Panorámica. Ceremonias que ayudan a atravesar el dolor
El 23 de julio se realizó en Luján una misa por los muertos del Covid-19
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Una vela, el silencio de un templo, un puñado de palabras: oración, salmo, ruego. Nada más universal, nada más presente en cada rincón del mundo, en cada creencia, incluso en las múltiples formas que adoptan los rituales laicos.
Alguna vez, un ser que ya merecía llamarse humano, intuyó que había un misterio que lo sobrepasaba, una muerte que se erguía, enorme, frente a su desnuda pequeñez. Aquel ser, en un gesto decisivo, decidió enterrar a sus muertos y luego erigirles monumentos de piedra. Son espacios que aún hoy nos interpelan, como si esas voces que hablaban una lengua imposible nos dijeran que sí, allá en el comienzo de todo también se alzaban hacia el mayor de los enigmas las manos, los ojos, la extraña geografía de los antiguos sitios de culto.
El impulso persiste, y por eso los templos pueden ser cobijo para algunos, maravilla para todos. La Basílica Nuestra Señora de Luján, por caso: su belleza neogótica, lo magnífico de sus arcos, sus bóvedas y altares. En ese lugar, días atrás se celebró una misa por los fallecidos a causa del Covid-19.
Tiempos de pandemia: no están las habituales multitudes que colmaban esas naves y, un poco en su lugar, se dispusieron mil pequeñas velas en forma de cruz.
“Donde existe el peligro, crece también aquello que puede salvarnos”, escribió el italiano Erri de Luca en un poema donde citaba a Hölderlin. En ese mismo poema apuntaba que solo dos cosas nos terminan protegiendo de los horrores del mundo: la palabra escrita y “las plegarias de una madre”.
Y de plegarias se trata, efectivamente, esta imagen. Las que se dijeron bajo los arcos monumentales y las que habrá musitado cada fiel en el íntimo refugio de su casa. También aquellas que cada quien, a su modo y atrapado en un presente que destila demasiado dolor, se dice para seguir en pie, para dejar que crezcan los lazos que pueden salvarnos.