Chejov en la intimidad
Por Silvia Hopenhayn Para LA NACION
En Cuaderno de notas , de Anton Chejov, se pueden encontrar ideas para escribir ("Para una pieza: una vieja liberal se viste como una joven, fuma, no deja de hacer vida social. Un ser simpático"), un nombre que resuena ("Guerassim Yacheritsa"), el gusto por una palabra ("Pasión por la palabra «uterino»: mi hermanito uterino, mi esposa uterina, mi cuñado uterino, y así siguiendo"), una recomendación botánica ("Para las pestes de los árboles, infusión de hoja de tomate"), una lista para un viaje breve ("Dos camisas, un camisón, un par de calcetines, un pañuelo, un calzoncillo largo, una servilleta"), una apreciación de género ("Las mujeres, sin la compañía de los hombres, se marchitan; los hombres, sin la compañía de las mujeres, se idiotizan"), un título posible para una obra ("La lluvia de oro"); una exclamación profunda ("¡Agujero!").
Todo cabe en este cuaderno de notas del más sutil dramaturgo ruso. Lo más nimio, lo más hondo, la tristeza y la alegría siempre chejovianas, o sea, en pequeñas dosis, al alcance de la mano.
Sus observaciones sobre el comportamiento humano se han hecho carne en personajes endebles, a veces ríspidos, pero siempre conmovidos por alguna alteración de la vida cotidiana. No plantea la fatalidad de la tragedia, sino más bien los límites de la condición humana cuando los sentimientos afloran confusos. En vez de dividir a las personas en víctimas y victimarios, como opuestos interdependientes, sus personajes suelen ser víctimas de sí mismos, y eso es, quizá, lo que, al leer sus obras, provoca una pena indiscernible.
Recién editado, Cuaderno de notas es un libro para acompañar a Chejov en su punteo de la vida. Sus palabras, frases y párrafos son señales que no sabemos si indican un espacio real o algo que nunca llegó a ocurrir. Esa es la magia de los cuadernos de notas de escritores: la posibilidad de conocer lo que no llegó a advenir, desde el esbozo de una obra hasta el nombre de un personaje que no alcanzó a cobrar vida literaria. Y, al mismo tiempo, en esas páginas privadas, aparece una forma de percibir y emplear el paso del tiempo. Las anotaciones -de lo más disímiles, en este caso- revelan el impulso de escribir todo lo que le pueda haber pasado al autor.
Sin duda, es una lectura que se propone íntima; en cierto modo, gozosa, no por las elucubraciones literarias, sino por la cercanía que se establece con el autor de La dama del perrito y de obras como La gaviota , Tres hermanas y El jardín de los cerezos . Pero, al mismo tiempo, permite conocer la vida mundana del artista, por afuera de sus geniales creaciones, dando cuenta de la necesidad urgente de capturar con palabras aquello que se esfuma.
Con posfacio y meticulosa traducción de Leopoldo Brizuela, este libro es sólo para los que quieran hacerse amigos de Chejov y conocer los esbozos de sus días.
Vlady Kociancich, en el bello prólogo del libro, lo anuncia casi amorosamente: "Chejov parecía haber escrito sólo para amantes de Chejov. Tan íntima era su obra, tan exclusiva de ciertos temperamentos, que un sí a la pregunta «¿te gusta Chejov?» podía iniciar una amistad o un romance".