Causas y daños de la inflación en la Argentina
¿Por qué razón los excesos de emisión en países con monedas que se precien de tales no provocan estampidas inflacionarias?
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En las últimas décadas la Argentina ha venido sufriendo un gravísimo problema de estancamiento crónico, acompañado de niveles de pobreza e indigencia crecientes. Sin embargo, a nivel mundial, no es posible encontrar otras economías desarrolladas y emergentes que hayan sufrido tan significativo deterioro económico y social ¿Cuál ha sido, entonces, la característica diferencial que nos “distingue “del resto de las naciones? La respuesta debe encontrarse en el creciente tamaño de un Estado elefantiásico que, a través de un gasto público exorbitante (actualmente en el orden del 40% del PBI), provoca fuertes déficits fiscales financiados con continuas emisiones de dinero que a -lo largo de los años- han destruido el valor de nuestra moneda a través de un “impuesto inflacionario” (del orden del 60% anual promedio durante las últimas décadas) que impide un crecimiento sostenido.
A este respecto, a la fecha, existe consenso académico y profesional en el sentido que los procesos inflacionarios estructurales superiores al 5% anual son, básicamente, fenómenos monetarios. Esto es: la inflación en nuestro país, como sostienen las actuales autoridades, no tiene un origen microeconómico “multicausal” (maniobras monopólicas y especulativas -de los “formadores de precios agiotistas”) sino que, por el contrario, se produce por un exceso macroeconómico de emisión de dinero (oferta monetaria) por sobre la demanda del mismo. Dicho de otro modo, en la economía argentina, la suba de precios se produce debido a que la excesiva emisión para financiar el déficit no se compadece con un incremento en la demanda del mismo ya que la sociedad – harta de sufrir el deterioro temporal del valor de la moneda nacional- “no quiere” mantener más pesos que los estrictamente necesarios para transacciones elementales. En consecuencia, los excesos de circulante necesariamente se canalizan a compras de bienes y servicios presionando fuertemente los precios. Debe quedar claro, entonces, que el problema se genera por un combo de oferta monetaria (emisión) desbordada, sumada a una demanda de dinero que a medida que pasa el tiempo cada vez es menor.
Un análisis de lo sucedido en EE.UU. durante los últimos años permitirá clarificar este concepto. En efecto, a partir de la Gran Recesión 2008/2009 y hasta principios del 2022, su autoridad monetaria (Fed) -a través de una política de estímulo de inyección de dinero- ha expandido su base monetaria multiplicándola hasta la fecha, aproximadamente, seis veces. Sin embargo, y obviamente sin considerar las recientes y transitorias presiones inflacionarias provocadas por disrupciones temporales de oferta y, por lo tanto, exógenas a su anterior política monetaria de estímulo), la inflación anual promedio fue del orden del 2% ¿Qué sucedió? ¿Cómo es posible que tan fenomenal emisión monetaria no haya provocado un severo proceso inflacionario? Muy simple: este incremento del circulante de dólares fue absorbido –”contrario sensu” a lo que sucede en nuestro país- por una creciente demanda monetaria doméstica y global, ávida por ahorrar en dicha moneda y no por consumir desenfrenadamente. En consecuencia, al no aumentar en forma abrupta la demanda de bienes y servicios, la mayor emisión de dólares no se ha trasladado a precios.
Por su parte, nuestro país que -en forma sistemática- ha recurrido a la emisión para financiar crecientes déficits fiscales, viene sufriendo desde hace décadas (salvo contadas interrupciones) fuertes procesos inflacionarios que, incluso, se vienen repitiendo en la actualidad (6% mensual en el último mes) ¿Por qué, entonces, estos procesos de fuerte expansión monetaria que se dieron tanto en EE.UU. como en nuestro país han dado lugar a escenarios tan diferentes en materia de precios? La respuesta es la siguiente: luego de tanto años de pérdida constante del valor del peso, en nuestro país el mismo es utilizado principalmente y sólo en forma parcial como moneda de transacción (una gran cantidad de bienes se valúan y se intercambian en dólares). Lo que es más grave aún, ha dejado de tener la cualidad más importante para que una divisa puede considerarse como moneda; esto es: ser instrumento de ahorro. Dicho de otra manera, nuestra moneda prácticamente no existe como tal. En consecuencia, su demanda tiende a ser mínima. De esta manera, como ya se ha explicado, cualquier oferta monetaria emitida (en el caso de nuestro país, por la financiación del déficit) en exceso de una demanda limitada prácticamente sólo a lo transaccional provoca que los pesos marginales se canalicen directamente a bienes y servicios; con su consecuente impacto sobre los niveles de precios.
Es claro, entonces, que se equivocan quienes –citando el ejemplo de lo sucedido en EE.UU.– afirman que en la Argentina el exceso de la emisión para financiar el déficit no genera inflación. En efecto, la comparación no es correcta pues solo tiene en cuenta la oferta monetaria sin considerar la importancia de su demanda que -contrario sensu a lo que ocurre con el dólar y el resto de las monedas que se consideren como tales- en nuestro país es mínima, ya que -en general- nadie quiere mantener (ahorrar) pesos que se desvalorizan en forma creciente.
Si se acepta la hipótesis de que la inflación es un tema esencialmente monetario y macroeconómico que se origina por un exceso de oferta sobre una demanda monetaria cada vez menor, entonces se estará de acuerdo en que la posición del actual gobierno de considerar que la inflación es un fenómeno “multicausal” -y esencialmente microeconómico- es equivocada.
Este error de diagnóstico de las autoridades respecto a las causas de la inflación tiene consecuencias gravísimas. En efecto, a criterio de las mismas no es necesario bajar el gasto público sino “simplemente” financiar los déficits con emisión (actual o futura vía toma de deuda) y “combatir” la inflación con medidas microeconómicas tales como, entre otras: controles de precios, canastas de alimentos con precios “cuidados” , subsidios tarifarios, fideicomisos y atraso cambiario. Todas ellas destinadas al fracaso.
Una reflexión final. Sin un adecuado plan macroeconómico de estabilidad que contemple, íntegra y coordinadamente, políticas monetarias y fiscales -complementado con la implementación de necesarias reformas estructurales- la inflación continuará su actual tendencia. Con este escenario, estimar que habrá crecimiento sostenido, inversiones y disminución de la pobreza es una fantasía intelectual.