Ciudades y autonomía municipal, para lograr bienestar y rescatar a la democracia
Es sabido que Damasco, capital de Siria, es una de las ciudades más bellas del mundo. Occidente y Oriente, sin distinción, así lo han considerado siempre. Con una historia de 8300 años, es una de las pocas que siempre estuvo habitada, y se la ha llamado la “ciudad del jazmín”.
Lamentablemente, nos toca a nosotros ser testigos cómo aquella joya de Oriente se convirtió en muy corto tiempo en una ciudad que perfectamente podríamos situar en el infierno del Dante.
Solo quería comenzar con esta descripción para tener muy presente que, como en la vida misma, las ciudades también pueden pasar de ser un sueño a una pesadilla. Claro es que no vivimos el terror de una guerra civil de más de diez años, ni tenemos ciudades con tesoros culturales milenarios. Sin embargo, muchas de las grandes ciudades de nuestro país también fueron en algún momento ciudades soñadas, mientras que en el presente las vemos transformarse en territorios donde la vida es cada vez más difícil y peligrosa.
Entre muchas, en La Plata -mi ciudad- que fue muy bien pensada, caminaron Sábato, Favaloro, Einstein, Stravinsky, entre muchas otras celebridades. Todos se fascinaron al pasear por sus calles y respirar tanto el perfume de los tilos como un aire de vida social y cultural que alimentaba la mente y el espíritu. Por décadas se fue poblando por jóvenes de todos los rincones de la Argentina, incluyendo de muchos países del continente, agregando riqueza y diversidad humana. Los vecinos con años en San Miguel de Tucumán, Rosario, Paraná, Mar del Plata, por nombrar solo algunas, podrían describir con orgullo y nostalgia cosas muy similares.
Pero vivimos una ya prolongada decadencia socioeconómica, con descomposición y desintegración social a partir de la caída de la primera modernidad. Esto se fue apreciando en las ciudades y sus periferias. Los sueños desde fines de los 80 (no solo en nuestro país) comenzaron a ser acosados por imágenes indeseadas. Esa desintegración y decadencia cultural la vemos en cada calle, cada esquina, donde la anomia y frustración de muchas generaciones con futuros robados pasaron a ser las postales de nuestras ciudades soñadas.
Pero ¿no tenemos armas para defendernos, para revertir esta degradación? ¿No hay herramientas para resistir la violencia y arrebato de ese sueño colectivo que históricamente representaron muchas de nuestras ciudades? Las respuestas involucran un debate permanente en política y sociedad, sus actores y vecinos.
La democracia es el sistema irrenunciable que debe recatarse para salir de la decadencia. En ella están los problemas porque viene siendo configurada de una forma que el pueblo o ciudadanía es relegada por el interés corporativo y el bien común se anula en manos de quienes acumulan poder obsesionados con la hegemonía política.
No hay salida en la depresión, frustración y enojo. Sí, en la resiliencia democrática que rescate el bien común como finalidad primaria de la política. La democracia representativa permite a la sociedad elegir a los gobernantes, mientras que la Constitución y las leyes les asigna las responsabilidades que pueden y deben ejercer. Votamos desde un presidente hasta un intendente. Pero, no podemos desentendernos de la cuestión y ocuparnos del tema una vez cada dos años de acuerdo al calendario electoral. Menos en tiempos de la sociedad de redes donde estamos interconectados sin límites geográficos opinando, intercambiando información, demandando, aprobando o desaprobando. Existe hoy un avance muy importante en materia de gobernanza formal y no formal. Dentro de la última, ONGs y muchos colectivos o grupos informales son protagonistas y activos participes de la vida ciudadana. Tanto para proponer como para hacer, para reclamar o protestar. Vemos todo el tiempo como grupos de vecinos se organizan y movilizaban por distintos temas tanto reclamando como proponiendo.
La Plata, Mar del Plata, Bahía Blanca, Rosario, Paraná, al igual que otras grandes ciudades, tienen instituciones para la generación de conocimiento científico y formación de recursos humanos. Tanto universidades privadas como públicas. Foros comunitarios, Institutos científicos, colegios profesionales, Organizaciones sociales en cada región están listas para ser coprotagonistas conforme su papel: hacer propuestas y desarrollar acciones para mejorar la calidad de vida en la región y abordar problemáticas que nos afectan, tanto presentes como futuras.
En el caso de La Plata, el Observatorio Socioeconómico de la Ucalp es modelo en investigación y estadística que nos brinda radiografías certeras de la situación social de la región. Sumamos una gran cantidad de ONGs con trayectorias en muchos temas que son centrales para la ciudad. La región La Plata tiene un cordón frutihortícola que requiere de mejoras y prácticas para producir alimentos sanos con un uso sostenible del agua y tierra. Tiene también un ecosistema de empresas que invierten en nuevas industrias del conocimiento y donde muchos empresarios practican la “responsabilidad social empresaria”.
Todo esto se reproduce en una gran cantidad de ciudades y regiones de nuestro país. Poseen las mismas características que ejemplificamos con La Plata: ONGs, universidades, sectores productivos vinculados a distintas industrias. Estos elementos son los activos dinámicos que no deben ser ignorado y si potenciados para salir del rumbo de colisión económica y social que vivimos en nuestros territorios. Todos en condiciones de articular entre ellos junto al gobierno local (municipio).
Con todos esos activos que son la riqueza local deberíamos preguntarnos: ¿qué excusas tenemos para no tener ciudades inteligentes y sostenibles y así recuperar una vida vivible en cada uno de nuestros municipios?
Tal vez el gran obstáculo es aquel que vivimos todos los municipios de la provincia de Buenos Aires: la falta de una verdadera autonomía municipal; política, económica y financiera que hoy nos limita y somete a las decisiones centralizadas de funcionarios políticos y burócratas que integran mecanismos de una representación extremadamente indirecta. Aunque el obstáculo constitucionalmente no existe ya que el art. 5 y luego desde 1994 el art. 123 (CN) dejo muy claro que los constituyentes se pronunciaron a favor de la autonomía municipal desde lo político, administrativo, económico y financiero; su materialización efectiva es incumplida y así existe un freno de mano que impide movilizar las fuerzas económicas y sociales de cada territorio.
Luego del aluvión del globalismo -fundamentalmente ideológico- vivimos hoy el retorno a lo local con muchas posibilidades de aprovechar las ventajas del mundo globalizado. Por ello la autonomía política, económica y financiera es un debate urgente para la calidad democrática y la búsqueda de bienestar. Cuando la globalización irrumpió desde fines de los 80, nos decían que allí íbamos y debíamos adaptarnos. Con el renacer de lo local sin ignorar las ventajas de lo global, también deberíamos adaptarnos a la tendencia, más cuando sumamos un pacto constitucional que lo determina. Los territorios vuelven a ser epicentros de la vida democrática, económica, creativa desde la economía del conocimiento. Sin embargo, se insiste en mantener el poder político centralizado, nacional o provincial como una camisa de fuerza.
La democracia, construida a partir de la mayor y efectiva autonomía de los municipios no solo daría respuestas directas a la vida en el territorio, sino que permitiría a las fuerzas sociales y económicas de cada región liberarlas del yugo burocrático irrepresentativo para poder vincularse interna y externamente y así generar polos de desarrollo.
Hoy los municipios tienen dentro de sus territorios los recursos materiales y humanos para romper el círculo vicioso de la pobreza y la decadencia cultural. Sus instituciones (mencionadas antes) solo ocupan un espacio como inquilinos en su suelo y no hay plenas competencias que permitan integrarse con el municipio en una unidad que pueda hacer el desarrollo. Los municipios son menores de edad que tienen como padre o madre a la Nación o provincia para finalmente decir qué pueden o no hacer.
La autonomía municipal siempre fue un tema de estudio en la carrera de Derecho, pero hoy emergen como debate central para poder llevar adelante el despegue político, económico y social de cada territorio, en el contexto de una democracia más representativa y cercana. Empoderar a los municipios asegurando alternancia es una fórmula para que la democracia bien cercana vuelva a enamorar. Allí están los problemas porque allí vive la gente. Allí estarán los gobernantes que son vecinos a quien reclamar o no volver a votar. Como Bejamin Barber tituló uno de sus libros, debemos plantearnos y preguntarnos cómo cambiarían las cosas “Si los alcaldes gobernaran el mundo”.
La autonomía, dotaría también a los municipios de poder político y poder económico-financiero para abordar en forma directa y eficiente el drama de la inseguridad, hoy en manos de decisiones centrales que son parte de la raíz del problema y que están a años luz de la solución. Desde una misma oficina una o más personas son responsables de la seguridad en la zona rural de Pergamino y en el centro de Temperley. Funcionarios anónimos e inalcanzables mientras los vecinos protestan a un intendente sobre algo que no tiene ningún poder. Es una situación de impunidad perfecta. Así, lejos de la gente la democracia juega el papel de un placebo.
El desarrollo sostenible y humano se materializan en el territorio ya que se piensa global, pero se actúa local. Las democracias locales con pleno poder de realización habilitarían un cambio para salir del eterno procrastinar frente a todos los problemas que vemos agravarse.
La realidad política nos muestra como algunos territorios tienen margen de realización en la medida de estar más alejados del ojo y control territorial de los gobiernos centrales (nación o provincia). ¿Por qué Tandil sí y La Plata u otras ciudades del conurbano no?
La autonomía jurídica, política y económica de los municipios liberaría a las ciudades grandes de la manipulación del poder político no territorial. Hoy los vecinos de cada ciudad electoralmente grande somos prisioneros de los intereses de políticos que no viven en ellas. Las ciudades grandes solo somos vistas por los “no vecinos” como un espacio electoral. Así, la idea de desarrollarnos y crear espacios de bienestar en cada comunidad parece utópica.
Nadie valora más el bienestar y el bien común que los vecinos dentro de cada comunidad donde viven. La democracia nació hace más de 2500 años en una ciudad. Hace 200 años pasamos a valorar la constitución de un estado nación. Es hora de no abandonar este último, pero de exigir que nos devuelvan la democracia plena a sus dueños: los ciudadanos y ciudadanas en cada municipio de nuestra patria.
Abogado, Mg. en Economía Circular. Universidad de Burgos; decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad del Este