Cita en Kassel. En busca del aire de los tiempos
Marta Minujín continúa el legado de varios colegas que expusieron en la meca del arte contemporáneo
“De lo genial siempre surge algo que nos incita, que nos impulsa hacia adelante, que nos lleva no sólo a imitar parte de lo que nos ha deslumbrado, sino también a ir mucho más lejos, a descubrir nuestro propio mundo.” El escritor español Enrique Vila-Matas escribió esta reflexión en Kassel no invita a la lógica, libro publicado tras su participación en la 13a edición de Documenta, después del impacto que le provocó una obra de Ryan Gander. El impulso invisible consistía en una brisa que atravesaba una sala vacía del museo Fridericianum, sede principal de una de las muestras de arte contemporáneo más prestigiosas del mundo. Exposición sin fines comerciales que se realiza cada cinco años –en los comienzos, cada cuatro– y que refleja mejor que ninguna otra “el aire de los tiempos”.
La historia de Documenta, que reúne desde hace más de seis décadas lo mejor de la vanguardia global, abarca cientos de ideas geniales. Como la decisión de Joseph Beuys de plantar siete mil robles, entre 1982 y 1987, para transformar en forma colectiva una ciudad arrasada por la guerra. A su lado estuvo con pala en mano Nicolás García Uriburu, pionero del land art.
Fueron varios los artistas argentinos que participaron en Kassel. Desde Lucio Fontana con sus tajos y sus esculturas en 1968 –un año clave que también incluyó a Gyula Kosice– hasta Guillermo Kuitca con sus camas con mapas (1992) o Guillermo Faivovich y Nicolás Goldberg, jóvenes artistas que intentaron llevar sin éxito un meteorito desde la Argentina; lo reemplazaron por un cubo de hierro fundido de 3544 kilos, equivalente a su peso. Todos dejaron su huella.
Quien marcó el rumbo fue Alicia Penalba. En 1959, una década después de haber sido retratada por Henri Matisse, fue invitada a participar de la segunda edición, en la que sólo once de los 336 artistas eran mujeres. Volvió a hacerlo en la siguiente, en 1964, con una serie de sus célebres esculturas de bronce y piedra.
Ahora le toca a Marta Minujín, otra pionera, ocupar ese lugar privilegiado. La reina latina del pop presentó ayer al público en Kassel su Partenón de libros prohibidos, más monumental que el que había instalado en 1983 en la intersección de las avenidas 9 de Julio y Santa Fe para celebrar el fin de la dictadura en la Argentina.
Su participación en esta 14a edición de Documenta, cuyo lema es “Aprendiendo de Atenas”, comenzó hace dos meses con una performance en la capital griega. En esta sede paralela, cuna de la democracia, Minujín canceló en forma simbólica la deuda externa de Grecia al entregarle aceitunas –el “oro” local– a una doble de Ángela Merkel, como ya lo había hecho al “pagar” con maíz la deuda argentina a Andy Warhol (Nueva York, 1985) y a una doble de Margaret Thatcher (Londres, 1996).
También en Atenas se exhibe en estos días una videoinstalación de David Lamelas que forma parte de su serie Time as Activity –exhibida este año en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid, en el marco de Argentina Plataforma ARCO– y material del libro Happenings, de Oscar Masotta (1930-1979). Publicado hace cincuenta años con textos de diversos autores, allí se analizaba no sólo el trabajo de Minujín sino también el de Roberto Jacoby, Eduardo Costa y Raúl Escari. Ellos integraron el grupo Arte de los Medios, definido por la investigadora Ana Longoni como “uno de los hitos de los inicios del conceptualismo en el mundo”.
Pero volvamos a Kassel, principal sede de la Documenta desde su creación, en 1955. “Los nazis –recuerda en su libro Vila-Matas– fabricaron en Kassel abundante material de guerra, tanques especialmente, por lo que la ciudad y sus alrededores fueron objetivo prioritario de los bombardeos aliados de 1943. De hecho, las bombas borraron el noventa por ciento de los mil años de antigüedad de la ciudad.” A la hora de pensar en la reconstrucción, agrega el escritor, “sus ciudadanos optaron con mucho coraje por un camino más inseguro que el elegido por otros compatriotas y decidieron, en lugar de un desarrollo industrial, un renacer de tipo cultural”.
“Revelar las raíces del arte contemporáneo en todas las áreas”, fue la intención de Arnold Bode, el primer director artístico. Varios otros, de distintos países, tomaron la posta a lo largo de estas catorce ediciones. Para la 11a, en 2002, el nigeriano Okwui Enwezor convocó a un equipo de seis curadores que incluía al rosarino Carlos Basualdo. Ese año se expusieron obras de Víctor Grippo, Alejandra Riera y Fabián Marcaccio, también nacido en Rosario, quien sorprendió con una pintura de setenta metros de largo.
En la edición siguiente, en 2007, Graciela Carnevale –integrante del Grupo de Arte de Vanguardia de Rosario entre 1965 y 1969– exhibió en Kassel el archivo de Tucumán arde, célebre producción colectiva que había denunciado en 1968 la situación político-social de esa provincia argentina. También, el registro de una acción realizada ese mismo año en la que había encerrado al público invitado a una inauguración para obligarlo a encontrar su propia salida.
Desde la ciudad santafesina donde nació Antonio Berni emigró a su vez uno de los artistas argentinos que más brillaron en Documenta. Adrián Villar Rojas tenía apenas 22 años cuando su apocalíptica instalación Devolver el mundo se exhibió en 2012, meses después de haber representado a la Argentina en la Bienal de Venecia. En estos días exhibe Teatro de la desaparición en la terraza del Met, en Nueva York, y en otras tres ciudades de Estados Unidos y Europa. Porque las ideas geniales están en el aire y cruzan fronteras, como nunca antes.