Cees Nooteboom "La literatura y los viajes se parecen: son experiencias de lo desconocido"
NOMADE. Invitado al Hay Festival de Querétaro, el autor holandés, viajero de raza -en el mapa y en los géneros literarios- afirma que "los sueños de los lectores no son los de los escritores"
¿Viene de Buenos Aires? Entonces vámonos de aquí, para que podamos hablar tranquilos", dice Cees Nooteboom, el gran escritor holandés, mientras esquiva una cámara de televisión y huye de dos agentes de prensa. Con un rápido movimiento se levanta de la mesa a la que estaba sentado, los reporteros del canal televisivo mexicano que acaban de entrevistarlo le abren paso y a mí me fuerza a admitir que el ritmo de su marcha, inesperado en un hombre de 83 años, me saca más y más ventaja a medida que él se pierde en el enorme bar del hotel donde se hospeda, invitado especialísimo de la última edición iberoamericana del Hay Festival. "Ahora sí -señala, tras sentarse en el sillón más alejado que encuentra-. Dígame, ¿cómo está Buenos Aires?"
Después de cinco o seis preguntas con las que intenta averiguar dónde vivo, si soy el corresponsal del diario, cuál creo que es la librería más bonita de Buenos Aires y si conozco el desierto de Atacama ("Espero volver pronto allí", dice), Nooteboom se define como "una persona curiosa" y parece aceptar, con cierta amable resignación, que el entrevistado es él. Tal vez no hacía falta que subrayara su curiosidad; constituye, quizás, el rasgo más visible de una obra en la que brillan El desvío a Santiago (considerado uno de los mejores libros jamás escritos sobre la ruta de los peregrinos a Santiago de Compostela), Hotel nómada y El azar y el destino, donde una y otra vez insiste en que la humanidad sólo se entiende a través del movimiento. Nooteboom es un viajero de raza: va de un continente a otro, pero también surca los distintos géneros literarios (novela, ensayo, crónica de viaje, poesía) y sólo se establece donde cree que nadie lo puede alcanzar. Reside en Menorca, habla un español "aprendido en los trenes" y está convencido de que la literatura y los viajes se encuentran más cerca de lo que podría parecer. Al menos, dice, ése es su caso. "Yo me empecé a sentir escritor arriba de un barco, de viaje a Surinam, donde esperaba casarme con una chica de la que me había enamorado -recuerda-. Por entonces, tendría unos 22 o 23 años. Y ella, 18. Ya era mayor de edad, pero eran otros tiempos y para casarnos había que pedirle permiso al padre. Luego, si quiere, hablamos de eso. Pero ¿sabe que Buenos Aires es una de las ciudades donde me siento más a gusto?"
No. ¿Por qué?
Creo, o me gustaría creer, que por Borges. ¡Y por sus librerías! Aunque pase el tiempo, siempre son fantásticas. Y nunca voy a olvidar el paseo que alguna vez me dio Alberto Manguel por los sitios porteños preferidos de Borges. Sé que ahora Alberto dirige la Biblioteca Nacional, y no puedo imaginar a nadie más indicado para ocupar ese puesto. Si hay alguien en el mundo que es un auténtico bibliotecario mental, ése es Manguel. A mí hasta miedo me da hablar con él, porque da la impresión de haberlo leído todo. Yo, en cambio, tengo al menos un par de grandes lagunas que se llaman Dickens y Dostoievski.
¿Qué decía de la literatura, el viaje y su novia de Surinam?
Ah, sí. Yo me había enamorado de una chica de Surinam y su padre vivía allá aún. Así que, cuando le dije que iba a ir a verlo, me escribió una carta para recomendarme que viajara en un barco de la compañía en la que él mismo trabajaba, donde yo podía ayudar como marinero. Fue un viaje fantástico. Éramos 14 hombres en el barco, yo me ocupaba de los aseos, repartía la comida y pensaba en las que serían mis primeras crónicas.
¿Qué tan importante fue ese viaje inicial en su vida y en su literatura?
Como le digo, allí escribí unos textos que llegaron a publicarse en alguna revista. No tengo que explicarle que por entonces yo no tenía ninguna experiencia. El padre de mi novia se dio cuenta y me dijo que todos podíamos ser amigos, pero que yo no debía casarme con su hija. Así que de allí ella y yo tomamos otro barco, rumbo a Nueva York, y nos casamos en una iglesia escocesa presbiteriana de Harlem, porque en esos tiempos te acusaban de comunista si no te casabas por la iglesia. Ahora somos viejos, yo tengo 83 años, ella debe tener 78. Vive en Edimburgo y nos hablamos de vez en cuando, somos amigos. Pero admito que su padre tenía razón.
Nooteboom prefiere hablar a responder preguntas, y divertirse a sentir que lo entrevistan. Actúa con la misma sencillez y buen humor que recorren En las montañas de Holanda, La historia siguiente y Cómo ser europeos, libros que comparten un mismo talante agudo y amable aun cuando pertenezcan a tres géneros tan distintos como la crónica de viaje, la novela y el ensayo. Sus temas son tan diversos como el campo abierto de su curiosidad, y pueden ir de los enigmas de la creación literaria (Una canción del ser y la apariencia) y las múltiples formas de enfrentar la angustia existencial (Rituales) a la relación entre el hombre y la divinidad (Cartas a Poseidón), pasando por las trampas de la memoria que construyen El día de todas las almas, muy probablemente su mejor novela. "Los viajes siempre son distintos, y cada libro también lo es -explica-. Uno puede recorrer medio mundo para pedir la mano de una novia. Pero también, como me ha ocurrido, a veces uno viaja seducido sólo por el nombre de un lugar, como por ejemplo, Tombuctú. O Samarkanda. O por un escritor, como Borges, cuya obra es parte fundamental de mi curiosidad por Buenos Aires. Aunque, admito, a Buenos Aires no llegué sólo por Borges; también por Sabato y por Bioy.
¿Se podría decir que Borges es uno de sus escritores favoritos?
Sin duda. Por eso me impactó tanto lo que Bioy escribió sobre él. Pero bueno, tampoco está mal descubrir que ese sabio al que uno ve volar sobre el resto del mundo puede ser totalmente distinto del genio que uno cree conocer.
¿Llegó a conocerlo?
No, lo vi una sola vez, durante una conferencia que impartió en Londres. Recuerdo que al final de la charla se podía hacer preguntas, así que yo aproveché y escribí en un papelito: "Señor Borges, ¿qué piensa usted de Gombrowicz?" Por suerte, me digo ahora, mi papel no le llegó. Muchos años después de aquello, en el libro de Bioy vi que Borges se refería a Gombrowicz como un "noble pederasta" y, entre otras cosas, un "escritorzuelo". Por supuesto, yo no puedo estar de acuerdo con su opinión sobre Gombrowicz, pero lo que dijo alimenta una de mis tesis personales, que es la siguiente: "Los escritores que uno admira no se admiran entre ellos". Es una ley casi matemática.
¿Algún ejemplo?
¡Hay muchísimos! Le estoy diciendo que se trata de una ley. Mire: yo admiro a Thomas Mann, pero también a Nabokov; en cambio, a Mann no le interesaba nada Nabokov. Y así puede elegir los autores que quiera, es una ley que se repite. ¿Por qué? Porque los sueños de los lectores no son los de los escritores.
¿Quiere decir que se puede ser generoso como lector, pero no como escritor?
Como escritor también se puede ser generoso, pero es algo que los autores no siempre hacen, ¿no?
Antes sugería que viajar y escribir se parecen mucho. Sin embargo, el escritor trabaja solo y en una situación de cierta inmovilidad, mientras que los viajes se definen por lo opuesto: el contacto con los otros y el movimiento permanente. Para usted, ¿en qué se parecen?
En mi caso, muchas veces son lo mismo. Son experiencias de lo desconocido. Cuando viajo no escribo; después, sí. Y en ese proceso, el viaje y la escritura se combinan, se mezclan. Al mismo tiempo, en ninguno de los dos hay fórmulas. Algunas de mis novelas no podrían haber sido escritas sin mis viajes. Pienso en Perdido el paraíso, cuya trama cuenta la historia de dos chicas brasileñas que viajan a Australia. Si yo no hubiera viajado previamente a Brasil y a Australia, no hubiera podido escribir el libro. Pero también escribí Una canción del ser y la apariencia, que transcurre en Bulgaria, donde no estuve nunca. ¿Ve? Lo bueno de la literatura es que no hay fórmulas. Tampoco en los viajes.
¿Le resulta más sencillo narrar sobre lo que conoce o prefiere escribir acerca de lo que no ha visto nunca?
Conocer el lugar me ayuda. Pero, ya le digo, no hay fórmulas. A ver: acabo de escribir un libro que se llama 533? (silencio). ¿No me va a preguntar qué título es ese?
Sí, claro. ¿Qué título es ese?
Es la cantidad de días que trabajé en ese libro, 533 días. Y es que yo tenía un título, pero me di cuenta de que si funcionaba en alemán no funcionaba en inglés; y cuando resultaba atractivo y potente en inglés, no quedaba bien en francés. Así que opté por 533 en todos los idiomas, para que no haya problemas. Es un libro sobre el jardín de mi casa, en Menorca; más específicamente, sobre mis cactus. Son siete cactus, todos muy distintos. Para saber más sobre ellos fui a la Ciudad de México, investigué mucho, visité su Jardín Botánico. Allí había ejemplares de cada especie de las que tengo en mi jardín, y cuando los vi pregunté: "¿Cómo se llama éste?" Y me decían: "Cactus". ¿Y este otro, tan diferente? Cactus. Así con cada una de mis siete variedades. Y ahora, gracias a Dios, ya sé, desde mi visita a México, cómo se llama cada uno de mis cactus.
¿Cómo se llaman?
Cactus. Pero ¿en qué estábamos? Ah, en si es mejor escribir de lo que se conoce o de lo que no se conoce. Pues ya lo ve. Conozco el lugar, conozco mis cactus. Investigo cómo se llaman. De todo eso surge 533. Ahí yo hablo de los cactus, de estas historias con ellos, de libros que he leído, de Borges y Gombrowicz. No sé si con todo esto respondo su pregunta.
No importa. Usted, que ha recorrido el mundo y ha estado presente en grandes momentos históricos, como la Revolución húngara de 1956 o la caída del Muro de Berlín, ¿en qué momento de la historia cree que estamos actualmente? ¿Uno de libertad amenazada? ¿De intolerancia "blanda"? ¿De indiferencia?
Mire, en una mesa de este encuentro literario van a hablar sobre Shakespeare, Cervantes y el Inca Garcilaso, así que me puse a leer algo del Inca. Y en el libro que tuvieron la gentileza de darme los organizadores del Hay, en las notas previas a los textos del Inca, todo el tiempo se habla de guerras. No hay un comentario que no hable de una matanza. Era una época absolutamente violenta y cruel, llena de conquistas, traiciones y batallas. Así que, si nosotros creemos que vivimos en un tiempo difícil, es porque no vemos más allá de nuestra época. Quiero decir: nos falta perspectiva histórica. Y lo que digo del Inca también se aplica a los aztecas y los españoles, cuyo encuentro fue un choque entre dos sistemas absolutistas. Una de las consecuencias de ese encuentro fue que todo un continente hable español; para hacer una comparación, Holanda también fue colonialista, pero nosotros nunca nos planteamos imponer nuestra religión y nuestra lengua. Si ese hubiera sido el caso, hoy Indonesia hablaría holandés. ¿Fue mejor así? Lo único cierto es que en Indonesia se ahorraron algunos conflictos religiosos.
Ha escrito ensayo, novela, poesía y crónica de viaje. ¿Hay algún género en el que se sienta más cómodo?
No sé si más cómodo, pero para mí la poesía es muy importante. Fundamental. Claro que de esto no se suele hablar. Y no hay que buscar razones misteriosas en esto: simplemente, mucha gente puede hablar de novelas pero no de poesía, porque se trata de algo bastante más difícil.
De sus libros narrativos, ¿el más poético es Tumbas de poetas y pensadores, en el que recorre el mundo para visitar aquellos lugares donde yacen los restos de grandes escritores?
Al menos es un libro muy querido para mí y para mi mujer, Simone Sassen, quien tomó las fotos. Recuerdo que Simone y yo teníamos una larga lista de tumbas para visitar, pero al editor le pareció que 83 eran suficientes. Quedaron afuera Alexander Pushkin, John Steinbeck, Dylan Thomas, entre otros. En algunos casos, como con Fernando Pessoa, nos pasó que llegamos a su tumba y nos dijeron "ya no está aquí, se ha ido", así que de ahí partimos a otro cementerio. Los últimos que hicimos fueron Paul Celan y Joseph Roth. Y recuerdo que entregamos el libro a la editorial, en París, y Simone y yo nos fuimos a un bar en la rue de Seine. Cuando brindamos, Simone me dijo que mirara detrás de mí. Y sobre mi cabeza vi una placa que decía: "Aquí estuvo sentado Joseph Roth poco antes de sufrir su ataque fatal". Fue algo mágico, totalmente inesperado. Poesía, tal vez.
¿Por qué lo entrevistamos?
Porque es un celebrado y prolífico escritor, poco dado a la solemnidad de muchos en su oficio
Biografía
Cees Nooteboom nació en Holanda en 1933. Escritor, traductor, poeta y ensayista, la mayor parte de su obra está inspirada en viajes por el mundo. Es autor, entre otros, de El desvío a Santiago, Hotel nómade, En las montañas de Holanda, El día de todas las almas y Cómo ser europeos.
La foto
Nooteboom acaba de escribir el libro 533 -son los días en que trabajó en él- sobre los siete cactus que atesora en el jardín de su casa, en Menorca. La investigación, cuenta, lo llevó al Jardín Botánico de la Ciudad de México.