Cicatrices del pasado, a propósito de Elogio del olvido
La escritora Luisa Valenzuela reflexiona a partir del libro Elogio del olvido, de David Rieff, con quien compartió un diálogo en el Malba hace días
Un buen libro de ensayos convoca al diálogo, a la pregunta, al debate. Elogio del olvido, de David Rieff, es una obra seminal que explora, tal el subtítulo “Las paradojas de la memoria histórica”. O, mejor aún sus “ironías”, según la versión original.
Con maestría y una inagotable fuente de referencias literarias y filosóficas, este historiador, analista político, cronista, corresponsal de guerra, posa su mirada siempre sagaz y profunda sobre diversas problemáticas que no pueden menos que interpelarnos, entre otras la Shoá, el conflicto israelí palestino, los ejemplos de Irlanda y Bosnia que vivió muy de cerca.
Cada caso es único, entiende Rieff, y la distancia generacional de los hechos que se rememoran puede modificar la percepción histórica y poner en cuestionamiento la memoria colectiva. Así, la muy estimulante lectura de este libro va ampliando espacios y brinda oportunidades de reflexión. La cicatrización de los dolores del pasado, pongamos por caso. Y la ocasional necesidad de obliterar recuerdos para seguir viviendo, en paz,
Por la lógica atracción de los opuestos, una defensa del olvido tan bien formulada y documentada no puede menos que atraer la memoria. Y nos invita a intentar compartir otra mirada, la del aparentemente atípico caso argentino. Tenemos muy presente la lucha de las Madres, las Abuelas, la imperiosa necesidad de darles sustancia a quienes se pretendió “desaparecer” sin dejar huella; los nietos recuperados, la actual valentía de las hijas de genocidas que asumen sus “Historias desobedientes”
.Nuestro país no figura en este panóptico que es el libro de David Rieff, apenas es mencionado al pasar en la página 150: “... una parte importante de los que no se opusieron de entrada al pacto (del olvido) pensaban que ése debía ir acompañado de una comisión de la verdad parecida a la sudafricana o a la argentina”. Breve acotación que nos invita a ampliar el espectro, entendiendo que a veces los tejidos pueden cicatrizar en falso, y aquello que parece sano por fuera sólo enmascara la infección que pulula por debajo, y por lo tanto se impone volver a abrir la herida para que supure y se limpie. Así el tejido social.
Fuera de cuadro, por lo tanto, cabe recordar dos instancias. Argentina y sudafricana la primera.
Al finaliza el apartheid, en abril de 1997, la gran escritora Nadine Gordimer llegó a Buenos Aires junto con el poeta Mongane Wally Serote entonces miembro del flamante parlamento sudafricano. Gordimer, a quien conocí en Nueva York gracias precisamente a David Rieff y a Susan Sontag, en conversación privada me pidió tener una entrevista con alguna Madre de Plaza de Mayo, dado que no conocía su trayectoria. Organicé en su hotel un encuentro con Laura Bonaparte. Como gesto solidario Laura le regaló un pañuelo blanco que se sujetaba con siete botones en memoria de los siete desaparecidos de su familia, y contó su historia. Tengo la transcripción de lo que fue dicho en ese encuentro memorable, conmovedor, donde los sudafricanos que venían a recomendar su receta de Verdad y Reconciliación entendieron que el contexto aquí era muy distinto, que no se trataba de venganzas sino de justicia. Laura fue categórica cuando dijo: “Yo por ejemplo jamás firmaría un pedido de condena a muerte, aunque sepa que el condenado es uno de los torturadores de mis hijos. Sé que si pido la muerte de mi enemigo no habrá separación posible entre él y yo".
Nadine Gordimer insistió sobre el imperativo de conocer la verdad, que clarifica y depura. Laura Bonaparte estuvo de acuerdo, la verdad necesita ser entendida, con todo lo que eso implica. Pero para poder merecer el perdón el otro debe reconocer su accionar.
Tema que remite a Borges. La cita que corre en labios de muchos encabeza el último párrafo del libro de David Rieff: “Yo no hablo de venganza ni perdones –escribió Borges– el olvido es la única venganza y el único perdón. Quizá exageró. Aun así, sin la opción al menos del olvido, seríamos monstruos heridos, que no dan ni reciben perdón… y, suponiendo que hayamos prestado atención, seríamos inconsolables”.
Si el maestro exageró o no, no podremos saberlo. Lo que sí sabemos es que en 1985, años después de emitir esa sentencia, confesó en una entrevista que él no leía diarios y sus amigos conservadores negaban todo, por eso sólo supo la verdad de lo ocurrido cuando fue a verlo Agustina Paz, que tenía una hija desaparecida, y luego lo visitaron las Madres de Plaza de Mayo.
Y en la red se encuentra un texto de Borges, fechado el lunes 22 de junio 1985, que narra su asistencia a un juicio a los represores y entre otras reflexiones afirma: “¿Qué pensar de todo esto? Yo, personalmente, descreo del libre albedrío. Descreo de castigos y de premios. Descreo del infierno y del cielo. (..) Sin embargo, no juzgar y no condenar el crimen sería fomentar la impunidad y convertirse, de algún modo, en su cómplice".
Leo la palabra impunidad como resaltada en letras rojas. El 30 de agosto las Naciones Unidas conmemora el Día Internacional del Detenido Desaparecido. Desde el 1° de septiembre se encuentra en librerías Elogio del olvido. ¿Dos caras de la misma moneda?