Cambio climático, psicología del negacionismo
El negacionismo del cambio climático tiene raíces ideológicas tanto como psicológicas. Desgraciadamente, ambas se combinan en una retroalimentación que se está haciendo más evidente que nunca. Las primeras, expresadas por la extrema derecha estadounidense, bloquearon los avances globales en la lucha por la reducción de las emisiones de carbono, cuando Trump fue presidente de EE.UU. y rompió los compromisos asumidos por sus predecesores, que afortunadamente fueron retomados por su sucesor Joe Biden. Lamentablemente la Argentina quiere sumarse ahora al negacionismo anticientífico, con un argumento ideológico endeble: el de una libertad sin responsabilidades ni obligaciones.
Las raíces psicológicas del negacionismo del cambio climático son tal vez inconscientes, pero afectan igualmente las medidas contra las emisiones de gases de efecto invernadero y de prevención de los efectos del cambio climático.
El deseo colectivo de encontrar un culpable a los incendios forestales de las zonas urbanas y periurbanas, como los que afectaron a Córdoba, es una forma de mantener viva la esperanza de que los incendios obedezcan a la maldad o la locura, a un individuo o grupo que, movidos por intereses económicos o políticos, desencadenen los incendios. El deseo de encontrar una explicación local a un fenómeno global que, por lo tanto, tendría también una solución local.
Sin duda mucho más podría hacerse localmente en términos de prevención del fuego, pero no se conseguirá identificar las medidas necesarias si se permanece en la hipótesis del incendiario surgido a un lado o a otro del espectro ideológico. Si por un lado circularon en las redes las hipótesis del incendiario enviado por los desarrolladores inmobiliarios, por el otro, desde el oficialismo se ha encontrado oportunidad de acusar a la oposición K. En el centro queda aún otra hipótesis oficial, la del piromaníaco, que muchos dicen haber visto y que ha repetido el propio gobernador. Ciertas o no, todas alientan la postergación de considerar seriamente el cambio climático, y postergan, por lo tanto, tomar las medidas de mitigación de las emisiones, tanto como las necesarias medidas de adaptación a las nuevas condiciones ambientales, que efectivamente permitirían disminuir el riesgo de incendio en el futuro.
La triste verdad es que siempre hubo negligencia, intereses mezquinos, incluso la quema tradicional del pastizal (una práctica milenaria), pero son ahora las nuevas condiciones ambientales de sequedad extrema, mayores temperaturas y vientos producidas por el cambio climático las que están haciendo tan difícil apagar incendios en todo el mundo, en zonas urbanas y en zonas alejadas, como la tundra siberiana o canadiense. En EE.UU. se registran todos los años cientos de incendios que afectan zonas urbanas, destruyendo barrios enteros que habían sido seguros en décadas anteriores. En junio de este año había 86 grandes incendios activos en los estados de California, Oregón y Arizona, muchos de los cuales destruyeron casas y otras infraestructuras urbanas.
Debido a las condiciones extremas de sequedad y temperatura, fuegos que en otras épocas se autoconsumían o eran frenados por lluvias o la acción de los bomberos, son ahora incontenibles y se propagan de una zona a otra saltando barreras naturales que antes los detenían, como claros, caminos y arroyos. El aumento de la temperatura del planeta, que ya se aproxima a una media de 1,5° más sobre el clima preindustrial, ha roto las condiciones de equilibrio de los sistemas ambientales sobre las que estaban asentadas nuestras ciudades. La extensión de muchas de las grandes ciudades en suburbios dispersos próximos a bosques ocurrida en las últimas décadas ha resultado convergente en el aumento del riesgo.
Incendios e inundaciones en áreas antes seguras son la alarma temprana del cambio climático, cuya irresponsable o inconsciente negación solo contribuye a postergar las medidas de prevención y reorganización urbana que salvarían vidas y evitarían mayores pérdidas económicas en las próximas temporadas de riesgo.
Profesor en la Universidad Torcuato Di Tella y miembro de la Academia Argentina de Ciencias Ambientales