¿Celebrar o reflexionar?
Estos días deberían ser para pensar un poco más profundamente sobre lo que nos pasa y cómo podemos empezar a revertirlo
El pasado martes se conmemoró el trigésimo aniversario de nuestra democracia. Fue un día para recordar otro, aquel de 10 de diciembre de 1983, pero no para celebrar porque el país se sumía en una ola de acuartelamientos policiales y saqueos que culminó con una docena de muertos. No hay lugar para los festejos cuando los acontecimientos actuales se transforman en un doloroso recordatorio de las deudas que estos treinta años acumulan en comparación con aquella promesa de una democracia incipiente y plena de optimismo.
Tomando la perspectiva de la economía no es difícil afirmar que la realidad ha quedado muy lejos de aquellas expectativas. En estas tres décadas hemos padecido dos hiperinflaciones, desempleo masivo, default, mega-devaluaciones repetidas, degradación de la infraestructura, una pobreza que alcanzó en el peor momento a la mitad de las familias, déficit fiscales crónicos, ajustes salvajes, despilfarro de nuestros recursos naturales, corralitos y cepos varios, privatizaciones seguidas de estatizaciones, desarticulación del aparato estatal, deterioro sistemático de la calidad educativa, desindustrialización e incumplimiento de los compromisos previsionales, entre otras calamidades.
No hay lugar para los festejos cuando los acontecimientos actuales se transforman en un doloroso recordatorio de las deudas que estos treinta años acumulan en comparación con aquella promesa de una democracia incipiente y plena de optimismo
Adoptando un postura un tanto reduccionista se podría decir que el progreso de un país está asentado en tres pilares: 1) la capacidad de una sociedad para asignar eficientemente sus recursos, 2) ampliando las libertades individuales, y 3) en un marco de creciente justicia social. El peso otorgado a cada uno de estos elementos dependerá de la ideología: cuanto más a la izquierda, mayor la predisposición a sacrificar eficiencia en pos de una mayor igualdad. Ese es precisamente uno de principales objetivos de la presencia estatal, que debe en algunos casos proveer, en muchos otros controlar, pero siempre generar entornos más estables y seguros. Parafraseando el informe de Lord Beveridge que precedió el Estado de Bienestar en el Reino Unido: debe ser capaz de brindar a los ciudadanos tranquilidad desde la cuna hasta la tumba.
Durante estos treinta años hemos tenido gobiernos radicales y peronistas con orientaciones económicas diversas. Ciertamente, disfrutamos hoy de mayores libertades individuales. Sin embargo, en materia de justicia social las cifras muestran que hemos retrocedido desde las experiencias democráticas previas más cercanas, ya sea fines de los ´50, mediados de los ´60 o principios de los ´70. Quizás la respuesta haya que buscarla, paradójicamente, en el primer componente: el desinterés de nuestra sociedad por una administración pública que propenda al buen uso de los recursos.
Sin ese comportamiento básico, la acción estatal, lejos de contribuir a un entorno más estable, induce a crisis de manera repetida. Desde 1983 la economía argentina ha estado 10 años en recesión, y ha sufrido crisis sistémicas tan importantes que en el imaginario popular hasta reciben un nombre, como ocurre con los grandes huracanes caribeños: Plan Primavera, Hiperinflación, Plan Bónex, Tequila o explosión de la Convertibilidad. La volatilidad, con sus monstruosas redistribuciones de riqueza, destruye el tejido social y los valores, a la vez que degrada aún más al propio Estado, en lo que constituye una suerte de círculo vicioso.
La volatilidad, con sus monstruosas redistribuciones de riqueza, destruye el tejido social y los valores, a la vez que degrada aún más al propio Estado, en lo que constituye una suerte de círculo vicioso
En este espacio se han publicado, en ocasión de la tragedia de Once y las inundaciones, sendas columnas sobre los costos de esta desidia ("Los muertos de la mala política" y "Lo que hay que ver cuando baje el agua" ). Lamentablemente, las víctimas mortales de estos días las mantienen vigentes. En el transcurso de la última semana hemos visto malos resultados en las pruebas de educación, una policía que elige ser piquetera y ciudadanos que corren a robar apenas dejan de ser vigilados, todo en el marco del presupuesto público (nacional, provincial y municipal) más grande de toda nuestra historia.
El martes no fue , precisamente, una jornada para festejar. Pero éstos sí deberían ser días para reflexionar un poco más profundamente sobre lo que nos pasa y cómo podemos empezar a revertirlo. Cuando parecía poco menos que imposible, los argentinos fuimos capaces de ahuyentar de una vez y para siempre el peligro de los golpes militares. Hoy tenemos que salir de un profundo quiebre moral para animarnos a soñar y trabajar en pos de una sociedad más moderna e igualitaria, con un uso republicano e inteligente de los recursos del Estado, más un sistema político que sea capaz de anticiparse a los nuevos desafíos que vayan surgiendo en el camino.
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