¿Celebrar o criminalizar la creatividad?
Compartir es su vida cotidiana y difícilmente alguien pueda convencerlos de que eso que hacen es ilegal
Como cada 26 de abril, la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual nos invita a pensar sobre los sistemas regulatorios que definen las formas de apropiación de creaciones, inventos y otros bienes intangibles. Este año, la OMPI propone celebrar el futuro de la creatividad a partir de una serie de preguntas sobre el mañana y el rol de la propiedad intelectual para las nuevas generaciones de creadores.
Lo que la OMPI omite decir en este llamado es que desde finales del siglo XX, y con aún más énfasis en el siglo XXI, los sistemas de propiedad intelectual y en particular el sistema de derechos de autor y conexos han entrado en una colisión permanente con las tecnologías que caracterizan el nuevo milenio y las prácticas creativas propias de nuestro tiempo.
Las tecnologías digitales no son otra cosa que máquinas de copiar disponibles y al alcance de la mano de cualquier persona que puede, de inmediato, intercambiar archivos, bajar y subir documentos a la red, multiplicar por millones una imagen en cuestión de segundos. Buena parte de las prácticas que tanto nos admiran y sorprenden de las nuevas generaciones colisionan con regulaciones que datan del siglo XIX y que la OMPI aún sostiene y defiende. El sistema de derechos autorales tal como lo conocemos hoy se forjó con el primer y más amplio tratado internacional en la materia, la Convención de Berna, firmada en 1886 y administrada actualmente por la OMPI. Este sistema fue respaldo de buena parte del surgimiento y auge de las industrias culturales propias del siglo XX. Pero en el siglo XXI, un sistema de gestión de derechos de autor basado en los derechos exclusivos y el monopolio sobre la copia parece poco viable.
No serán los monopolios sino la libre circulación de las obras las que promuevan el desarrollo de estas tecnologías desconcertantes
Cuando la OMPI se pregunta "¿qué tecnologías desconcertantes son por ahora tan solo una idea que agita la mente de un joven ingeniero? ¿quién creará la próxima revolución en Internet que volverá a cambiar la forma que tenemos de comunicarnos?", habría que responderle que no serán los monopolios sino la libre circulación de las obras las que promuevan el desarrollo de estas tecnologías desconcertantes. La trágica muerte de Aaron Schwartz, uno de los hackers detrás del protocolo RSS y de una enorme cantidad de contribuciones a la cultura global, da cuenta de la hipocresía de aquellos que pretenden celebrar la creatividad, pero sostienen sistemas legales que amenazan con 35 años de prisión y millones de dólares en multas a quienes luchan por el acceso libre a la cultura.
La OMPI se pregunta "¿cómo trabajan; cómo crean los creadores del futuro?" Buena parte de los movimientos culturales de nuestro tiempo se basan en prácticas que son consideradas ilegales por parte de las oficinas de copyright que no comprenden las nuevas formas de manipulación digital de las obras. Porque recordemos: hacer mashups, remixes y otras formas populares de obras derivadas son prácticas habituales pero ilegales.
Muchos futuros creadores están hoy estudiando en diferentes niveles, y lo hacen con fotocopias, con libros digitalizados por ellos mismos o sus propios compañeros, intercambiando con sus pares la información y los documentos necesarios para formarse. Músicos fotocopiando partituras e intercambiando archivos de audio. Escritores fotocopiando libros. Académicos y bibliotecarios infringiendo la ley. Videastas y cineastas accediendo a materiales inconseguibles en el circuito comercial pero indispensable para una cultura diversa.
Los derechos de los autores no pueden limitar los derechos de la ciudadanía de acceso y participación en la cultura, únicos garantes de la existencia de más y mejores obras creativas en el futuro
Los derechos de los autores no pueden limitar los derechos de la ciudadanía de acceso y participación en la cultura, únicos garantes de la existencia de más y mejores obras creativas en el futuro.
En la Argentina, la situación es aún más crítica. La ley 11.723, aprobada en 1933, ha sido sistemáticamente modificada a fin de extender la duración y los alcances de los monopolios de derechos de autor y conexos y muy pocas veces para velar por los derechos de los ciudadanos.
En este Día Mundial de la Propiedad Intelectual, en el cual se pretende celebrar la creatividad del futuro, debemos recordar que la Argentina cuenta con una de las leyes de propiedad intelectual más restrictivas del mundo. Es una de las pocas que no contempla excepciones y limitaciones a favor de bibliotecas y archivos, que violan la ley en casi todas sus tareas cotidianas. Tampoco se contemplan excepciones amplias para el sector educativo, que subsiste y sigue cumpliendo su misión de velar por el derecho a la educación a fuerza de fotocopiar textos de manera masiva. En la Argentina, la parodia de una obra es ilegal porque requiere autorización del autor parodiado para ser realizada. Ni hablar de las obras derivadas en materia audiovisual: remixar, traducir, subtitular incluso un video puede ser considerado fuera de la ley. El cambio de formato, la copia privada, la descarga desde Internet, la fotocopia de apuntes, el escaneo de libros, entre numerosas acciones legítimas y cotidianas son consideradas ilegales en la Argentina.
Nos dicen insistentemente que sin propiedad intelectual no habría cultura, desconociendo profundamente el hecho de que la gran mayoría de la cultura de la humanidad fue creada por fuera de estos sistemas que son propios de la modernidad. Dirán entonces que eran otros tiempos de la humanidad en los que no hacía falta un sistema como este. ¿Hace falta hoy un sistema de este tipo? Los sistemas regulatorios de derechos autorales tienen un rol social, un fin utilitarista y de diversidad cultural que debe ser evaluado regularmente para confirmar o no la necesidad de una legislación de este tipo. Si las consecuencias negativas del sistema actual superan sus beneficios sociales, como de hecho lo hacen, se hace imprescindible barajar y dar de nuevo.
Compartir es su vida cotidiana y difícilmente alguien pueda convencerlos de que eso que hacen es ilegal
La OMPI quiere preguntarle a los jóvenes cómo crean y producen. Para las nuevas generaciones, compartir es su vida cotidiana y difícilmente alguien pueda convencerlos de que eso que hacen es ilegal.
La OMPI y los defensores de la propiedad intelectual siguen tratando de educar a los más jóvenes en la idea de que compartir es malo, un delito. Pero como eso sólo no funciona, se profundizan las regulaciones y la criminalización.
Las nuevas tendencias en materia comercial indican que en el futuro, los tratados internacionales de propiedad intelectual serán superados por regulaciones más duras como las propuestas incluidas en el Acuerdo Comercial del Pacífico (Trans Pacific Partnership), que incluye a países de la región como Chile, Perú, Colombia y México. El fuerte debate desatado hace poco más de un año por las leyes SOPA y PIPA en los Estados Unidos no es otra cosa que un hito en la historia de la larga lucha por el control del conocimiento y la estratégica disputa por el control de Internet.
La pregunta que la OMPI no hace y que bien podríamos agregar es: ¿quién será entonces el próximo delincuente de la propiedad intelectual?
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