Citas de autoayuda para tiempos difíciles
Una anécdota que me gusta recordar en estos días. El protagonista es Mijaíl Bajtín, el crítico y teórico literario ruso, durante el sitio de Leningrado. Aunque estaba bien abastecido de tabaco, pronto se quedó sin papel para liar sus cigarrillos. El cerco nazi no daba signos de ceder. Bajtín, fumador empedernido, dio entonces cuenta con frialdad, a lo largo de las semanas, de su último manuscrito. Nunca volvió a escribir aquel tratado sobre el Bildungsroman. La pérdida, irreparable, también es una lección de humildad: ya hubo antes quienes, confinados, tuvieron que tomar decisiones mucho más drásticas de las que algunos de nosotros tendremos que tomar alguna vez.
La pandemia no me devolvió al gremio de los consumidores de tabaco (esa es mi modesta proeza). Sí me llevó a descubrir, en cambio, que vengo leyendo a salto de mata, y que esa relativa desconcentración da forma a un manual personal de autoayuda, hecho de frases sueltas, recolectadas aquí y allá. En busca de una biografía de Bajtín para chequear la anécdota, me crucé con una vieja plaqueta, regalo navideño de una editorial. El título: Decálogo de la felicidad. Lo sorprendente es que lleva la firma de Macedonio Fernández. "Cuídate, más que del gran dolor, del pequeño y, en apariencia, insignificante, pero que para tu conciencia es el único que existe", se lee en la primera entrada. Macedonio, distraído maestro de Borges que iba dejando sus papeles olvidados por ahí, ¿se dedicó a los aforismos? La idea no es gran cosa, pero al momento de leerla tuvo un curioso efecto balsámico.
Casi al mismo tiempo me llegó por correo una edición reciente: El arte de mantener la calma. El libro no lo escribió ningún gurú contemporáneo, sino Séneca, el filósofo estoico, aunque la edición lo subtitule "Un manual de sabiduría clásica sobre la gestión de la ira", como si, visionario, el romano de verdad hubiera podido predecir el coaching. Séneca fue en todo caso buen consejero en una de esas instancias en que el exceso de cercanía intrafamiliar –ese negativo del distanciamiento social– a punto estuvo de hacerme perder los estribos. Lo abrí por cualquier lado, como si fuera un santo remedio: "Las víctimas de la ira –susurró entonces el pensador desde el fondo de los tiempos– mejoran cuando se miran al espejo. La transformación que ven los conmueve. No se reconocen, a pesar de que el espejo refleja tan solo una mínima parte de la deformidad que se ha adueñado de su ser".
Los estoicos son buenos guías para tiempos difíciles. Siempre hay alguno a mano. Epicteto, que fue esclavo en Roma, anotó: "No hay más que una forma de tranquilidad mental y felicidad, y eso es no tomar las cosas externas como propias". Marco Aurelio, que fue emperador en Roma, aconseja: "Siempre que has sido víctima de un daño, procúrate este principio: si la ciudad no es dañada por eso, tampoco yo he sido dañado. Pero si la ciudad es dañada, ¿no debes irritarte con el que daña a la ciudad? ¿Qué justifica tu negligencia?
El mejor antídoto contra el abatimiento resulta, sin embargo, en mi experiencia, un libro del siglo XVII: Anatomía de la melancolía. Lo escribió el erudito Robert Burton, se supone que para entretener su propia tristeza inmotivada. Es una obra maestra, que acopia citas y más citas a mansalva. Conviene leerlo entero, pero también funciona en las dosis homeopáticas de un abrir y cerrar de libro. En la segunda Partición, propone la música como consuelo de probada eficacia: "Musica est mentis medicina maestae; (la música es la medicina del alma afligida) resulta un potente cañón contra la melancolía, educa y revive el alma languideciente, afecta no solo los oídos, sino las mismas arterias, los humores vitales y animales, y levanta el alma y la aligera".
La Ética de Spinoza vale más para equilibrar el ánimo que cualquier fármaco: "La esperanza –dice, al poner el dedo sobre ella al azar– no es sino una alegría inconstante, surgida de la imagen de una cosa futura o pretérita, de cuya realización dudamos. Por el contrario el miedo es una tristeza inconstante, surgida también de la imagen de una cosa dudosa. Si de estos afectos se suprime la duda, de la esperanza resulta la seguridad, y del miedo, la desesperación".
La cosecha de citas para tiempos aciagos podría continuar ininterrumpidamente, aunque tengo recién detectadas dos, mucho más cercanas en el tiempo, para culminar este breve recorrido tentativo. La primera es de Virginia Woolf: "Uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha comido bien". La segunda, del Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. Es una propuesta sabia: "Considerar todas las cosas que nos suceden como accidentes o episodios de una novela a la que asistimos no con la atención sino con la vida. Solo con esa actitud podremos vencer la malicia de los días y los caprichos de los acontecimientos".