Cien años de soledad y su mito
En 1967, casi medio siglo después de su publicación original, Ulises, la novela más revolucionaria del siglo XX, tuvo su versión cinematográfica. La película, dirigida por un tal Joseph Strick, tiene un aura negativa (al parecer estaba demasiado marcada por el espíritu del swinging London) y no suele figurar ni en retrospectivas ni, hoy, en las plataformas online más consultadas. Es mítica, pero de verdad, porque no sabemos empíricamente si de verdad existió o no alguna vez.
James Joyce era perfectamente consciente de su encrucijada: un párrafo perdido de Ulises se pregunta melancólicamente si habrá alguien leyendo esas líneas en un futuro no tan distante. Para contar simples historias ya estaba a mano el por entonces flamante empuje del cinematógrafo. De hecho, cuando vivía en Trieste, imaginando el camino que tomarían las cosas, Joyce buscó financistas para inaugurar (el proyecto no cuajó) la primera sala de cine de Dublín. Ulises no es inadaptable, aunque a condición de saber que se pierde su lenguaje. Por cosas así Hugh Kenner bautizó al escritor irlandés como "comediante estoico": su modernidad consistía en sembrar las páginas de elementos que no pudieran pasar a otro formato. Los juegos tipográficos del Ulises son un ejemplo. Solo pueden quedar entre las tapas del artefacto llamado libro.
No se sabe que Netflix aspire a filmar la novela de Joyce, pero sí se apresta a convertir en anécdota aquella tenaz negativa de Gabriel García Márquez de no permitir que se traduzca en imágenes Cien años de soledad, su tour de force mágico y misterioso de aquel mismo 1967 en que se hizo la película de Strick: el tanque del streaming prepara una serie con la saga de los Buendía. La decisión del colombiano se tomó siempre como un acto de autonomía frente a la voracidad de la industria. El gesto, tan moderno, tan siglo XX, facilitado por los buenos dividendos que daba el libro, se vino abajo con sus herederos. La oposición del autor siempre tuvo, sin embargo, su cuota de enigma. En algún documental olvidado, el escritor colombiano se jactó de que su único título profesional era el de guionista cinematográfico, que obtuvo en una larga estadía en Italia. A veces se indica que su testarudez podía relacionarse con que el germen de la novela era un libreto que no llegó a buen puerto. García Márquez, en todo caso, se opuso a una oferta millonaria de Anthony Quinn por los derechos de Cien años de soledad, pero no impidió que el brasileño Ruy Guerra filmara uno de sus cuentos o que Francesco Rosi adaptara Crónica de una muerte anunciada.
En busca de una explicación, se puede explorar el contexto de época. En una crítica de 1973, el italiano Pier Paolo Pasolini (poeta, novelista, también cineasta, intelectual de izquierda para el que no valía la condescendencia militante) había criticado la novela con unos argumentos que a García Márquez (también hombre de izquierda) deben de haberlo herido para siempre. ¿Qué decía Pasolini? Consideraba "simplemente ridículo" que Cien años de soledad pudiera ser tenida por una obra maestra. ¿Por qué? Se trata –anotaba Pasolini– "de la novela de un guionista o de un costumbrista, escrita con gran vitalidad y derroche del tradicional manierismo barroco latinoamericano, hecha como para los grandes estudios norteamericanos. Todos los personajes son mecanismos inventados –a veces con espléndido talento– por un guionista: todos tienen los ‘tics’ demagógicos destinados al éxito espectacular". Que García Márquez haya rechazado filmar su mayor obra como defensa ante la crítica aplastante de Pasolini es incomprobable, pero la hipótesis ayuda a pensar –hoy que se cede a la cómoda idea de que todo puede o debe ser filmado– por dónde pasaba la discusión estética e ideológica de aquellos días. En todo caso, con su negativa en vida García Márquez habrá logrado que cualquier versión sea de por sí un anacronismo. ¿O alguien se acuerda hoy de Ulises, la película que se filmó tanto después del original que la inspiraba?