Carlos Rívolo, el fiscal que tiene en vilo a Amado Boudou
Conciliador en sus formas pero de probada tenacidad cada vez que le tocó investigar al poder, Rívolo tiene a su cargo la causa políticamente sensible que involucra al vicepresidente en la compra de la imprenta Ciccone, y ya dio señales claras de que su investigación será a fondo
Carlos Rívolo llegó de unas postergadas vacaciones en Lagoinha y no terminó de sacarse la arena cuando encontró, sobre el escritorio de su fiscalía, la causa más caliente que tramita hoy en el fuero federal: la que investiga si el vicepresidente Amado Boudou estuvo detrás de la compra de la imprenta Ciccone Calcográfica. Cuarenta y ocho horas después de leer la denuncia, Rívolo tomó la primera de las medidas que, aunque menor y burocrática, revelaba una inequívoca intención de investigar: pidió viáticos para viajar a Mendoza y tomarle declaración a Laura Muñoz, la mujer que asegura que su ex marido, Alejandro Vandenbroele, es el testaferro del vicepresidente.
A los 49 años, el hombre que ya no reacciona si lo llaman "Carlos Alberto" porque fue "el Negro" toda su vida, le debe su carrera judicial a la pelota. O a las pelotas, la de fútbol y la de rugby. Nacido y criado en zona norte, hijo de una traductora de francés y portugués que trabajaba para Naciones Unidas y de un periodista de La Prensa devenido en publicista con agencia propia, capitalizó los partidos de los fines de semana como ningún otro. Lejos de ser un hobby, él encontró entre goles y tries la vocación que le faltaba y los amigos que le abrieron las puertas del fuero más codiciado. Durante su adolescencia tuvo como entrenador en el colegio San José al dueño de Trumps y el Cielo, Leopoldo "Poli" Armentano, asesinado de dos balazos en 1994. Y desde su puesto de apertura en el club Pueyrredon, enfrentó treinta años atrás al hoy ministro de Seguridad y Justicia de la ciudad de Buenos Aires, el ex juez federal Guillermo Montenegro, que jugaba en Liceo Naval, compartió distendidos terceros tiempos con los ex fiscales del caso AMIA Eamon Mullen, que pateaba para San Marín, y José Barbaccia, otro hombre de Liceo Naval, y le robó más de una pelota al actual fiscal de Saavedra José María Campagnoli, que llevaba la camiseta del San Patricio.
Actitud y contactos
Pero si la pelota ovalada le dio a la familia de amigos con la que todavía hoy se reúne dos veces por año, fue pateando la popular número cinco que llegó a los tribunales. Una tarde en Bella Vista, un entonces juez federal lo sorprendió: "Me dijeron que te gusta el derecho. Si en la vida tenés la misma actitud que en la cancha, mañana traeme tu currículum". Rívolo tenía poco para contar: recién egresado de un colegio privado, sabía inglés y poco más. Le alcanzó para entrar. Apenas un año después de haber cumplido el servicio militar en la Prefectura de la dictadura y en plena Guerra de Malvinas. A fines del 82, ingresó como meritorio. Y continuó el resto de la carrera sin mayores sorpresas hasta que, otra vez, los contactos de la cancha hicieron más que los pasillos de Comodoro Py. Jorge "Pati" Ballestero era egresado del San José, como él. Y, aunque unos años más grande, habían jugado para el mismo equipo en un campeonato de fútbol en el club Atalaya, de San Isidro. Su coequiper fue nombrado juez federal del juzgado número 2 y Rívolo ascendió a secretario entre el 93 y el 95. Conciliador hasta la exasperación, consecuente y obsesivo, la honestidad brutal le jugó en contra la primera vez que se cruzó con la posibilidad de convertirse en fiscal. A mediados de los 90, la camarista federal y mujer más poderosa del menemismo en la justicia, Luisa Riva Aramayo, lo citó en su despacho. Acababa de aprobarse la nueva reforma que creaba seis nuevos juzgados y se percibía la necesidad urgente de cubrir cargos. Pero no de cualquier manera.
-Estos son tiempos especiales, Rívolo. La fiscalía que te ofrecemos tiene en este momento la causa de Amira Yoma. No sé si me entendes?
-Entiendo los tiempos del código, doctora.
-Entonces, Carlitos, te agradezco la sinceridad pero no voy a poder hacer nada por vos-. Así lo despidió Aramayo ante dos testigos que hoy recuerdan la escena todavía sorprendidos. Y casi llegando a la puerta le gritó un consejo: "Vas a tener que aprender a abanderarte".
La segunda vez cambiaron los actores, pero se repitió la escena. Aunque Rívolo llegaba a la entrevista algo más preparado. Antes de escuchar la oferta que tenía para hacerle el entonces ministro de Justicia Elías Jassan, se reunió en un bar con los que llama sus amigos y maestros: los fiscales Alejandro Alagia y Carlos Gamallo y el juez Ernesto Botto. Y del cónclave surgió una doctrina pagana: "Poner cara de pelotudo, decir que sí y después una vez en el cargo hacer lo que hay que hacer". Así, Rívolo escuchó a Jassan hablar del particular interés del gobierno menemista por la causa contra Monsser Al Kassar por falsificación de documentos y dijo "ahá", para finalmente motorizar su condena.
Agnóstico y militante del matrimonio, se casó dos veces y sumado a un largo concubinato, pasó toda su juventud en pareja. La separación de la madre de sus tres hijos fue, como parece serlo todo en su vida, en los mejores términos. Seguirá siendo siempre, para él, la mujer que le enseñó lo que es una familia. Y por eso, el hombre que le huye a la confrontación eligió la misma dinámica para divorciarse: con viaje familiar de despedida incluido. Después de 18 años, la estrenada soltería le resulta extraña. Todavía le cuesta acostumbrarse a estar solo en una casa colonial alquilada en Villa de Mayo, a 30 kilómetros de la Capital Federal, adonde llega con su jeep Cherokee modelo 2001 escuchando inexorablemente a Pappo.
Hoy, las maquetas de los aviones que se enciman en su despacho del 5º piso revelan la obsesión que le quedó tras la causa por el accidente de LAPA, que dejó 65 muertos y lo expuso a los medios y a amenazas que incluyeron un tiroteo a su casa mientras la familia dormía, un intento de secuestro de sus tres hijos y boyas de pescar dentro de su auto con una nota "Vas a aparecer flotando en el río". En febrero de 2010, una década después de la tragedia, Rívolo no celebró el veredicto: había pedido la condena para todos los directivos de la línea aérea y fueron condenados sólo el gerente de operacipones Valerio Diehl y el jefe de línea Gabriel Borsani. Rívolo confiesa no entender por qué no están presos. Y busca respuestas en la película de Ricardo Piñeyro Whisky Romeo Zulu, donde tiene el extraño privilegio de ser interpretado por un actor en la pantalla del cine. Y aunque le apasiona volar, no puede dejar de chequear por la ventanilla del avión la posición de los flaps e, inevitablemente antes del despegue recuerda como un mantra la última conversación de la cabina de la aeronave siniestrada: "Vamos 3142".
Sin poder preverlo, la experiencia de investigar a un poderoso en el apogeo de su reinado lo preparó a la hora de plantarse frente a un expediente que lleva el nombre del vicepresidente de la Nación y unas letras frías que dibujan "Sobre violación de los deberes de funcionario público", escritas en marcador negro. El ex secretario de Transporte Ricardo Jaime fue su antecedente inmediato, la precuela en la película de fiscales que investigan a funcionarios públicos ante el desconcierto de muchos que creen que no deberían hacerlo pero tienen la delicadeza de no sugerirlo. "No. No me llamo nadie", asegura Rívolo cuando le preguntan por presiones varias. Particularmente en las causas contra Ricardo Jaime y Amado Boudou. Al primero le pidió la indagatoria por enriquecimiento ilícito y dádivas cuando todavía era el hombre fuerte de la estratégica secretaria de Transporte. Y lo siguió investigando después, cuando se había alejado de los despachos oficiales pero no del poder. Rívolo se resiste a jurar pero asegura con vehemencia que trabaja sin presiones en la investigación que podría derivar en un sobreseimiento del primer hombre en la línea de sucesión presidencial o en una acusación por tráfico de influencias o negociaciones incompatibles con la función pública. Y en esas rondas de amigos, de noche, sin mujeres ni propias ni ajenas, establece una diferenciación entre presiones y "alegatos de oreja": "Todos tratan de convencerte con argumentos políticos o jurídicos. Entran al despacho. Te vienen a ver. Pero decir que me siento condicionado por eso sería una pelotudez", repite sin victimizarse. El hombre que estuvo detrás de la restitución de los mellizos Reggiardo Tolosa y pidió 17 años de prisión para el apropiador de Juan Cabandié, fue apartado de una causa por negarse a reconocer un plan sistemático de persecución contra la comunidad judía durante la dictadura, planteo que sostenía Eduardo Saiegh, secuestrado y torturado para ceder las acciones del Banco Latinoamericano. Sus colaboradores aseguran que no le preocupa. Aunque admiten que es difícil adivinar cuando una situación lo atraviesa. "El Negro dice todo lo que se le cruza por la cabeza, no tenés que estar adivinándolo", dice uno de sus empleados, que arriesga que a través del exceso en su rutina de spinning o golf podrían distinguir un buen día de uno peor. Entre sus prioridades está la lucha por la aplicación de la ley celíaca, enfermedad que padecen sus dos hijas mujeres. Terminar la causa contra Ricardo Jaime. Y poder ganarle tiempo al tiempo para establecer si el vicepresidente cometió un ilícito. O no.
Quién es
- Nombre y apellido: Carlos Alberto Rívolo
- Edad: 49
- De la cancha a los Tribunales: Nació y se crió en zona norte. Aficionado al rugby y al fútbol, el deporte le valió amigos que serían fundamentales para su futuro. Tras finalizar el servicio militar en plena dictadura, comenzó a trabajar como meritorio en la Justicia.
- Antes de Boudou: Durante su carrera como fiscal ha debido investigar causas resonantes como la tragedia de Lapa, las denuncias contra el ex secretario de Transporte Ricardo Jaime o, durante el menemismo, contra Monsser Al Kassar.
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