Cinismo y fanatismo en las fuerzas del cielo
Toneladas de papel y miles de horas de reflexión se han gastado intentando construir categorías que hagan comprensible el arte de la política. Derecha. Centro. Izquierda. Socialismo. Socialdemocracia. Liberalismo. Fascismo. Con ellas se han escrito innumerables manuales de ciencia política. Brillantes, algunos. Mediocres, la mayoría. Todos tan útiles para orientarse en la Argentina como el mapa del subte de Manhattan en la selva del Amazonas. Es que la política argentina no se entiende consultando un diccionario de ciencias políticas, sino un manual de psiquiatría. Más específicamente, el capítulo dedicado al psicópata.
La cosa es simple: nuestra sociedad es una familia manejada por un psicópata; un no lugar donde las posiciones se definen en relación con sus abusos de poder y no por motivos ideológicos, que solo sirven de cobertura al verdadero drama. De allí la flexibilidad ideológica de los muchachos, que inauguraron su ciclo con el Perón mussolinista de la Carta del Lavoro, lo continuaron con el Perón camporista de la patria socialista, pasaron luego a militar el Perón lopezreguista encargado de aniquilarla y a su muerte siguieron, copiando el sometimiento al espíritu del mundo y de la época del General, siendo socialdemócratas con Cafiero, neoliberales con Menem y chavistas con los Kirchner.
¿Cómo lo hacen? ¿Cómo han sido posibles semejantes mutaciones ideológicas, última de las cuales, la conversión del kirchnerismo al massismo? ¿Y cómo puede Massa llamarse ajeno a un gobierno que solo pudo llegar al poder con su contribución, del que fue y es funcionario, pero del que reclama independencia al mismo tiempo que afirma, en el debate presidencial, que le pidió la renuncia a Insaurralde? ¿A título de qué, si no como presidente de facto en ejercicio?
Son muchas las destrezas acumuladas por el peronismo en ochenta años de historia. El camaleonismo, la primera. Pero la más notable es ese inconfundible rasgo de enfermedad psiquiátrica: la combinación entre cinismo y fanatismo, inimaginable en un neurótico. En los países organizados, los cínicos y los fanáticos son tribus separadas que se detestan. Los cínicos consideran a los fanáticos unos descerebrados. Los fanáticos opinan de los cínicos que son unos inmorales que arrojaron los principios a la basura. Aquí, no. Aquí los cínicos y los fanáticos militan en el mismo partido, el peronista. El truco les permite postularse como defensores del pueblo y combatientes contra el capital al mismo tiempo que pasean en yate. Gracias a la corrupción, a la que justifican porque “se necesita plata para hacer política”, tan necesaria para liberar a los pueblos. Un infinito loop de contradicciones que destruye toda conexión entre causas y consecuencias, permite atacar las posiciones racionales desde ambos extremos y demuele toda lógica en el debate.
La estrategia viene de los orígenes fundacionales, cuando Perón jugaba el rol de cínico, y Evita, el de fanática. “Me gustan los fanáticos y todos los fanatismos de la historia. Me gustan los mártires, cualquiera que sea la razón de su fanatismo. El fanatismo convierte a la vida en un morir permanente y heroico y es el único camino que tiene la vida para vencer a la muerte. Por eso soy fanática. Daría mi vida por Perón”. Y así sucedió: la muerte de Eva le evitó contaminarse con el polvo del mundo y la preservó en el lugar del mártir. A su manera, Evita santa y eterna pasó a integrar las fuerzas del cielo. Perón pudo apoyar golpes abyectos como el de Onganía, justificar los crímenes de la juventud maravillosa, otorgar la medalla de San Martín a individuos ominosos como Licio Gelli, armar la Triple A con López Rega, organizar el Plan Cóndor con Pinochet y promover a Massera al cargo de comandante de la Armada desde el que ejecutaría el genocidio. Podía hacer todo eso y mucho más porque la legitimidad de su cinismo estaba garantizada por el fanatismo de Evita. “La víscera más sensible del cuerpo humano es el bolsillo” llegó a decir una vez el General. La cínica argentinidad, al palo.
Fue solo el principio. Néstor, el cínico, y Cristina, la fanática, reciclaron el modelo original. Por supuesto, no estoy diciendo que no hubiera fanatismo en Perón y Néstor, ni que Evita y Cristina carecieran de cinismo. Pero para la Leyenda peronista y el Relato kirchnerista, que es lo que cuenta, sus lugares eran claros y les permitían recoger votos a diestra y siniestra. Al fin de cuentas, el voto de un cínico y el voto de un fanático… son dos votos.
Debido a su éxito, el modelo del par cínico-fanático sería replicado insistentemente en las fórmulas peronistas. Hasta hoy. Alberto, el cínico, con Cristina, la fanática. Axel, el estudiante principista de Parque Chas, con Magario, la “barona conurba” de La Matanza. Massa, ese modelo insuperable de cinismo, con Rossi, el tipo más fanático que se atreven a presentar en esta hora del ocaso y la derrota. El fanático te promete el cielo. El cínico te baja a la tierra. La cosa tiene su aspecto institucional, cómo no. ¿Qué otra cosa es hoy el Partido Justicialista si no la estructura institucional del cinismo argento? ¿Y qué otra cosa es hoy La Cámpora si no la encarnación de lo que queda del fanatismo de los viejos buenos tiempos?
Pero a los magos de la política nacional ya se les ven los hilos: como el truco de la pareja cínico-fanático es viejo y está gastado por abuso de repeticiones, el peronismo ha debido elaborar un nuevo esquema que le permita, por lo menos, tener un plan B en la eventualidad, cada día más cierta, de volver al llano. Ese plan B se llama La Libertad Avanza y tiene a Javier Milei como mascarón de proa. La emocionalidad fanática se expresa hoy en un rechazo generalizado de la política, en un nuevo “que se vayan todos” con un candidato que asume todas las características irracionales y violentas del fanatismo. Se dicen liberales pero desprecian las instituciones de Alberdi. Proclaman el respeto irrestricto de los proyectos de vida ajenos, pero se la pasan insultando al grito de “viejo meado”, amedrentando al periodismo y haciendo circular infamias sobre sus adversarios. Ninguna organización liberal en el mundo los reconoce como propios, y así lo han hecho saber sus partidos y su prensa.
No es todo. Una línea invisible une a Néstor Kirchner, que organizó toda su carrera política bajo el principio de que todo hombre tiene un precio, con Javier Milei, para quien todo puede ser un bien transable. Desde los puestos en la lista de diputados hasta córneas y riñones humanos, todo puede ser puesto en venta. Pero si todo está en venta también las decisiones políticas pueden ser ofrecidas en el mercado, y así la corrupción y la honestidad se hacen indistinguibles. No por nada, quienes se presentan como alternativa a la casta se han abstenido sistemáticamente de presentar denuncias contra la corrupción, el elemento crucial de la casta; carente de denuncias penales y de exposición pública por parte de los libertarios aun en plena campaña y con casos tan electoralmente redituables como los de Chocolate Rigau e Insaurralde.
No es casualidad, sino la consecuencia esperable de responder a veinte años de desprecio de la economía con un desprecio simétrico a la política. Un bloque de tres diputados que, récord mundial, se proponen como presidente y vicepresidente de la Nación y como gobernadora de la provincia que agrupa el 40% de la población y del PBI del país. ¡Tres diputados! El resultado inevitable es que las listas te las arme Massa y la campaña de recaudación de fondos te la organice Barrionuevo. Con lo que volvemos a los orígenes fundacionales del liberalismo que supimos conseguir. No a Alberdi, sino al primer Perón. Con un fanático haciendo de mascarón de proa de un barco capitaneado por cínicos. Cinismo y fanatismo en las fuerzas del cielo.ß