Cerca de Putin en el peor momento
En el lugar equivocado, en el momento inoportuno; ahí estuvo Alberto Fernández cuando hace poco más de veinte días se le ocurrió pasar por Moscú y abrazarse con quien ahora se convirtió en un criminal de guerra
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En el lugar equivocado, en el momento inoportuno. Ahí estuvo Alberto Fernández cuando hace poco más de veinte días se le ocurrió pasar por Moscú y abrazarse con quien ahora se convirtió en un criminal de guerra. El extraño encanto del kirchnerismo por los hombres fuertes y por el estilo de los matones. Putin es el reverso de las democracias occidentales. Mejor, entonces. Putin refuta a las democracias burguesas, según gran parte de la facción política gobernante que abreva en los paradigmas de hace 50 años. A los kirchneristas les encanta también que alguien los atemorice. Hay algo de masoquismo político en esos gustos. Néstor y Cristina Kirchner gobernaron y gobiernan con métodos que muestran sus preferencias a ser, como Putin, más temidos que amados. Ahora no quieren nombrar a Putin y se resistieron a mencionar a Rusia. El primer documento del Gobierno se refirió a la “situación en Ucrania”; no escribió el nombre de Rusia. ¿Qué pasaba en Ucrania? ¿Sufría una ola masiva de contagios de coronavirus o había sido sacudida por algún estrago de la naturaleza? Los historiadores que lean ese documento tendrán que recurrir a otras fuentes para saber que estaba siendo invadida por su vecina Rusia, una de la principales potencias militares del mundo. El segundo documento avanzó un poco más y habló de “acciones militares de Rusia en Ucrania”. ¿Cuáles eran las acciones militares? ¿Hubo un desfile militar o un acto en homenaje al soldado desconocido? La agresiva invasión rusa por tierra, aire y mar estuvo muy lejos de esa edulcorada fraseología. Cristina calla sobre Rusia y Alberto Fernández eligió la neutralidad en la OEA frente a la invasión, cuando ni el silencio ni la neutralidad son ya opciones morales.
Casi ochenta años más tarde, el peronismo resucitó la Argentina de la Segunda Guerra; entonces también eligió mantenerse neutral entre Hitler y las democracias occidentales. Neutralidad entre el nazismo y la democracia. Perón estaba en aquel gobierno de la neutralidad. Entonces comenzó la debilidad peronista por los regímenes autoritarios. Putin es el nuevo nombre del expansionismo nazi. ¿Otro ejemplo? La eterna seducción del kirchnerismo por el duro régimen chino, una dictadura vertical e implacable, es contradictoria con los principios históricamente proclamados por el peronismo: nadie hizo más por la degradación de las condiciones laborales en el mundo que el Partido Comunista chino. El estado de bienestar europeo comenzó a desaparecer cuando Europa debió competir con China, que tiene a sus trabajadores a pan y agua.
¿Cómo pedirle un mínimo ajuste de cuentas púbicas a un gobierno que decidió subsidiar la mitad de las vacaciones de verano de todos os argentinos pobres o ricos que quisieron descansar cerca del mar o de la montaña?
No vale la pena repetir las obsecuentes palabras del presidente argentino ante Putin, ni sus feas alusiones a Estados Unidos, cuando lo vio en el Kremlin el 3 de este mes. Son demasiado conocidas. Más importante es saber quién le sugirió la idea descabellada de hacer escala en Rusia, cuando ni siquiera la necesitaba. Su compromiso era visitar China, no Rusia. Sea como fuere, fallaron todos los resortes del Estado que suelen proteger a los presidentes. Nadie le dijo a Alberto Fernández que Rusia estaba ya asediando a Ucrania en su propia frontera; que el presidente norteamericano, Joe Biden, alertaba sobre una inminente ocupación rusa del territorio ucraniano (advertencia que se demostró cierta, aun cuando muchos desconfiaban de ella), y que era mejor, por lo tanto, que no viajara a Moscú o que, si lo hacia, moderara el tono de las declaraciones privadas y públicas. Contra cualquier criterio de mesura y prudencia, el presidente argentino se paseó por Moscú como un turista accidental, como un hombre que ignora lo que está pasando a pocos metros de él. La Cancillería local fracasó o el Presidente es más terco de lo que parece. Y así, suelto y ligero, cometió uno de los más graves errores que haya perpetrado la diplomacia argentina. Solo comparable al maltrato con que Néstor Kirchner sometió en Mar del Plata en 2005 al entonces presidente norteamericano George W. Bush. Nunca más un presidente de Estados Unidos recibió a un Kirchner en la Casa Blanca.
El kirchnerismo “malvinero”, como se define esa facción política, es también paradójico. No se puede comparar la ocupación de las islas Malvinas por parte de Gran Bretaña con lo que está haciendo Rusia en Ucrania. La ocupación de las Malvinas sucedió en 1833, cuando no estaban vigentes los principios de las relaciones internacionales que rigen desde el fin de la Segunda Guerra, en 1945, según los cuales ningún país tiene derecho a ocupar por la fuerza el territorio de otra nación. Pero el pretexto básico de Putin es la defensa de las autoproclamadas repúblicas autónomas de Lugansk y Donetsk, que pertenecen a Ucrania y donde predominan sectores sociales prorrusos. La timidez del gobierno argentino frente a ese ultraje es un pésimo precedente para el caso de las Malvinas. ¿Con qué autoridad moral la Argentina se negará en adelante a los deseos de autodeterminación de los habitantes de las Malvinas si fue indiferente ante la proclamación de repúblicas independientes en el centro de Europa, con el argumento de la autodeterminación y bajo la protección de una potencia militar? También a las Malvinas la protege otra potencia militar, Gran Bretaña, desde hace 190 años. Otra vez: ¿por qué nadie le advirtió al Presidente sobre la confusión diplomática en la que se está metiendo?
Es probable que Biden no tenga más remedio, ante un cambio tan significativo en el mundo, que seguir propiciando el acuerdo de la Argentina con el Fondo Monetario. Pero las cosas se oscurecieron un poco en los últimos días, porque el staff del Fondo (los funcionarios estables del organismo) advirtió que Martín Guzmán le había hecho sarasa cuando le prometió bajar el déficit al 2,5 por ciento del PBI. ¿Cómo lo haría si no había una propuesta de aumento sustancial de las tarifas de gas y electricidad o, para decirlo con otras palabras, una baja importante en los subsidios para consumir energía? No hay muchas opciones: el déficit se bajará con un aumento de las tarifas de la energía o con una inflación que vaya licuando los salarios y las jubilaciones. Ya la propia directora del Fondo, Kristalina Georgieva, adelantó que el propósito del organismo era bajar la inflación argentina.
Quedan solo las tarifas. El problema de Alberto Fernández consiste en que las tarifas no son una cuestión que las decide él. Dice, mordaz, un funcionario cercano al Presidente: “Los aumentos de tarifas los resuelve el subsecretario de Energía, Federico Basualdo, en el Senado o en Juncal y Uruguay, depende de dónde esté Cristina”. Cuando Alberto Fernández accedió a la presidencia se comprometió ante varios interlocutores que jamás consentiría un atraso en el precio de las tarifas de servicios públicos. No sabía entonces que la vicepresidenta tomaría por asalto las oficinas donde se decide el precio de la energía. Pero, ¿cómo pedirle un mínimo ajuste de las cuentas públicas a un gobierno que decidió subsidiar la mitad de las vacaciones de verano de todos los argentinos pobres o ricos (el famoso Previaje) que quisieron descansar cerca del mar o de la montaña? ¿Cómo, cuando el país que hace ese despilfarro tiene un déficit enorme, carece de crédito internacional, está sin dólares y emite desbocadamente pesos espurios?
El precio de la energía aumentó en el mundo. En el directorio del Fondo están sentados representantes de gobiernos que en sus países debieron pagar un costo político por el aumento de la energía ante sociedades insatisfechas. ¿Por qué tolerarían el populismo argentino que aspira a seguir subsidiando el consumo de energía? Hay que parafrasear a Alberto Fernández: “Con Biden solo no alcanza, sin Biden es imposible”. Justo, además, cuando Biden hizo trascender su desagrado por la ingratitud del presidente argentino durante aquel viaje infeliz a la madriguera de Putin.