¿Cesarismo o república?
En el día de su asunción el presidente electo, Javier Milei, evalúa dirigirse únicamente a sus seguidores en la plaza del Congreso y no hablaría en la Asamblea Legislativa como lo hicieron todos los presidentes en estos 40 años de democracia. Aunque se trata de una cuestión que no está reglada en la Constitución Nacional, la dimensión simbólica, estética y ética es también la acción política de un gobernante. El primer discurso de un presidente, como mensaje público de significativa relevancia, no debería darse a espaldas del Congreso Nacional. Semejante comienzo generaría incertidumbre y dudas innecesarias para este momento tan complejo de la Argentina en el que deben primar los valores republicanos.
La división de poderes no debilita las instituciones ni es un obstáculo. El Congreso no es solo la representación del pueblo y de las provincias, sino que es el ámbito de excelencia para la deliberación y conversación pública. Por eso es el primer poder que aparece en la Constitución Nacional, con sus aciertos, errores, acciones u omisiones reside en él un valor esencial de la democracia liberal: la pluralidad.
Acá nadie está cuestionando que el presidente le hable a sus seguidores en las plazas, lo que pretendemos es hacer un llamado de atención y una invitación a la reflexión. No vamos a obtener buenos resultados haciendo siempre lo mismo. En la Argentina ya hemos transitado etapas con poder concentrado en pocas manos y basado en la autoridad suprema de un jefe. Este enfoque cesarista, que concentra excesivamente el poder en un líder -guardando ciertas similitudes con la decadencia de la república romana- nos puede llevar a la marginalización, al debilitamiento e incluso a la anulación de las instituciones parlamentarias. La tentación de ceder ante esta perspectiva representa una amenaza directa para los fundamentos democráticos y la participación ciudadana. En lugar de sucumbir a tal peligro es esencial reforzar nuestro compromiso con los principios de la República.
Es verdad que la democracia no ha dado respuesta a los problemas más urgentes -y todos debemos hacer una autocrítica profunda y sincera- pero las soluciones llegarán si mejoramos nuestras instituciones, no si las destruimos. Solo con república lograremos prosperidad y desarrollo económico. Hoy lo nuevo, lo diferente, lo que esperan millones de argentinos es respetar las instituciones, trabajar en equipo y por el bien común, construir acuerdos plurales, ejercer una ética de la alteridad, un diálogo sin trampas con escucha y templanza, reglas de juego claras y seguridad jurídica y concordia. Esto es lo que hacen los países que admiramos por sus niveles de desarrollo.
En nuestra república el pueblo gobierna a través de sus representantes y autoridades establecidas por la Constitución. La democracia representativa requiere instrumentos como el sufragio, el sistema electoral, los partidos políticos y la división de poderes para funcionar. Los populismos, de derecha o izquierda, suelen justificar sus ataques a las instituciones con la necesidad de mantener únicamente un diálogo “directo” con el pueblo.
No podemos repetir viejas y actuales prácticas que han erosionado las instituciones, los derechos de propiedad y las libertades individuales de cada uno de nosotros: ignorar al Congreso Nacional y gobernar mediante decretos de necesidad y urgencia, superpoderes y delegaciones legislativas.
La verdadera república implica que nuestras vidas, bienes y libertades no dependan de la voluntad arbitraria de un grupo o una persona. Por eso existe el Congreso Nacional, el lugar donde cada uno de nosotros está representado a la hora de debatir y crear la ley. Como dijo el Fray Mamerto Esquiú en 1853: “Los hombres se dignifican postrándose ante la ley, porque así se libran de arrodillarse ante los tiranos”.
No puede pasar desapercibido que algunos invitados extranjeros a la asunción del gobierno electo han despreciado el rol de los poderes legislativos en sus propios países o gobiernos, afectando los derechos humanos y libertades individuales. Por ejemplo: Donald Trump, Jair Bolsonaro, Santiago Abascal, Nayib Bukele o Viktor Orbán. Y hay que señalar que Orbán, un aliado del ruso Vladimir Putin, promueve políticas homofóbicas, anti-minorías y restrictivas de las libertades que no parecen para nada coincidir con la ideología liberal y “el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo”.
El poder de lo simbólico también construye lo real, por eso comparto estas reflexiones que buscan contribuir y evitar la repetición de experiencias que nos alejan del camino virtuoso que necesitamos recorrer a 40 años de recuperada la democracia. Por último, deseamos lo mejor al nuevo gobierno ya que su éxito también será el éxito de la Argentina toda.
Diputado nacional y presidente de la Coalición Cívica ARI