CCK, un centro cultural en busca de otro nombre
Cuando se bautiza un bien del patrimonio público, se recuerda y homenajea a personas o hechos históricos, y se nomina un punto de referencia que permanecerá durante generaciones; de ahí el cuidado que debería tenerse al hacerlo
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La imposición de nombres a edificios públicos debería hacerse con la mayor ecuanimidad posible. Cuando se bautiza un bien del patrimonio público con un determinado nombre, no solo se recuerda y homenajea a personas o hechos históricos. Se está también nominando un punto de referencia geográfico y/o cultural, que por lo general permanecerá durante varias generaciones. De ahí el cuidado que debería tenerse al imponer tal o cual nombre a fin de homenajear a quien real y objetivamente lo merezca. Más: la imposición de un nombre a un sitio público hablará mucho no solo de los gobiernos, sino además de la sociedad que aprueba, desaprueba o tolera tal homenaje. También dirán bastante de nosotros las omisiones en que se hubiera incurrido al desechar o ni siquiera considerar ciertos nombres para recordarlos en monumentos del patrimonio estatal. Dicho de otro modo, en la imposición (y en el descarte) de nombres, entran en juego no solamente concepciones políticas y culturales, sino también los valores éticos de un gobierno y de la sociedad que lo apoya (o padece).
En tiempos del primer peronismo, los nombres de Perón y Eva se usaron para distinguir todo lo que estuviera inmóvil o se moviera, aun en vida de esas personas. Tal obsesión personalista, nepotista y autoritaria (que se tradujo en la puesta de los nombres antedichos a los bienes públicos como si estos fueran propios de la facción gobernante) resurgió en los tres gobiernos nacionales de 2003 a 2015. Así hubo una proliferación epidémica de sitios públicos con el apellido Kirchner, por lo que el periodista Leonardo Míndez generó una página de internet titulada “Ponele Néstor a todo”.
La coronación de esa compulsión personalista y sesgada fue la modificación del nombre del Centro Cultural del Bicentenario por el pomposo Centro Cultural Presidente Dr. Néstor Carlos Kirchner (CCK), con sede en el imponente edificio que había sido el Palacio de Correos y Telecomunicaciones, en la ciudad de Buenos Aires. Tal cambio de nombre se logró mediante la ley nacional 26.794.
Al pensar objetivamente en el nombre actual del CCK, cuesta muchísimo encontrar una justificación seria que lo avale. En primer lugar, no se advierte cuáles fueron los magníficos logros artísticos y culturales del expresidente como para justificar que tamaño centro cultural nacional, en la capital del país, lleve su nombre. Peor aún: si se repara en las graves revelaciones emergentes de valientes investigaciones periodísticas y de juicios en trámite que iluminaron un esquema de corrupción sin precedente en la Argentina (con el “homenajeado” como urdidor y uno de sus principales beneficiarios), mantener el actual nombre del CCK es una pésima señal como país, hacia adentro y afuera.
Y hay más: a los redactores de la ley que impuso el nombre de Kirchner al centro cultural no les fue fácil sustentar tal imposición. En efecto, hay un párrafo que denota el esfuerzo en justificar lo injustificable, pero que no alcanzó a evitar la caída en el más irremisible de los ridículos: “El Palacio de Correos y Telecomunicaciones es un edificio con valor histórico y patrimonial, colmado de un alto contenido simbólico para la comunidad en general y para el Dr. Kirchner, hijo de un trabajador postal, que en sus viajes desde Río Gallegos a Buenos Aires solía visitar el edificio del Correo Central y recorrer sus instalaciones” (SIC). Si alguien expresara semejante “fundamentación” durante una reunión de amigos, no faltaría quien le retruque lanzándole un “¡contate otro!”. Y encima, el recién transcripto bochorno justificador no paró hasta quedar grabado en el mármol exhibido en la entrada del CCK por la calle Sarmiento.
Sin embargo, todavía se puede remediar el sectarismo y nepotismo en que se ha incurrido haciendo justicia post mortem a un compositor argentino que contribuyó muy grandemente a poner a nuestro país en el mapa internacional de la música “clásica” o académica en varios géneros (sinfónico, de cámara, ballet, operístico): Alberto Ginastera, porteño, nacido en 1916 y muerto en 1983 en Ginebra (igual que Borges; ambos argentinos están enterrados en el mismo cementerio ginebrino).
La trascendencia internacional de la música de Ginastera se comprueba en el interés que sus obras han generado y siguen generando en el exterior. Casi un tercio de su vasta producción (compuso poco más de un centenar de obras en total) lo integran partituras creadas por encargo desde el extranjero, estrenadas por orquestas y solistas de nivel mundial como Mstislav Rostropovich, Plácido Domingo, las orquestas de Filadelfia y Filarmónica de Nueva York, cuarteto Juilliard, para mencionar tan solo algunos. Entre este grupo de obras, la estupenda música para el ballet Estancia fue el primer encargo procedente del exterior (del American Ballet Caravan), que Ginastera compuso cuando tenía 25 años.
Ginastera fue además un distinguido profesor. Uno de sus alumnos (Ástor Piazzolla), que no solía regalar elogios, expresó: “Para mí fue el compositor argentino más importante. Todo lo que hizo tuvo trascendencia mundial”. (Natalio Gorin: Ástor Piazzolla a manera de memorias).
También en el rock progresivo se interesaron por Ginastera, pues la banda británica Emerson, Lake & Palmer grabó una adaptación del cuarto movimiento del primer concierto para piano del compositor argentino.
La importancia de Alberto Ginastera como creador se comprueba asimismo en las publicaciones que generó su obra: algo más de una decena de libros y más de cien trabajos diseminados entre escritos académicos, tesis doctorales y monografías para maestrías universitarias. La información citada surge del libro de la musicóloga estadounidense Deborah Schwartz-Kates Alberto Ginastera (Routledge, 2010).
Aun con el singular legado compositivo de Ginastera, una vez más se verifica la expresión bíblica en cuanto a que nuestro compatriota no fue “profeta en su tierra”. La indiferencia e ignorancia respecto de Ginastera resultan todavía más irritantes cuando en España (Málaga) hay una calle que lleva su nombre. En la Argentina, la ciudad donde nació, estudió y trabajó lo recuerda con una mísera placa, hoy casi ilegible, en Ricardo Rojas y San Martín, en CABA. Sin embargo, en el ámbito provincial han tenido más en cuenta al compositor: la calle Alberto Ginastera (en Paraná, Entre Ríos), la sala del Teatro Argentino (La Plata), y dos conservatorios provinciales de música (Villa del Rosario –Córdoba– y Morón –provincia de Buenos Aires–) llevan el nombre del músico.
La trascendencia de Alberto Ginastera para nuestra cultura musical y del continente americano justifica sobradamente que un edificio público nacional situado en su ciudad natal y capital del país, sede de uno de los centros culturales más importantes de la Argentina, lo homenajee como es debido, mediante la imposición de su nombre (previa consulta con sus herederos).
Abogado. Máster en Administración de Radio, TV y Cine (Universidad de Bournemouth, Reino Unido)