Celebrar en cadena nacional
Ebrio de gloria, el Presidente anuncia para celebrar su primer año de gobierno otra cadena nacional. Un ritual plebiscitario, un abuso de poder estatal, nada mal para alguien que odia al Estado. Se ve que lo disfruta. Será que la Argentina nunca derrotó al fascismo. Crecidos juntos en el seno del peronismo, el fascismo de izquierdas y el de derechas sobreviven en la cultura política del país, renacen a cada crisis, se pasan el testigo a cada giro histórico. Cuando gobierna la “izquierda”, asoma el fascismo plebeyo. El kirchnerismo lo ha aprovechado hasta agotarlo. Cuando gobierna la “derecha”, resurge el fascismo nacional. Milei pesca ahí sin pudor. Revolucionarios ambos, quieren purificar el ser humano, prometen el paraíso: todos los populismos son “regeneradores”, señalaba Isaiah Berlin, un pensador liberal que los liberales de hoy han olvidado.
Será porque no hay fenómeno argentino que no conserve un toque de “italianidad”, pero a cualquier italiano les resultan familiares ciertos viejos tics. Fascista es la violencia verbal (“hijos de puta”), fascistísima la vulgaridad como arma política (“zurdos de mierda”). Los tics y la estética: la escenografía del lanzamiento de Las Fuerzas del Cielo, los lemas, el estilo, las marquesinas, parecían sacados de Novecento, robados a Bertolucci. Machismo, megalomanía, pulsión represiva, falta de ironía, horror a la ciencia, exaltación de la voluntad, nacionalismo: todas marcas fascistas. “Libro y mosquete, perfecto fascista”, se jactaba la escuela fascista. Espada y bolígrafo encabezan un conocido blog mileísta. Mao Tse-tung prefería “tintero y cañón de fusil”. También él amaba invocar el sostén del “cielo”.
Perón lo admiraba. Pero admiraba aún más a los neofascistas italianos y a los falangistas españoles. Ambos cantaban las alabanzas de Eva Perón. Ese es el mundo en el que creció Giorgia Meloni, demasiado inteligente para exhibirlo, ese es el humus del que se alimenta Vox, tan desinhibida como para jactarse. Los amigos de Milei hoy, como los de Kirchner ayer, son ajenos al mundo liberal. No es ningún escándalo, pero que al menos se sepa. “La vida por Perón”, juraba Guardia de Hierro; “la vida por Néstor y Cristina”, prometía La Cámpora; “la vida por Milei”, cotorrean los libertarios. Aunque se detesten, no es por azar que se atraen y se entienden.
Hay más coherencia de la que se cree en esta historia, más genealogía de la que se conoce. En el vuelo que trajo de vuelta a Perón en 1973 iba sentado el jefe de la logia P2, el “titiritero” de la galaxia neofascista entre las dos orillas del Atlántico. Cuántas cartas afectuosas a Perón y López Rega se conservan en sus archivos, cuántas a Massera, ilusión neoperonista. Si el mundo anda mal, decía el almirante, era culpa de Marx y Freud, de la pérdida de Dios, patria y familia. Los cruzados de Milei recalientan viejas sopas. ¿Cuánto de “nuevo” y de “antiguo”, de fresco y de rancio hay en su amplio consenso?
Fascista, superfascista, es también el peor insulto mileísta: “cobardes”. Así gritaban los fascistas a quienes dudaban. Toda “derecha fascista” ha despotricado siempre y en todas partes contra la “derecha cobarde”, del mismo modo que toda “izquierda revolucionaria” ha perseguido siempre a la “izquierda revisionista”. Pero el tiempo pone las cosas en su lugar. Todos recuerdan a Benedetto Croce, pocos a Giovanni Gentile; todos a Felipe González, pocos a Santiago Carrillo. “Cobarde” es a menudo el epíteto que el necio dirige al sabio.
Todo esto, mejor aclararlo, no implica que la Argentina esté al borde del fascismo. Quienes lo dicen y anuncian “resistencia” hablan por hablar o tienen mala fe: remueven sus culpas para eludir la autocrítica. “Fascismo” es palabra de otra época, un fenómeno impensable en el mundo de hoy, tan fragmentado y plural, móvil e informado. Por eso hablamos de “democracias iliberales”. Lo que no quita que abunden los fascistas.
¿El síntoma más evidente? La concepción ética del Estado circulando como si nada, verdadero “corazón” común de fascismo y comunismo. Curioso. Quienes con mucha razón quieren adelgazar el Estado de sus exageradas funciones parecen apreciar su función moralizadora, la más inquietante y abusiva. “Estamos en guerra”, nos dicen los “cerebros” mileístas, afirmaban los “intelectuales orgánicos” kirchneristas. Una guerra cultural entre buenos y malos. Pasemos por alto la trascendencia de tan burdas y maniqueas ideologías, finjamos no notar las afinidades entre Laclau y Laje. Limitémonos a preguntar: ¿quién decide quién es bueno y quién es malo? ¿En calidad de qué? ¿Quizás aquellos que, kirchneristas antes, mileístas ahora, alardean de “superioridad moral”? Una vez conquistada la “hegemonía cultural”, ¿nos dirán quiénes somos morales y quiénes inmorales, cómo debemos vivir y cómo no debemos?
Tal era el sueño del Estado peronista, del Estado militar, del Estado kirchnerista. ¿También del Estado mileísta? Milei afirma que se propone “recuperar los valores éticos”, restablecerlos “en todos los órdenes de la vida”. ¿Cuáles? ¿Cómo? Más que las “libertades negativas” del liberalismo, recuerda las “libertades positivas” de sus enemigos. ¿Tiene en mente un decálogo moral “nacional”? Suena poco libertario. Nadie, al parecer, escapa en la Argentina a la tentación de fundar una nueva religión, de crear el “hombre nuevo”: el de los Kirchner era woke y feminista, antiestadounidense y anticapitalista; el de Milei es blanco y devoto, cristiano y occidental. La furia teocrática no deja de cernirse sobre la democracia; el ademán fascista, de esconderse entre las hojas de la libertad. Con el pretexto de popularizar el liberalismo, de combatir el comunismo, de hacer buenos negocios, muchos liberales de mi país terminaron abrazando a los fascistas. Pensaban controlarlos, terminaron dominados.