Chile, en la encrucijada
El 11 de marzo Michelle Bachelet le entregó los atributos de la presidencia de Chile a Sebastián Piñera. La misma ceremonia con los mismos protagonistas ocurrió hace exactamente ocho años. En esa oportunidad, el nerviosismo por el primer gobierno de derecha en democracia concitó mucha atención. En esa ocasión, además, el flamante gobierno tuvo que redireccionar sus prioridades a la reconstrucción del país luego del devastador terremoto que había tenido lugar apenas semanas antes. Hoy, por el contrario, la cosa parece ser menos ardua. El presidente y la coalición que lidera poseen mucho más experiencia, y los chilenos esperan que Piñera cumpla su promesa de retornar a la senda del crecimiento.
Seguramente el proceso chileno será seguido con mucha atención de este lado de la cordillera. Pocos países generan tanto debate entre los círculos académicos vernáculos como Chile. Para la (digamos) "derecha" local el proceso chileno demuestra las posibilidades de crecimiento de un país cuando este se gobierna en el marco de un capitalismo moderno con sensatez y "sin populismo" (muchas veces un eufemismo para "peronismo"). Las tasas de crecimiento que permitieron una formidable reducción de la pobreza así lo demuestran. Para la "izquierda", por el contrario, los cimientos ilegítimos de la transición tutelada por la dictadura impugnan un proceso que ha sido a su vez incapaz de resolver la inicua distribución del ingreso. Estos últimos parecen olvidar que independientemente de la distribución del ingreso hoy es mejor ser pobre en Chile que en la Argentina y que el crecimiento es necesario (no suficiente, claro está) para mejorar las condiciones de vida en cualquier sociedad. Los primeros, por su parte, suelen desconocer que Chile es un país más sencillo de gobernar que el nuestro, donde factores estructurales (el federalismo o el sindicalismo) aumentan el número de actores con veto y hacen más compleja la puja distributiva.
En este sentido, habrá que prestar atención para ver si las crecientes tensiones sociales con inéditas movilizaciones sociales en el país vecino tienen que ver con que haya alcanzado un estadio que los sociólogos políticos definieron como la trampa de los ingresos medios. Samuel Huntington y Seymour Lipset subrayaron cómo el crecimiento económico (como el que experimentó Chile) puede ser, paradójicamente, sumamente desestabilizador. La prosperidad, la urbanización, el alfabetismo y la educación crean elevadas aspiraciones y expectativas que si no son satisfechas galvanizan a los nuevos grupos empoderados y los llevan a la acción política. Muchas veces se crea una ilusión entre esos nuevos grupos de que el país es más rico de lo que realmente es. Así, ese crecimiento de las demandas insatisfechas genera crisis de legitimidad de los gobiernos. ¿Serán las manifestaciones de los estudiantes y las capas medias, inéditas hasta hace algunos años en Chile, síntomas de esta situación?
Estas sociedades se encuentran en una encrucijada: pueden intentar aplacar las demandas crecientes de los nuevos grupos, pero distraer recursos de las inversiones por la presión pública implica menor crecimiento económico, realimentando el círculo vicioso. Así, paradójicamente, la modernización económica produce inestabilidad e ingobernabilidad.
Si lamentablemente fuera el caso de que Chile haya llegado a la trampa de los ingresos medios, lo que no le va a faltar es compañía. La Argentina y Brasil se encuentran allí desde hace medio siglo.
Doctor en Ciencia Política, Docente Unsam-UTDT