impedir que los programas de ajuste hagan que los trabajadores y los pobres paguen por los abusos que son responsabilidad de los gobiernos y de quienes manejan la economía. Estas nuevas exigencias surgen como resultado de presiones del gobierno y la comunidad financiera norteamericanos. Provienen de círculos conservadores y ortodoxos, así como de sectores de izquierda que critican la desregulación, y se escucharon en marzo último durante la conferencia sobre los efectos de la globalización de los mercados financieros sobre las economías emergentes, que tuvo lugar en Santiago, Chile.
Justicia social
El tema social más importante de este siglo -se argumentó en dicho encuentro- fue el lugar de los trabajadores en el sistema capitalista (lo que produjo la revolución bolchevique, el New Deal , y el "Estado de bienestar"). El tema del siglo XXI probablemente sea la justicia social en la economía internacionalizada. El nuevo capitalismo global es un desafío para la soberanía de los Estados. Su tendencia es sacar los mecanismos y operaciones de los negocios corporativos fuera de las regulaciones nacionales, llevándolos a una nebulosa dimensión internacional donde no tienen ninguna supervisión directa.
El gran tema fue la soberanía cuando se intentó llegar a un acuerdo en la OECD sobre nuevas pautas internacionales de inversión para permitir a las compañías demandar a los gobiernos cuando las normas nacionales legales, sociales o ambientales las colocan en desventaja respecto de la competencia. El efecto hubiera sido obligar a que las normas se aflojaran, nivelándolas a la altura de la nación menos regulada. Cuando se entendieron las devastadoras consecuencias políticas de este hecho, la propuesta se rechazó.
El problema resurgirá, ya que la dinámica del mercado busca enmanciparse de toda regulación, lo que revertiría el proceso por el cual el capitalismo fue gradualmente colocado bajo el control de la ley y la sociedad. Hoy se lucha por civilizar nuevamente al capitalismo en sus dimensiones globalizadas, algo difícil de hacer cuando no hay instituciones políticas internacionales para aplicar nuevas reglas. El esfuerzo por hacerlo, sin embargo, ya comenzó.
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