Ceños que se fruncen
Basta un módico semblanteo para arribar a este diagnóstico: ¡ojo!, empieza a resultar grave el nivel de crispación y prepotencia que exhiben unos cuantos prohombres del oficialismo, casi todos bastante camorreros e indispuestos al diálogo. Desde ya, ese elenco incluye a quienes gustan tergiversar la realidad, a los fabuleros, vicio que los acredita animadores del populismo más ramplón. Vean lo que opina la diseñadora de bigotes Pelambrina Peribáñez, cuyos aciertos como asesora de imagen de Aníbal Fernández le permitieron serlo, también, de Ricky Fort: "¡Oh, cuántos dirigentes políticos, entre oficialistas y opositores, persisten en la creencia de que el rictus turbulento y el discurso amañado son necesarios para resultar carismáticos y así cosechar más votos!".
Hace algunas semanas, con el título "Crece el malestar social por las peleas políticas", este diario publicó los resultados de una encuesta realizada por la consultora Poliarquía. Y, como cabía prever, la clase dirigente, con sus furias de utilería, con sus berrinches, integra el paquete de factores de angustia que sufre la plebe. El rubro clase dirigente aparecía allí en segundo lugar, detrás del rubro inseguridad, en la tabla de principales causas de sobresalto social.
Ciertas malhadadas peripecias dan pábulo a tal aserto: el kirchnerismo es virtuoso en el ejercicio de la confrontación a ultranza, razón por la que debe mostrarse embravecido y cascarrabias, siempre presto a imponer sus antojos, a exhibir desdén y/o desprecio por quienes piensan de otro modo. No cabe atribuir a la casualidad que el cardenal Jorge Bergoglio aludiera a los pesares que prodiga "la política del conflicto" en un acto celebrado en la Universidad del Salvador, ante dirigentes que se reconocen empeñados -¿puede uno suponerlos sinceros?- en la elaboración de consensos.
Los presidentes norteamericanos dedican una velada, en la Casa Blanca, a principios de cada mayo, a bromear con periodistas, y la tradición acuerda que deben pronunciar un discurso chacotón sobre sus rivales políticos, invitados al ágape.
Suena descabellada la suposición de que en la Casa Rosada pueda ocurrir cosa semejante. Aquí, quienes se oponen al versátil credo peronista no son adversarios sino enemigos de la peor calaña, a los que conviene infectar de insidias antes de que adquieran contextura de candidatos a algo.
"Sin duda -dice la señorita Peribáñez-, nuestra democracia ganaría en calidad si el desaforado apetito de poder no prevaleciera sobre la templanza de ánimo y sobre la urgente necesidad de servir al país." Pelambrina Peribáñez, ya mayorcita, se ha quedado, en muchos sentidos, para vestir santos.