Cicerón y el partido de los buenos
Carlos A. Manfroni Para LA NACION
La popularidad hasta hoy intacta de ese extraordinario orador que fue Cicerón puede hacer que nos lo imaginemos como a un hombre que llegó fácilmente al consulado de la república romana.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad.
Ante todo, Marco Tulio Cicerón guardaba distancia respecto de los diferentes grupos sociales que constituían el electorado.
Por un lado, estaban los nobles, que durante siglos habían dado a la república romana sus más altos magistrados y generales. En segundo lugar, había una "burguesía industrial" que manejaba las grandes empresas comerciales y financieras, así como el comercio exterior, y rivalizaba con la casta nobiliaria.
Por otra parte, figuraba el grueso de la ciudadanía -por entonces, denominada plebe- compuesta por artesanos y pequeños comerciantes, muy inestable y pasiva políticamente.
Había un cuarto grupo: los caudillos de las provincias y municipios conquistados, de donde procedían la producción agrícola y las principales rentas del Estado.
Estos líderes provinciales buscaban canalizar sus pedidos por vía de algún senador influyente.
Finalmente, se destacaba por su actividad un grupo muy fuerte y numeroso de resentidos, que no procedían exclusivamente de los estratos más bajos, sino que había también entre ellos nobles holgazanes que habían dilapidado sus fortunas, empresarios arruinados y una gran masa de desocupados, siempre dispuestos a promover los desórdenes y la inestabilidad.
Su caballito de batalla era el no pago de las deudas.
Fuera de este último grupo, liderado por Catilina, con quien confrontó furiosamente, Cicerón buscó formar una comunidad electoral con los mejores exponentes de las tres primeras categorías: los "optimates".
En el sector de los nobles y de la burguesía productiva, Cicerón dejó afuera a quienes únicamente pretendían hacer negocios a costa del Estado, pero buscó una reconciliación entre ambas castas y representó lealmente sus mejores intereses.
Por otro lado, rechazó enfáticamente la pretensión de una reforma agraria con la que algunos diputados y tribunos habían entusiasmado a la plebe, pero dio protección y promovió la participación de los buenos ciudadanos de esta procedencia.
A pesar de ser un burgués, descendiente de una familia de pequeños productores rurales, Cicerón ganó el consulado por amplia mayoría, incluso entre las familias nobles.
Ciertamente, Cicerón tuvo la habilidad de demostrar en su campaña cuánto significaba la virtud para la grandeza y el bienestar de Roma.
¿Está cotizada la virtud en nuestros días? Si no lo está, ¿habrá alguien que pueda demostrar cuánto influye en la prosperidad de un país?