¿Chau, teléfono? Una silenciosa despedida
Considerado una especie en extinción -o incluso un fósil mediático- este artefacto fue el puente comunicacional de generaciones enteras; la película sobre Tangalanga revive su otro uso: el humor
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El sonido de un llamado telefónico a las seis de la mañana y una conversación entre una madre que reclama y un hijo tímido. Así comienza El método Tangalanga, el film protagonizado por Martín Piroyansky que se estrena en los próximos días. Ambientada en la Buenos Aires de los años 60, la película pone el foco no solo en la creación del personaje y el hombre gris detrás de las célebres bromas telefónicas, sino también en el mismísimo aparato electrodoméstico que las permitía, y esa tecnología de la comunicación anónima, a distancia, sincrónica, íntima pero discreta que ofrecía e imponía ese dispositivo.
El doctor Tangalanga (alias de Julio De Rissio) y su genial método para el arte de la oratoria y la provocación son la consagración también de un fenómeno mediático alternativo que se vale de una tecnología para construir no solo su notoriedad boca a boca sino también un extraño género de humor.
Ruido de fondo (“White Noise”), por contraste, es también una mirada sobre las tecnologías de la comunicación pero, ambientada en los Estados Unidos de los primeros años 80, pone el énfasis en la omnipresente televisión y la fotografía, y desde ahí en el consumo masivo, los supermercados y, especialmente, la mala o la desinformación.
“La familia es la fuente de toda desinformación”, suelta el protagonista Adam Driver en esta adaptación de una novela de Don DeLillo que ya está entre las películas más vistas de este comienzo de año en Netflix. El director y guionista Noah Baumbach, una vez más, se concentra en los diálogos, parlamentos y conversaciones. Si bien parecía una pieza difícil para la adaptación, logra con habilidad construir ese “ruido de fondo” entre charlas banales y superpuestas, comentarios menores y discursos universitarios, y grandes dramas (accidentes mortales, nubes tóxicas). Aunque el foco es doméstico, el teléfono, curiosamente, no aparece.
¿Es acaso el aparato llamado “teléfono”, creado a fines del siglo XIX y popularizado al extremo de ubicuidad durante el siglo pasado, una especie en extinción que ya merece ser mirado como una reliquia? ¿Estamos preparados para despojarnos de él habiéndolo reemplazado por el “celular” (por las características de la conexión vía celdas), “el móvil” o, más claramente aun, el “smartphone”? Vale destacar que el iPhone fue creado recién en 2007, y que, con su sistema de aplicaciones y su versatilidad funcional, apenas cumplió los 15 años de vida.
¿Es el teléfono, entonces, un “fósil mediático”? Es ese modo en el que describe a estas especies perdidas el profesor Carlos Scolari en su interesante repaso con sustrato ecológico sobre las diferentes etapas en La guerra de las plataformas (Anagrama, 2022). Como explicita en el subtítulo, su relato busca cruzar milenios, del papiro al metaverso, en un recorrido que va desde las primeras tecnologías hasta las últimas “especies depredadoras de nuestra atención”. Así define a redes como Twitter o TikTok.
El escritor argentino Martín Kohan publicó recientemente ¿Hola? Un réquiem para el teléfono, un interesante y divertido ensayo en el que emprende, con fragmentos, una mitología de la conversación telefónica. Cita, hacia al final a Tangalanga, pero también a Borges y el rol del teléfono en el desenlace del cuento “Emma Zunz”. Así, recorre desde las hot line y el arte de la insinuación a referencias literarias o populares (el “0303456″ de Raffaella Carrà o el “¡Hola Susana!”). Y se detiene en los modismos y rituales que montamos alrededor de ese aparato cableado. Antes, deconstruye lo que la comunicación telefónica tiene de propio, de único: una persona que está lejos, muy lejos, a la que no vemos pero imaginamos, y que nos habla al oído, casi como un susurro. Por contraste con las vicisitudes de los chats asincrónicos o las videoconferencias masivas de hoy, el teléfono, la conversación telefónica tradicional, diríamos, aporta una intimidad distante.
“El mundo es un lienzo y mi voz es el pincel”, agrega un curioso personaje en el film sobre Tangalanga, caracterizado por Silvio Soldán. Es un maestro de oratoria que busca estimular la personalidad, la diplomacia y la seducción a través de esas técnicas. “Toda nuestra vida social está medida por la voz, que es efímera e incorpórea”, dice el filósofo y psicoanalista esloveno Mlaen Dolar. El auge de los podcast, entre las últimas tendencias mediáticas, parece traer también ese mismo diagnóstico que nos legó el teléfono: escuchar sin ver. Esa curiosidad que se destaca en una frase del teórico e historiador Walter Ong: “La vista aísla, el oído une”.