Calígula, un viaje a la mente del tirano
Las obras maestras son aquellas que alcanzan la extraordinaria aptitud de traducir en arte eterno los dramas perennes de la humanidad. La pieza de teatro Calígula, de Albert Camus, en la cual se basa la impactante ópera del compositor alemán Detlev Glanert, recién presentada en el Teatro Colón, es una de ellas. Allí, el genio francés, espantado por los monstruos de su tiempo -la estrenó en 1945-, recreó los demenciales momentos finales del emperador romano -enlutados por la muerte de su hermana y amante Drusilla-, y produjo con ello una de las metáforas más sublimes jamás escritas sobre la psicología de los tiranos.
Cualquier amante de la libertad se horrorizaría con morboso placer literario al embarcarse en esta excursión lírica por la tortuosa mente de un tirano, en el preciso instante en que el cenit de su poder comienza a fundirse con el inicio de su ocaso. Entonces, el mundo se le torna insoportable, la realidad ya no lo satisface e intenta sustituirla por otra a su gusto, pone en tela de juicio la lógica y la verdad, decreta la igualdad entre el bien y el mal, lo justo y lo injusto, busca eliminar las contradicciones y a los contradictores, las megalomanías se le hacen rutina, y cree liberarse despreciando al hombre y al mundo, sobre el cual supone regir. Es cuando comienza a practicar una épica inhumana excusada en la "razón de Estado", pierde la compasión por el sufrimiento ajeno, la insensibilidad torna en virtud, el odio en motor, la insatisfacción en hábito, la crueldad en placer y el desprecio, en filosofía. Una filosofía mesiánica, irreductible y sin objeciones, capaz de justificar sus delirios, el juego a ser Dios y a soñar con la inmortalidad. Ya no vacila en dominar por medio del miedo y el odio, naturaliza el robo y fuerza el poder al límite, hasta su consumación, pues se ha persuadido del rédito de lo imposible, con lo que termina esparciendo el dolor entre su pueblo e incluso en su entorno, al que convierte en un mero espectador de sus caprichos.
Con este imponente fresco, Camus demuestra el alcance de la intuición poética para arribar a las mismas conclusiones que las ciencias del espíritu acerca de las consecuencias políticas del relativismo y el subjetivismo posmoderno que ha caracterizado al siglo XX y que aún acecha. En efecto, la moraleja de Camus para nuestro tiempo consiste en advertirnos que los mecanismos mentales de un tirano antológico equivalen a los de cualquier gobernante de pacotilla -no sólo dementes geniales- cuando pierde el sentido de la realidad, distorsionado por su soberbia y afán de poder.
El mundo siempre ha estado y seguirá estando expuesto a gobernantes en cuya mente pueden activarse los mismos mecanismos psicológicos de Calígula. La única garantía contra ellos consiste en que el resto sostenga con firmeza, como Cherea, el líder de la resistencia al tirano, que pretenden ser hombres y mujeres de honor, que no pueden vivir sin una razón de existir, que valoran la verdad y la libertad, sus familias, el trabajo, la patria, la virtud y un humanismo que enaltezca el valor de cada vida humana, en particular de aquellas más vulnerables y que más sufren.
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