Camus, el hombre rebelde
Albert Camus (1913-1960) nació en Mondovi, Argelia. Su padre, de ascendencia alsaciana y obrero agrícola, murió en la decisiva primera batalla del Marne. Su madre se mudó a Argel, donde vivieron con gran estrechez. Allí realizó sus estudios; mediante una beca cursó filosofía y letras en la universidad de Argel. Debido a su tuberculosis, no fue aceptado como profesor y ello lo llevó a dedicarse al periodismo. A mediados de los años 30 se unió al Partido Comunista. Pero a fines de la década se alejó, disgustado por el pacto germano-soviético para repartirse Polonia y por su sumisión al estalinismo. Era su primera demostración de independencia ética e intelectual.
En 1951 publicó El hombre rebelde, un brillante manifiesto contra la violencia revolucionaria y los regímenes totalitarios, que le valió ser atacado furiosamente por la intelligentsia de izquierda. Camus denunció con lucidez los crímenes colectivos que justificaban los revolucionarios de derecha y de izquierda en nombre de una humanidad abstracta. Se opuso al absolutismo ideológico y a toda forma de intolerancia y odio. Desencantado del comunismo soviético, fue enfrentado por Sartre en una célebre polémica, que en su época le valió el ostracismo, pero que la posteridad ha reivindicado: Camus era quien tenía razón. Camus no renunció a defender a los más pobres y a pelear por un mundo más justo, pero lo hizo con la esperanza de llegar a un nuevo humanismo, que expresa el hombre rebelde, “un hombre que dice que no” y que “hay un límite que no pasaréis”. Por eso, Camus eligió la mesura contra la desmesura y el “pensamiento del mediodía”: “cuando la revolución, en nombre del poder y la historia, se convierte en ese mecanismo mortífero y desmesurado, se hace sagrada una nueva rebelión en nombre de la mesura y la vida. Más allá del nihilismo, todos nosotros, entre las ruinas, preparamos un renacimiento”.
Su apego a la honestidad intelectual le deparó un nuevo desafío. A fines de 1954 comenzó la guerra de independencia de Argelia, colonia francesa desde 1830. Francia usó la tortura y métodos violentos que Camus se apresuró a denunciar, pero no justificó la lucha armada del Frente de Liberación Nacional (FLN), como hizo Sartre levantando la bandera del anticolonialismo. Camus no adoptó la postura de los nacionalistas franceses, que pedían aplastar la rebelión, pero no creía que Argelia estuviera preparada para la independencia y era consciente del atraso que sufriría si cientos de miles de colonos franceses eran forzados a abandonar el país. Intentó hacer escuchar su voz solitaria, en una grieta que exacerbó la guerra en posiciones irreconciliables. Los dos bandos lo atacaron. Para los nacionalistas, estaba demasiado cerca de los rebeldes, y para los anticolonialistas, no condenó lo suficiente a la metrópoli. Camus amaba su Argelia natal y criticaba la discriminación que sufría por parte de Francia, pero condenó los métodos extremistas del FLN. La grieta se trasladó a Argelia y enfrentó a colonos de origen europeo y la población autóctona. Era una de las pocas voces que ansiaban una tregua que permitiera que vivieran asociados como hombres libres “que se niegan al mismo tiempo a ejercer y a sufrir el terror”. Su iniciativa fracasó.
Camus murió joven. Sostuvo que se debía aceptar que nuestra existencia es absurda para vivirla plenamente. Por eso, escribió: “Crear es vivir dos veces”. La suya puede parecer una rebelión inútil contra la violencia del mundo, pero su sentido de la mesura y la creación artística lo convierten en un precursor del humanismo que se abre paso en el siglo XXI.
Cabe una pregunta: ¿es posible superar la grieta en la Argentina sin figuras con la valentía y la estatura moral de Camus?