Caso Papon: Francia se juzga a sí misma
Por Julio Crespo
En marzo de 1960, cuando los asistentes al Festival de Cine de Mar del Plata expresaban su admiración por Hiroshima mon amour , un visitante ilustre apenas disimulaba su disgusto ante el film de Alain Resnais. "No sé cómo pueden contar una historia de amor entre una francesa y un soldado alemán", comentó Saint- John Perse en un círculo de amigos. El más grande poeta viviente de Francia y futuro Premio Nobel reflejaba un sentimiento compartido por muchos miembros de su generación, para los que la experiencia de la derrota, la ocupación nazi y las miserias del régimen debían quedar sepultadas bajo la imagen de la Francia de la Resistencia y el liderazgo del general De Gaulle.
Esa representación ideal fue sacudida, once años más tarde, por otra obra cinematográfica, que en lugar de una historia de amor presentaba un largo documento: cuatro horas y media de testimonios de partidarios y víctimas del gobierno de Vichy mostraban matices de la opresión, el miedo, la mediocridad y la opaca torpeza de ese período. En 1971, la televisión francesa se negó a transmitir Le Chagrin et la pitié (El pesar y la piedad) y el film de Marcel Ophüls solo fue proyectado en algunas salas. Pero recorrió el mundo, y su poderoso llamado a la conciencia sigue vigente hoy.
La carrera de un burócrata
Especialmente en estos días, en que con el proceso y condena de Maurice Papon Francia parece haber dado la cara a esa parte de su pasado como nunca lo había hecho antes. Las etapas de este proceso han sido ampliamente dadas a conocer, pero conviene recordar algunos datos.
En 1942 y 1943, Maurice Papon era secretario general de la prefectura de la Gironda, el tercer funcionario en rango de la región que tiene su centro en Burdeos. Entre otras tareas, tuvo a su cargo el control de los trenes que transportaban judíos al campo de exterminio en Auschwitz. Este antecedente no terminó con su carrera en la administración pública. Durante los tumultos de la guerra de Argelia, fue nombrado prefecto de la policía de París, y luego fue ascendiendo posiciones bajo distintos gobiernos hasta llegar a ministro de Presupuesto, cargo que ocupaba cuando por primera vez se hicieron públicas las acusaciones contra él, en 1981. Fueron necesarios otros 16 años para que comenzara el proceso.
El presidente Jacques Chirac fue el primer mandatario francés que públicamente reconoció "¡en 1995!" que Francia era responsable por acción de Vichy de detener y enviar a Alemania a judíos y prisioneros políticos. Se dice que la desaparición, también en 1995, del ex presidente François Mitterrand, que había tenido un cargo menor en la administración de Vichy antes de unirse a la Resistencia, removió el último obstáculo para el procesamiento de Papon. De ser esto cierto, sería solamente parte de una verdad más amplia. Tal vez la muerte de Mitterrand y la condena de Papon marquen, simbólicamente, la extinción de las generaciones que pudieron tener alguna responsabilidad en los años de la derrota y la vergüenza.
La última generación
Papon tiene ahora 87 años y otros ex funcionarios de Vichy, también acusados murieron antes de recibir sentencia. Entre los miembros del jurado, el mayor tenía 63 años y el menor, 26. El juez Jean-Louis Castagnede, 53 años. El conflicto de Francia con una parte de su pasado se resuelve con la desaparición de sus protagonistas. Ahora es posible, no sólo que la televisión difunda un film como Le Chagrin et la pitié, también en las escuelas, junto a la Francia de la Resistencia, se puede mostrar la Francia de Vichy. Allí están, sin ir más lejos, miles de horas de testimonios de los 115 testigos del caso Papon.
Durante el proceso, también hicieron oír su voz muchos franceses que creen sinceramente que el régimen de Vichy fue un mal menor, que ahorró males peores a manos de los nazis. Esa posición, asumida también por la defensa de Papon es hoy más que discutible. Pero no hay duda de que en 1940, en medio del pánico ante la invasión alemana y la consternación por las bombas británicas que destruyeron la armada francesa para evitar que cayera en manos del enemigo, el mariscal Pétain, que firmó el armisticio y se convirtió en jefe del gobierno de Vichy, era un hombre popular. Había sido el héroe de la guerra de 1914 y era admirado por sus soldados.
Seguridad sin grandeza
Cuando, desde Londres, el casi desconocido general de Gaulle lanzo su mensaje: "...ocurra lo que ocurra, la llama de la resistencia francesa no debe apagarse y no se apagará", fueron pocos los que la oyeron, y menos aún los que tenían fe en la victoria. Los comunistas, atados por el pacto de Hitler y Stalin, confiaban en la tutoría de la Unión Soviética para llegar a una paz definitiva y, de paso, terminar con el enemigo de clase. La derecha veía un mal menor en la sumisión a Alemania que la libraba de la pesadilla del socialismo y satisfacía la declarada anglofobia de algunos de sus ideólogos. Mientras Hitler invadió a Rusia, la Resistencia francesa fue obra de sólo un puñado de patriotas idealistas.
En ese período de desesperanza, el régimen paternalista de Pétain ofreció lo que muchos secretamente anhelaban: cierta seguridad y cierto orden en medio de la tormenta, sin grandeza y sin compromisos con la forma que la nueva sociedad iba adquiriendo. En su juicio, Papon dijo que se limitó a cumplir con sus obligaciones de funcionario y no era responsable por los crímenes de los nazis. Su disculpa es haber sido un burócrata.
Más de medio siglo después, lo que él y otros no quisieron ver o reconocer reapareció en las largas horas de testimonios. Ahora se discute si la condena a diez años de prisión, que sus abogados se disponen a apelar, hace realmente justicia. Pero el proceso a este anciano ha obligado por fin a confrontar, en la figura de uno de sus últimos sobrevivientes, un pasado que se había mantenido empecinadamente borroso.