Charlatanes y excéntricos
El protagonismo mediático que adquirió no hace mucho la Sociedad de la Tierra Plana, integrada por miles de personas que sostienen que vivimos sobre un disco chato, muestra que la credulidad puede llegar a extremos inimaginables.
Los “terraplanistas” desconocen evidencias reunidas durante dos milenios y medio (incluyendo la célebre imagen Earthrise, la “salida de la Tierra”, tomada hace 50 años por el astronauta William Anders durante la misión Apolo 8, y en la que se ve nuestro hogar en el espacio como una bolita azulada flotando sobre el horizonte de la Luna). Pero lo que de verdad alarma es la persistencia de esta y otras ideas igualmente estrambóticas a pesar de las innumerables certezas que las refutan.
Ya antes de que lo hubieran probado los satélites, la esfericidad de la Tierra había sido postulada por Aristóteles, constatada por Magallanes y Elcano con su circunnavegación del planeta de 1519, y sugerida por la sombra que se proyecta sobre la luna durante los eclipses...
Aparentemente, la Sociedad de la Tierra Plana fue fundada a mediados del siglo XX, precisamente cuando se lanzaba la carrera espacial, por un tal Samuel Shenton nacido en Dover, Reino Unido. Pero Shenton tiene antecesores. Uno de ellos fue el “sanador” John Alexander Dowie, que había fundado en Zion, un poblado sobre el lago Michigan, unos 65 km de Chicago, Estados Unidos, una secta religiosa llamada La Iglesia Cristiana Apostólica. Tras su expulsión, un acólito, Wilbur Glenn Voliva, continuó su obra con mano de hierro. En Zion regían normas estrictas: “Podían arrestarte y multarte por fumar, o por silbar en domingo”, bromea el gran divulgador de la matemática Martin Gardner en una antigua edición de su libro Fads and Fallacies in the Name of Science (Modas y falacias en nombre de la ciencia, Dover Publications, 1957).
Voliva no solo creía que la Tierra era plana, sino también que una enorme pared de nieve y hielo evitaba que los barcos se despeñaran y cayeran en el Hades, una especie de sótano donde vivían los espíritus de una raza que había florecido antes de los tiempos de Adán. La Luna emitía luz y el Sol medía 51 kilómetros de diámetro, y estaba a 4800 kilómetros de distancia. También pensaba que los astrónomos eran tontos. Predijo el fin del mundo en 1923, 1927, 1930 y 1935, y ni se inmutó al verificar que eso no ocurría. También se equivocó en sus profecías acerca de su propia muerte, que ocurrió en 1942, cuando tenía 72 años, aunque él creyó que iba a llegar a los 120 gracias a una dieta de nueces y suero de leche.
Shenton, Dowie y Voliva no fueron los únicos que pregonaron teorías abstrusas sobre la forma de la Tierra cuando ya estaba probado que era esférica: a principios del siglo XIX, John Cleves Symmes, un militar norteamericano retirado, pregonó que era hueca y estaba hecha de cinco esferas concéntricas con agujeros de miles de kilómetros de diámetro en los polos.
Uno de sus “apóstoles”, Marshall B. Gardner, publicó un libro llamado Journey to the Earth’s Interior (Viaje al interior de la Tierra, que todavía se vende en Amazon.com) explayándose sobre sus teorías. Menos de seis años después de la segunda edición, Richard Byrd voló sobre el polo y no pudo divisar ningún agujero... Otro, Cyrus Reed Teed, dio conferencias y escribió durante 38 años en defensa de la teoría de la Tierra hueca, pero además sostuvo que nosotros vivíamos ¡en la parte de adentro!
Martin Gardner repasa los casos de varios de estos excéntricos. Y ofrece algunos consejos para identificar charlatanes: suelen considerarse genios incomprendidos, ven a sus colegas como ignorantes o estúpidos, se sienten injustamente perseguidos y discriminados, se comparan con los científicos más brillantes, y con frecuencia escriben usando palabras y frases que ellos mismos acuñan. Cualquier semejanza con ciertos personajes actuales no es pura coincidencia.