César Aira. El dadaísta oculto
En diciembre de 2018, la plataforma de televisión en streaming Netflix colgó un capítulo único y especial de la serie británica Black Mirror que llevaba el intrigante nombre de "Bandersnacht", por un videojuego de mitad de los años ochenta. La particularidad de ese capítulo residía en que le daba al usuario de Netflix la posibilidad de elegir el destino de las imágenes convirtiendo al control remoto en una suerte de apuntador de demiurgo y al capítulo en una versión siglo XXI de los libros del estilo Elige tu propia aventura. El telón de fondo de "Bandersnatch" era la tiranía de la elección a la que vivimos sometidos convirtiéndonos en neuróticos clickeadores sobre una pantalla luminiscente.
Veinticinco años atrás, en una entrevista con el periodista Daniel Molina, el escritor César Aira atisbaba algo de este problema contemporáneo que Black Mirror había convertido en entretenimiento de masas. "La indiferencia es una liberación. Cada vez soy más indiferente. Por ejemplo, he reconfirmado mi decisión de votar en blanco el resto de mi vida. Esta indiferencia particular es más sencilla de justificar. Pero la indiferencia tiene que generalizarse, tiene que ver con un arte de liberarnos de las afecciones. Nos enfrentamos al espectro de las pasiones y hay que elegir, por el amor, por el odio… bueno, la indiferencia significa pasar a otro nivel, ahí estamos fuera de la elección".
Aira cumplió setenta años en febrero. Cuando hizo aquella defensa de la indiferencia como estrategia, Molina consignaba que había publicado quince libros, que tenía cuatro más en imprenta, que acababa de terminar otro y que ya estaba escribiendo uno nuevo. En marzo de 2018 La Nación señaló la salida del libro número cien de Aira (El gran misterio, Blatt&Ríos) y para ese momento ya tenía dos libros más para ser editados. El cálculo lo había difundido Ricardo Straface mientras avanzaba en el cierre del libro César Aira, un catálogo, acaso la obra más necesaria sobre el escritor nacido en Coronel Pringles y vecino del barrio de Flores. Hasta que Straface no puso uno sobre otro los libros de Aira (novelas, nouvelles, obras de teatro, relatos, ensayos) y los enumeró, nadie, quizás ni siquiera el mismo autor, sabía a ciencia cierta cuánto había escrito César Aira. Reunir su bibliografía parece siempre un anhelo; da la sensación de que sus textos se multiplican en un laberinto de espejos como esos de los ascensores de la arquitectura posmoderna. Han salido, salen, en editoriales multinacionales e independientes al mismo tiempo; en ediciones muy rústicas (Eloísa Cartonera) y fetiche (las dos tapas de la novela El Mármol, publicada por La Bestia Equilátera). Se reeditan en nuevas colecciones mientras las escasas ediciones originales cotizan como antiques en el mercado del libro usado (la primera y única edición de Juan Moreira, de 1975, se ofrece en Mercado Libre a ¡80.000 pesos!). Así, parece no haber control sobre su producción. Sus textos, generalmente cortos, parecen contaminar la máquina editorial con la supuesta espontaneidad del posteo digital, del blog a Twitter. Aira no tiene el límite de los 140 caracteres, pero anticipó algo de esa contención con el ritmo de su escritura. Empieza a escribir (siempre a mano y en una libreta negra) y sabe que hay un objeto libro cuando ha redondeado las cien páginas. Allí se detiene. Es, al fin, quien ha llevado más lejos el breve manifiesto de su amigo Osvaldo Lamborghini: "Primero publicar, después escribir".
En el ensayo Espectáculos de realidad (Beatriz Viterbo, 2007), el crítico Reinaldo Laddaga encontraba en la obra de Aira, el peruano-mexicano Mario Bellatin y el brasileño João Gilberto Noll, la clase de literatura sobre la que viajaba tatuado el paisaje contemporáneo. "Estos son libros que se escriben en una época en que, por primera vez en mucho tiempo, no está claro que el vehículo principal de la ficción verbal sea lo impreso: en la época de Internet, de la televisión en cable, de la transmisión televisiva durante 24 horas […]. En estos universos contemporáneos, la letra escrita no está nunca enteramente aislada de la imagen y del sonido, sino ya inserta en cadenas que se extienden a lo largo de varios canales […]. Esta es la literatura de un momento en que todos los impulsos se reúnen en lo que el arquitecto Rem Koolhaas llama junkspace (espacio basura), la continuidad de los residuos que se resuelven en un mismo flujo que conjuga informaciones, ficciones, invenciones, documentos y disfraces". Para Laddaga, lo de Aira más que novelas son emisiones, posteos, de un único y larguísimo libro ya traducido a más de veinte idiomas, incluido el mongol.
Es muy probable que Aira escuchara esta teoría con desdén. Cuando cumplió los setenta, la Biblioteca Nacional le organizó un festival de lectura al que por supuesto no asistió y la poeta punk Patti Smith posteó en Instagram una foto junto a él, de cuando se vieron en Nueva York. Smith había realizado una celebratoria crítica retrospectiva de su obra en The New York Times y durante su visita a Buenos Aires en 2018 no solo lo nombró como su escritor favorito en la rueda de prensa previa a su concierto, sino también luego, en una conversación en el escenario de la sala sinfónica del CCK con Alberto Manguel, volvió a destacarlo (ante el desconcierto del erudito ex director de la Biblioteca Nacional, que acaso hubiera preferido un nombre más canónico).
En la trastienda de la librería La Internacional Argentina en Villa Crespo, donde Aira se deja ver de tanto en tanto, alguien le preguntaba meses atrás por ese reconocimiento a dos bandas de Patti Smith. "¿Te acordás de Patti Smith? Yo tenía el disco Horses…", había respondido Aira, lacónico, indiferente, de bermudas color caqui y sandalias con medias, una sonrisa a media asta que trae a su rostro reminiscencias de Stephen King, a quien ha traducido más de una vez como parte de su oficio en la industria editorial. Ni medio atisbo autocelebratorio.
Hace muchos años ya que Aira decidió no conceder entrevistas en la Argentina, y las da a cuentagotas afuera, en oportunidad de algún lanzamiento. Su invisibilidad va a contramano de la construcción pública que se hace hoy del escritor como estrella cultural, un personaje nómade que anima festivales y congresos, y que necesariamente debe tener una opinión de peso sobre la actualidad. Lo más cerca de una definición sobre su obra que hemos tenido de su boca es esta: "Escribo cuentos de hadas dadaístas". En esas cinco palabras entra un complejo mecanismo que entrecruza el relato iniciático, ejemplificador, con la vanguardia del siglo XX que mayor penetración ha tenido en la estética contemporánea. Al llamarse de algún modo dadaísta, Aira se inscribe en una tradición subversiva que va del ready made de Duchamp a la escatología punk y la desmaterialización de la obra aplicada a una forma de relato atávica. El proyecto parece no tener límite, de allí su prolífico e incansable aliento en la escritura, explotando escenarios rurales (parodias de la gauchesca) y urbanos (Flores como mapa delirante).
Como se lo explicaba a Molina en aquella entrevista que el mismo Aira recomienda tomar como medida de su pensamiento: "(…) Que un sapo se transforme en príncipe, un zapallo en carroza, es empezar a transformar. Hay que seguir y seguir hasta que el mundo se transforme en mundo, en el mismo mundo que estamos viendo". Aira es eso, un dadaísta que busca escribir el cuento de hadas perfecto en el que el mundo finalmente se transforme en eso, el mundo.
Su última novela publicada se llama El juego de los mundos (Emecé) y en ella dos hermanos adolescentes pasan sus días absorbidos en un juego virtual llamado "Realidad Total". ¿Bandersnatch? Es una reedición. La edición original (inconseguible) la hizo Ediciones El Broche de La Plata en 2000. El sello, como en la serie Misión imposible, fue creado y destruido para publicar este único libro de Aira. Y esto sí que es un cuento dadaísta.