Carlos M. Álvarez. "En Cuba no hay libertades políticas"
Crítico. Cronista y testigo de los cambios que se vienen sucediendo en Cuba, asegura que, si bien hubo cierta apertura en lo económico y social, el régimen político ("una cúpula de octogenarios") sigue inflexible
Invitado por el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina, el narrador y cronista cubano Carlos Manuel Álvarez visitó Buenos Aires entre fin de febrero y comienzos de este mes. Durante esos días, se encontró con colegas, mantuvo una conversación pública con los editores de Revista Anfibia, visitó el Parque de la Memoria y presentó su segundo libro, que lleva un prólogo de Martín Caparrós. "Somos amigos y para mí es un honor que él lo haya escrito", dice Álvarez. En La tribu. Retratos de Cuba (Seix Barral), presenta a una galería de personajes -entre otros, deportistas y músicos populares, refugiados políticos, mujeres, ancianos y travestis que rondan por el Malecón y un enfermero cuya última misión tuvo lugar en Sierra Leona- que componen un cuadro del presente en la isla. Escritos entre 2014 y 2016, el panorama que el libro arroja sobre Cuba crea desasosiego e interés. La mirada de Álvarez (y su escritura vivaz y caracoleante) es la de un testigo activo.
En 2017 fue elegido como una de las 39 promesas literarias menores de 39 años de América Latina. Junto con los argentinos Samanta Schweblin y Diego Erlan, la mexicana Valeria Luiselli y el peruano Juan Manuel Robles, Álvarez integra la antología que promueve el Hay Festival de Cartagena de Indias. En Bogotá39. Nueva narrativa latinoamericana (Sigilo), se puede leer el primer capítulo de su primera novela, aún inédita.
¿Qué tienen en común las crónicas de tu nuevo libro?
Un país y un tiempo en ese país. Están enmarcadas entre 2014 y 2016, cuando empezaron los diálogos entre Estados Unidos y Cuba y empezaron a desbocarse los sucesos en Cuba; sucesos históricos de determinada magnitud e importancia, como la muerte de Fidel Castro, la apertura de relaciones diplomáticas, las reformas migratorias. Todas esas cosas que marcan, de algún modo, el cambio de una época o el principio del cambio de una época.
¿Ese cambio está reflejado en los personajes elegidos?
Los personajes son el cambio. Hay tantísimo no de retroceso, pero sí de detención, de estancamiento, en el libro. Creo que, de alguna manera, La tribu refleja tanto el principio de esa puesta en marcha como también el lugar inmóvil en el que estábamos. Y donde, de muchas maneras, todavía estamos. Es una mezcla de velocidades y situaciones. A veces el libro recoge acontecimientos que son acelerados y a veces no hace más que retratar o rendir cuenta de ciertas circunstancias.
¿El cambio, por ahora, es solo discursivo en Cuba?
No, de hecho en lo discursivo es donde menos cambio ha habido. Los hechos han empezado a suceder independientemente de las retóricas o del tono de ese discurso. Hay cambios constantes a nivel social, cultural y económico. Hay determinado movimiento en ciertas estructuras que permiten que el país empiece a dinamizarse de muchas maneras. Se permite cierta apertura a la propiedad privada. Hay una reforma migratoria que también garantiza que los cubanos empiecen a actuar con libertad de movimiento, un derecho que antes no había. Estas medidas traen un corrimiento de la relación de los cubanos con su país, con el poder.
¿En qué sentido?
Por ejemplo, hay sucesos muy puntuales que empiezan a pasar como una crisis; hay un éxodo masivo migratorio a través de Centroamérica. Es algo que el libro relata. Ha habido éxodos en la historia de la Revolución cubana, pero un éxodo de ese tipo, por vía terrestre, no hubiera podido pasar si no hubiese habido una reforma migratoria. También la repatriación, el regreso de muchos exiliados o inmigrantes que se habían ido y vuelven al país con todo lo que eso implica: la carga simbólica y cultural, con la experiencia del exilio y con lo que todo eso trae de nuevo para los cubanos que no han salido de Cuba.
¿Los cubanos que no salieron de la isla son los que más padecen estos cambios políticos?
En comparación con la gente que se fue, los cubanos que viven en Cuba están mucho más desamparados. Tienen las manos mucho más atadas para participar de manera activa de un proceso de cambio como el que ha venido ocurriendo y como el que, inevitablemente, va a ocurrir, sea voluntad o no del poder político. Es algo que ya no depende el régimen.
¿Hay libertad política?
Escasísima. Nula. No. Libertades políticas propiamente dichas no hay. Hay cambios a nivel económico y social, y esto podría repercutir en un cambio en el sistema político y en la relación de la ciudadanía con el poder. Una fuerza social que empuje ese cambio. Sin embargo, no existen libertades políticas que vengan impulsadas por iniciativas del gobierno. Todo lo contrario.
¿Qué significa "todo lo contrario"?
No solo que está prohibido. En determinado momento se ha frenado la puesta en marcha de medidas económicas que, por ejemplo, permitirían dinamizar una democratización de la sociedad. Se frenaron, justamente, por razones políticas. No por razones económicas, sino porque se sabe que pueden ser un revulsivo que dé al traste con el mantenimiento del poder.
¿Cuáles serían los intereses del grupo político en el poder?
Durante décadas el único fin parece haber sido perpetuarse en el poder. A estas alturas, no parece que haya ningún otro argumento razonable para explicar el castrismo que no sea justamente el afán de dominar y dirigir la vida de los cubanos. Y la búsqueda de la prosperidad, la estabilidad nacional, de la independencia, de la soberanía? Sea lo que sea lo que argumenten, parece ser un pretexto para un fin de ese tipo. Ahora, ese castrismo tal como lo hemos conocido se ha desdibujado, empezando por la muerte física de Fidel Castro. Toda la generación que lo propicia es ya una secta, una cúpula de octogenarios que cada día tienen menos energía física y cada día controlan menos el país. Entonces uno puede, de alguna manera, aventurar que se vienen, si no están sucediendo ya, pugnas por ese poder político entre los herederos del régimen en Cuba.
¿Por qué, después de tantas denuncias de violaciones a los derechos humanos, Cuba todavía tiene para algún sector de América Latina cierto prestigio?
Yo estaría tentado a intentar entender esos sentimiento; creo que hay razones históricas de peso que los explican. Pero ahora mismo no podría decirte otra cosa que por complicidad. Es lo único que puede explicar que aquí, en Latinoamérica, todavía de alguna manera se tenga una visión benévola o indulgente hacia lo que terminó siendo la Revolución que, en algún momento, los nucleó a todos. Fue parte de la educación sentimental de generaciones, pero hoy esa visión un tanto ingenua solo se explica como complicidad. Uno es cómplice, incluso, desde la inconsciencia.
¿Qué responsabilidad tiene la izquierda latinoamericana?
Cuba está llena de atropellos e injusticias. Quiero pensar que toda esa gran comunidad latinoamericana que todavía tiene cierto peso y defiende a Cuba en sus países sería una crítica férrea de cosas que pasan en Cuba y probablemente desempeñaría el papel que en Cuba jugamos los críticos del gobierno. De antemano, no puedo creer en una izquierda latinoamericana que no reconozca la condición dictatorial y totalitaria del gobierno cubano y de las condiciones de vida en Cuba. Una izquierda latinoamericana que no se interrogue sobre eso, para mí, no tiene fuerza moral ninguna por la que yo deba respetarla.
¿Si la reacción de los países de América Latina hubiera sido distinta Cuba se hubiera democratizado más rápido?
No lo sé. No creo que sea algo de lo cual haya que responsabilizar a otros pueblos o países, sino que es una deuda histórica que nos concierne a nosotros, los cubanos.
¿Es muy grande el número de críticos al gobierno en la isla?
Los críticos abiertos no son muchos, pero no debe quedar, probablemente, ningún cubano en Cuba que no sea crítico del país en el que vive y que no esté, de muchísimas maneras, resignado, hastiado o cansado de sus circunstancias. El optimismo cubano es hoy síntoma directo de demagogia. Por otra parte, no se me ocurre mejor muestra de amor, digámoslo así, hacia tu país que mantener la pelea constante con él y asumir una posición sumamente crítica; una posición de tensión, de lucha directa hacia tu país. Muchas veces, la complacencia es el pretexto para mantener una condición individual de privilegio en detrimento del bienestar de los demás.
¿El Estado cubano pidió alguna vez disculpas por violaciones a los derechos humanos?
Nunca ha pedido disculpas por ninguna de sus responsabilidades y atropellos. No solo eso, sino que tampoco ha habido políticas dentro de ese mismo Estado que hayan restituido, intentado limar injusticias o reconocer públicamente una injusticia anterior. Eso va desde la persecución a homosexuales hasta la condena al ostracismo de los más grandes escritores de las letras cubanas como José Lezama Lima o Virgilio Piñera, que en su momento murieron en la oscuridad absoluta y que diez o quince años después de su muerte fueron reeditados, completamente canonizados, sin un reconocimiento del calvario al que se los sometió en los últimos años de su vida.
¿Cuál es la situación del periodismo allí?
Es una gran maquinaria propagandística en manos del Estado. Los medios de prensa públicos tienen toda la circulación, todos los canales de televisión, todas las estaciones de radio, todos los periódicos impresos. Se rigen por la línea editorial que es, estrictamente, una línea política del Partido Comunista. El Partido Comunista es el que marca la línea editorial de la prensa cubana. Por fuera subsisten, con distintos modelos de gestión, medios independientes de corte variado, pero que no dejan de ser iniciativas pequeñas y a contracorriente. Clandestinas, muchísimas veces. Es una pelea editorial que a corto plazo está perdida. Pero a la larga, esos pequeños medios, hoy en el ostracismo o con escasos lectores dentro de Cuba, son los que van a contar al país.
¿Cuándo surgieron?
La prensa independiente empieza a desperezarse o a dar sus primeros amagos de resistencia en la década de 1990. Surgen algunos medios independientes con un marcado perfil político, eminentemente anticastristas. Luego evolucionaron y se convirtieron en medios con una línea editorial mucho más variada, intentando testimoniar, cubrir distintas zonas de la realidad. Y luego, también, hay una serie de medios que surgieron dentro de la apertura de estos últimos años.
¿Por qué tomaste la decisión de irte a vivir a México?
Me fui por asuntos personales. También creo que era ya la hora de salir. Así entré en una relación mucho más directa con América Latina y eso me renovó espiritual e intelectualmente. Yo estaba pasando a convertirme en una presa más del relato del poder en Cuba. Una de las cosas que siempre quise evitar es convertirme en el tipo de rival que ellos necesitan, ser funcional aun desde la disputa. Me interesa plantar batalla en mis términos: arrebatarles el relato, aunque hay que arrebatarles muchas otras cosas también. Hay que arrebatarles el poder concreto. Me interesa plantear la narrativa del país en términos que no sean los acuñados por el castrismo, empezando por anular o matizar esos términos tan antagónicos, polarizados. Me interesa plantear un país que también recurra a la sutileza; un país mucho más complejo, menos obvio y menos chato.
¿Cómo ves el crecimiento de la crónica en América Latina?
En todas las manifestaciones o movidas el riesgo es estancarse, repetirse como fórmula y como parodia. Siento que eso, de algún modo, ha empezado a suceder, y que la única alerta por la salud de esa crónica debería venir de los mismos cronistas. Lo veo en la escritura. Claro que en los temas también, pero me parece que no habría por qué renunciar a la agenda temática. Lo que me parece es que habría que encontrar otras maneras de contar. Siento que el auge desmesurado de talleres de no ficción está haciendo mucho daño. Se percibe un tipo de escritura incubada en un laboratorio. Cada periodista tiene una cuota de responsabilidad sobre esto, porque los talleres en cualquier caso serían un punto de partida o un pretexto, pero no una tabla de sagradas escrituras.