Cerrar el paso a un fantasma que vuelve a agitarse
Violencia gestual, de palabra y en los hechos se acumularon en los últimos días. Si lo naturalizamos, el fenómeno escalará
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Nos habituamos de a poco, a lo largo de las últimas décadas, hasta normalizar un trueque ruinoso: pasamos de tener una mayoritaria clase media como sólida base social de la sociedad argentina hasta comienzos de los años 70 a que la pobreza ocupe el centro del escenario y siga avanzando impetuosa. Éramos un país que de ufanarnos de tener bajísimos niveles de inseguridad pasamos a vivir enrejados y con miedo a terminar asesinados hasta por el robo de un simple celular. De una educación pública ejemplar -cimientos fundamentales de una sociedad con equidad- derrapamos a una escuela maltrecha, botín de jerarcas gremiales caprichosos y partidizados, por la interminable inactividad impuesta con la excusa del Covid y la creciente presencia de profesores militantes (cuya última exponente es la energúmena que a los gritos intentaba catequizar políticamente a sus alumnos, con sorprendente aval del presidente de la Nación).
Hay algo, al menos, en lo que se había avanzado: la violencia política que se enseñoreó desde fines de los años 60 hasta principios de los 80, quedó atrás, y dejó de ser endémica, con la recuperación de la democracia en 1983.
Pero deberíamos estar muy alertas para no caer de vuelta en flagelos similares y que no nos suceda lo mismo que nos pasó con la clase media, la seguridad y la escuela pública ejemplar que se perdieron ante nuestros propios ojos sin que atináramos a reaccionar a tiempo para evitarlo.
En este sentido, las últimas noticias no han sido nada buenas comenzando por el ataque a tiros contra el diputado del PJ Miguel Arias durante un acto de cierre de campaña en Corrientes, donde hoy el gobernador radical Gustavo Valdés buscará la victoria para acceder a un segundo mandato. Como bien señaló la ministra de Seguridad de la Nación, Sabrina Frederic, más allá de que no debe ser descartada ninguna hipótesis sobre el móvil del atentado, que haya sucedido en pleno acto proselitista, instala un episodio de “violencia política”, ya que Arias fue herido a la vista de todos y la situación quedó registrada por las cámaras. “El contexto no debería escapar a la investigación”, advirtió Frederic.
Más antojadiza resultó, en cambio, la forzada vinculación que realizó Máximo Kirchner entre el atentado de Corrientes y el periodismo, caballito de batalla preferido y monotemático del ultrakirchnerismo. “Ese odio de los medios de comunicación que estigmatizan siempre sectores políticos -azuzó el líder de La Cámpora desde un acto en Escobar del Frente de Todos- son el caldo del cultivo de gente que después va y actúa de esa manera”. No se privó, además, de sumar a esa absurda cuenta el ataque a tiros contra una sede de Nuevo Encuentro, en 2016, y la bomba en el local de La Cámpora en Bahía Blanca, en mayo de este año. “No respondamos nunca ese tipo de provocaciones”, aclaró, infaltable recomendación retórica para cubrirse de eventuales efectos “no deseados” que puedan desatarse en las catacumbas del barrabravismo peronista si interpretan la advertencia como un guiño para actuar justamente al revés.
La que pasó fue una semana de provocaciones tribuneras que no contribuyen, precisamente, a la concordia política. El alarde de Luis D’Elía cortándose él mismo la tobillera electrónica y exhibiéndola como un trofeo a sus seguidores tuvo cierta empatía gestual con la quema del ataúd con las siglas de la UCR que Herminio Iglesias llevó adelante en el cierre de la campaña del PJ en 1983. La revista Noticias ilustró su portada con aquella imagen, pero con photoshop cambió la cabeza de Iglesias por la de Alberto Fernández, en alusión a la serie de pasos en falso que viene dando en el manejo del llamado “Olivosgate”. Párrafo aparte, el lenguaje grosero y violento de su abogado Gregorio Dalbón contra miembros de la Justicia.
Más señales inquietantes: la presencia desafiante de Juan Pablo “Pata” Medina en un acto gremial, actividad que tenía prohibida por su situación procesal, lo cual lo llevó otra vez a prisión domiciliaria. Faltaba lo peor: el video en el que un grupo de encapuchados, blandiendo armas y haciéndolas gatillar, amenazaban al juez y al fiscal de la causa si volvían a encarcelar al exjefe de la seccional platense de la Uocra.
“Contrato sicarios para tirar tiros a jueces”, respondió desde la cárcel de Marcos Paz con total impunidad Ariel “Guille” Cantero cuando el tribunal que juzga en Rosario el raid delictivo de Los Monos, la banda narco que comanda, le preguntó por su oficio.
“Suelten a Los Monos o los matamos a todos”, dejó registrado una voz en el 911, audio dado a conocer en la segunda audiencia.
Narcos, barrabravas, política. Ojo con esa combinación explosiva. Que no sea la nueva rana que pongamos en la olla con agua a calentar hasta que hierva casi sin darnos cuenta.