Cambio de signo ante el problema de la droga
En 1970, el presidente norteamericano Richard Nixon declara la guerra contra las drogas. A partir de allí, Estados Unidos impuso coercitivamente su modelo guerrero, hasta el punto de exigir que los organismos que los países crearan a tal fin fueran diseñados a su imagen y semejanza, porque de lo contrario retiraban los apoyos económicos y, peor aún, descalificaban a los gobiernos que tenían propuestas distintas.
Asistimos al absurdo de ver cómo señalan en publicaciones anuales cuáles países controlan bien sus fronteras y cuáles no, obviando el hecho de que las suyas son las más vulneradas del planeta, porque a través de ellas entra la mayor parte de las drogas ilegales para -se estima- unos 30.000.000 de consumidores.
Ronald Reagan, en 1982, convoca a una guerra mundial contra las drogas, llamando a los líderes de Occidente a unirse a su concepción belicista. Sin embargo, no fue fácil incluir a las fuerzas armadas estadounidenses en la lucha contra el narcotráfico; Reagan tuvo que superar obstáculos internos y externos de diversa índole. Por ejemplo, la oposición política del Partido Demócrata y también la resistencia de los países de la región a permitir la entrada de un ejército extranjero a su territorio, algunos con mas energía que otros, según sus gobiernos de turno.
Un efecto poco conocido de la "guerra de las drogas" dentro de Estados Unidos, y registrado por sus propias estadísticas, es el observado en los índices de encarcelamiento. En 1980, ese índice era de 136 encarcelados por cada 100.000 habitantes; en 2000 se había elevado a 468; es decir, poco menos que cuadruplicado. Los análisis demostraron que la relación entre esa guerra y el índice era directa. Téngase en cuenta, que Estados Unidos tenía un índice un 45% por encima de la media de los países occidentales.
En esa época todavía existía la creencia de que Estados Unidos era la meca para quienes quisieran aprender a trabajar el problema de las drogas. Esa presunción era simplista; se descontaba que por ser el país con mayor cantidad de adictos era el que más experiencia tenía, y ambas cosas eran verdaderas. Lo cuestionable era la idea de que de esas verdades necesariamente derivarían en conocimientos útiles o sabiduría sobre el tema. Además, había muchas respuestas sin dar. Por ejemplo, ¿por qué Estados Unidos tenía más adictos que otros países?; ¿por qué no podían frenar la "epidemia", como la llamaban, con tantos recursos y grandilocuentes visiones políticas?; ¿era lógico ir a aprender prevención donde más adictos había? Este criterio político contrastaba con lo que opinaban las universidades mas importantes de Estados Unidos.
Había un divorcio de enfoque: por un lado, lo que decían los máximos responsable políticos, más preocupados por el rol regional o mundial de su país que por el sufrimiento de sus propios compatriotas, y por otro, la visión y la acción de grupos universitarios y profesionales que conocían la realidad íntima de sus comunidades. Con estos últimos nos entendimos de entrada, porque hablábamos el mismo lenguaje.
Lo innegable es que tanto Estados Unidos como el resto de los países belicistas han perdido todas las batallas de esta disparatada e inconducente guerra mundial. Espero que esté llegando a su fin, para ser reemplazada por políticas nacionales e internacionales eficientes.
Afortunadamente, desde la llegada de Barack Obama al poder se ha iniciado un cambio. A pocos días de su asunción como presidente, varios funcionarios norteamericanos criticaron la supuesta inacción del gobierno mexicano frente al paso de las drogas por la frontera.
El presidente Felipe Calderón reaccionó indignado y exigió el reconocimiento de la corresponsabilidad de Estados Unidos en el problema del tráfico de drogas y en otros dos muy graves, tales como el contrabando de armas hacia México y el resto del mundo, y el lavado de dinero en la maraña financiera norteamericana.
Afortunadamente, Obama, en atinada respuesta, transformó una disputa en una suma de coincidencias entre los dos países, lo que abrió un futuro promisorio frente al consumo y tráfico de drogas. En valorable actitud autocrítica, manifestó: "Estamos combatiendo con una mano atada a la espalda, porque nuestro esfuerzo por reducir la demanda se encuentra groseramente sin fondos". Señaló además demoras de 4 a 6 meses para obtener el tratamiento serio de un adicto en ciudades como Dallas o Chicago, y agregó que la militarización de las fronteras no resolvería el problema.
Así, Obama y Calderón introducen un cambio histórico sustancial en el enfoque, sobre todo porque son los responsables políticos de dos países fuertemente involucrados en estos problemas.
Gil Kerlikowske, el zar antidrogas de la Casa Blanca, declaró a The Wall Street Journal que anulaban el concepto de "guerra contra las drogas", ya que es contraproducente, y a la vez indicó un giro en la política antinarcóticos para dar prioridad a la prevención y el tratamiento, y así buscar disminuir el consumo. "Hemos aprendido mucho a cerca de la enfermedad de la drogadependencia y sabemos que el tratamiento da resultados -declaró-. Con medidas integrales y eficaces de aplicación de la ley, educación, prevención y tratamiento lograremos reducir el consumo de drogas ilícitas y sus consecuencias devastadoras."
En síntesis, espero que la reunión del presidente Mauricio Macri con Barack Obama, en ocasión de la reciente visita del presidente norteamericano a nuestro país, se haya inscripto dentro de este cambio de paradigma. Es de esperar también que quien sea elegido nuevo presidente en las elecciones de noviembre en Estados Unidos continúe en este camino. Se presenta una gran oportunidad. No podemos desaprovecharla.
Ex vicepresidente de la Nación