Cazadores de fósiles
Xu Xing, el paleontólogo chino que acaba de pasar por Buenos Aires para participar en las 30as Jornadas Argentinas de Paleontología de Vertebrados y para dar una charla en el Centro Cultural de la Ciencia, es una especie de rockstar de los reptiles gigantes. Descubrió dinosaurios emplumados y fósiles de algunas de las primeras aves que se conocen, ayudó a demostrar que los pájaros evolucionaron a partir de los dinosaurios y zanjó un debate de larga data cuando todavía no completaba la cuarta década de vida.
Pero, atención en este tema, acá no nos quedamos atrás: si hubiera un mercado internacional de "pases" de paleontólogos como el que existe para los futbolistas, no cabe duda de que el país sería considerado un semillero excepcional de cazadores de fósiles.
En estos días dos de ellos merecen un reconocimiento especial. Uno es José Bonaparte, cuya obra se recuerda desde el 14 de mayo en una exposición de la Biblioteca Sarmiento, de Mercedes, ciudad en la que se crió, pero que abandonó durante medio siglo para ir tras las huellas de algunos de los ejemplares más notables que se hayan encontrado.
Hijo de un marinero italiano, Bonaparte nació en Rosario, en 1928, y en 1947, con apenas 19 años, fundó con un grupo de amigos lo que es hoy el Museo Municipal de Ciencias Naturales de Mercedes. De allí en más, fueron 50 años de actividad ininterrumpida (veinte de ellos, en la Universidad de Tucumán) e innumerables expediciones. Con una persistencia y determinación a toda prueba, marcó hitos en el conocimiento de la fauna que poblaba Gondwana (la masa terrestre de la que se desprendió América del Sur) hace decenas de millones de años. Entre sus discípulos se cuentan algunos de los más resonantes protagonistas de la paleontología actual, como Fernando Novas, Rodolfo Coria, Luis Chiappe, Guillermo Rougier, Leonardo Salgado y Jorge Calvo.
Hace cuatro años, Mike Benton, investigador de la Universidad de Bristol, publicó en el Journal of Vertebrate Paleontology una revisión de las 1400 especies de dinosaurios identificadas y publicadas entre 1820 y 2004 en todo el mundo. En ese estudio, Bonaparte se ubicó como el paleontólogo vivo con más especies nombradas que siguen siendo válidas (23 de 24). Lo seguía precisamente Xu Xing, de la Universidad de Pekín, con 18. El argentino, con un índice de validez de 0,96, superó incluso al mediático Paul Sereno, norteamericano, que nombró doce especies y tenía un índice de validez de 0,92.
Quienes lo conocen afirman que dejó todo de lado en pos de la pasión que lo llevó a recorrer vastos territorios en busca de huesos sepultados durante millones de años, y le permitió realizar descubrimientos impactantes, como el Carnotaurus sastrei, el primer fósil de dinosaurio con cuernos, que conservaba impresiones de su piel, en Chubut.
A pesar de ser autodidacto, trabajó en el Museo Field de Chicago, en Harvard, en Berkeley, en Inglaterra, Alemania y Canadá. Además de sus hallazgos, aportó nuevos desarrollos teóricos y puso a la Argentina en el centro de la escena paleontológica internacional, explicó en esa oportunidad Novas.
Por su parte, Beatriz Aguirre-Urreta, que a lo largo de una extensa carrera científica y docente se dedicó a fósiles mucho más pequeños, los amonoideos del Cretácico, un tipo de moluscos cuyo descendiente más cercano es el Nautilus, acaba de convertirse en la segunda mujer en recibir el Premio Bunge y Born a la ciencia, que este año por primera vez se otorga a la paleontología.
En campañas a lomo de mula, que le exigían permanecer meses en lo alto de la Cordillera, viviendo en carpa, o que la hicieron protagonizar singulares peripecias durante la caída de la URSS, adonde la había llevado su trabajo científico, Aguirre-Urreta, la primera latinoamericana y la primera mujer en ser miembro de la Sociedad Geológica de Londres, la más antigua del mundo, fue considerada por el jurado como "una científica excepcional" que se destaca tanto en la ciencia como en la docencia, ambas tareas desarrolladas totalmente en la UBA.
Sin duda, ambos y sus numerosos seguidores son dignos herederos de Ameghino, también oriundo de Mercedes, ese director de escuela devenido en buscador de huesos que nunca dejó de preguntarse de dónde venían y que, apremiado por las penurias económicas, debió abrir una librería para sustentarse. Su nombre: El Glyptodón.