Canonizar el diálogo
Hay experiencias protocolares que pueden ser espirituales. Hay experiencias espirituales que pueden trascender el protocolo y transformarse en cambios culturales. La política nacional parece lejos de la espiritualidad y del cambio cultural.
Sin embargo, la participación de la delegación argentina en la ceremonia de canonización en el Vaticano puede ser parte de una aproximación alternativa.
Quizás uno de los primeros "milagros" que Francisco pueda obrar como garante espiritual de un cambio cultural sea que la política nacional encuentre una alternativa para no ser más de lo mismo y genere una opción donde debatir ideas supere el instinto de descalificar personas.
Si de ideas se trata, en cuanto a visiones, nada puede ser más auspicioso y sano para una sociedad que su diversidad abone unidad en una articulación, que siempre es posible en el debate democrático donde la llave ya no es tener razón, sino razonar.
En su prédica entre nosotros -aun cuando lo negamos o simplemente no lo escuchamos-, Francisco, que sigue siendo Bergoglio, nos prescribió las claves que ya forman parte de su primera encíclica y exhorto evangélico. El todo es superior a la parte. "El todo supera a las partes, el tiempo supera al espacio, la realidad a las ideas y la unidad prevalece sobre el conflicto."
Este salto cualitativo que se arraiga en el sentido común de la coexistencia es abolido en la confrontación política entre vencedores y vencidos, donde la victoria cancela como único vector a los cuatro anteriores.
Juan XXIII y Juan Pablo II son ahora santos. Apartando por un instante las consideraciones religiosas y teóricas, sus revoluciones fueron institucionales y su proyección se plasmó no sólo en la fe de los creyentes, sino en la vida concreta y cotidiana de hombres y mujeres, dentro y fuera de la Iglesia, fueran o no creyentes.
¿Cuál sería la piedra angular de dicha transformación sobre la que edificaron una Iglesia renovada, que sin negar su pasado hace futuro en cada acción presente?
Quizás es la clave de un papa recientemente investido que, abrazando a su predecesor vivo, le da continuidad en esta ejemplaridad que se inicia en una renuncia honesta y valiente que hace posible en tiempo y forma la transición a un nuevo pontífice, que no empieza de nuevo ni cancela al anterior, sino que sobre su tarea afirma los logros alcanzados y proyecta los desafíos pendientes.
Benedicto continúa en Francisco y ambos se unen a Juan XXIII y a Juan Pablo II en un hilo conductor canonizado, que es el diálogo que propicia la cultura del encuentro.
Hoy, el desafío para la fe de los argentinos no se encuentra en la dimensión confesional, sino en la institucional, para asegurar que lo que es santo hoy en el pontificado de Francisco, que es el diálogo, lo sea para las prácticas seculares, pero no por ello menos espirituales, como la política.
Francisco nos convoca en la ejemplaridad de estos papas hoy elevados a santos a asumir que si en cuestiones teologales pueden transformarse las instituciones como lo hizo la Iglesia con el Concilio Vaticano II y, en este último año, con liderazgos ejemplares auténticos y creíbles como el del Papa, también será posible hacerlo con la institución en la que todos los argentinos debemos creer y bajo cuyos valores arraigados en la ley es menester asumir, que no es otra que la república como forma de gobierno.
No podemos pedirle a Francisco que lo haga por nosotros, pero sí podemos, en su nombre, reencontrarnos todos como uno, como hermanos que somos, en estos años de transición que nos lleven de la profanación en la confrontación que nos divide hacia el diálogo como puente a transitar para evitar el abismo de desintegración y violencia.
En la política argentina, santos no tenemos, pero sí podemos asumir para nosotros y nuestros hijos un cambio cultural que nos invite a santificarnos como sociedad que dialoga en la cultura del encuentro.
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