Caer al abismo… o renacer
Nuestro país se encamina a su autodestrucción. Llevamos demasiado tiempo desperdiciando la extraordinaria democracia eligiendo mal nuestros representantes. Pero no es culpa de una casta política, como a veces se sostiene. En realidad es la consecuencia de voluntades y actitudes, individuales o colectivas que, como sociedad, hemos llevado a cabo por acción u omisión. Son décadas de minimizar la importancia y resultado de nuestro voto popular, y cuando hemos elegido bien no hemos sabido acompañar a nuestros dirigentes en su afán de conducirnos hacia un futuro mejor.
Hoy nos agobia un populismo nefasto que sólo se afana en privilegios del poder, abusando de él para dominarnos y cercenar nuestros derechos. No hay interés ni empeño en resolver los graves problemas que padecemos. No se ocupa de mejorar la educación ni eliminar la desnutrición infantil. No se esfuerza en proteger nuestra vida frente a los riesgos de la inseguridad, y permite el crecimiento exponencial del avance de los narcos y las mafias. Tampoco prioriza la salud con acceso libre y extensivo a todas las vacunas y testeos posibles para vencer esta terrible pandemia. Nos avergüenza en el ámbito internacional protegiendo terroristas y dictaduras aberrantes. Por el contrario, este populismo discursivo nada tiene de ideología realmente popular y equitativa, ni interés por mejorar las penosas condiciones de vida de millones de compatriotas que carecen de los bienes más elementales como el agua, trabajo y vivienda. Sólo se dedica a logros individuales de impunidad para evitar consecuencias de la enorme corrupción pública. Claro está, con absoluto desprecio por el orden, la ley y las instituciones.
Cuando la autodestrucción es tan inevitable, no existen alternativas intermedias ni soluciones mágicas. No hay ni habrá ningún iluminado que pueda revertir este hundimiento solo. El único camino que nos queda es el verdadero y profundo cambio
Los argentinos tenemos todo, y no tenemos nada. Y es toda la sociedad, cada uno de nosotros responsable de nuestro sombrío destino. Porque mientras algunos se quedaron con la dignidad de millones de ciudadanos sumergidos en la pobreza más humillante y quieren destruir toda posibilidad de desarrollo, los demás los dejamos hacer, incluso volviendo a creer. Todos lo hemos permitido y consentido. El gobierno actual es un sistema perverso que agrede nuestra libertad, y maneja nuestros derechos como estandartes de políticas que los invade sin respeto alguno.
Así estamos, encaminados hacia el abismo del descontrol del gasto público pretendiendo sostener el poder con la prebenda y la mentira a costa del esfuerzo de toda la sociedad. De quienes pagamos cada vez más impuestos mientras toleramos que se gaste en prioridades absurdas, mientras a otros solo les queda la opción de la dependencia subsidiaria que los deja en un profundo abandono.
Todos sabemos que nos mienten, que la pobreza aumenta, que la inflación nos carcome los salarios ajustando nuestras posibilidades de acceder a bienes y servicios cada vez más elementales. Nuestra sociedad es consciente que no tenemos buena educación ni salud pública, y que la justicia se ha convertido en una ineficiente y lenta travesía sin respuestas. Todos escuchamos indignados que algunos jueces prefieren hacer alarde de sus inclinaciones políticas y participaciones activas de grupos ideológicos, a dedicarse al perfeccionamiento de su magistratura con absoluta imparcialidad. Nos acostumbramos y naturalizamos la ineficiencia, los abusos de poder y la inmensa cadena de obstáculos para poder producir y crecer.
Por eso, cuando la autodestrucción es tan inevitable, no existen alternativas intermedias ni soluciones mágicas. No hay ni habrá ningún iluminado que pueda revertir este hundimiento solo. El único camino que nos queda es el verdadero y profundo cambio. Un renacimiento que requiere actitudes, conductas y decisiones indispensables de toda la sociedad. Sin duda, en el ámbito político debemos contar con el liderazgo honesto y valiente que esté dispuesto a conducir con firmeza. Pero también nos impone a la sociedad toda que estemos a la altura de abrazar estos nuevos objetivos, aún sabiendo que el camino será de mucho esfuerzo y sacrificio. En primer término, este cambio nos exige confianza porque de una vez por todas desde la dirigencia política debemos tener conductas honestas y generosas que únicamente trabaje con interés de servicio y eficiencia. Debemos dar el ejemplo.
Sí, terminar con los privilegios del poder requiere transparencia y sacrificio, y lograr reales beneficios comunes y equitativos impone romper estructuras mafiosas. Hay que hacerlo. Parece un camino sinuoso, pero es nuestra última oportunidad. No es tiempo de debilidades ni oportunismos, no podemos darnos el lujo de especulaciones egoístas.
Renacer nos va a llevar al mayor crecimiento productivo interno y expansión internacional. Vamos a poder lograr explotar mejor nuestros valiosos recursos agroindustriales, mineros, pesqueros y energéticos. Podremos mejorar el rendimiento de nuestras pymes y crear más trabajo real. Tendremos una moneda fuerte y reglas estables en el tiempo para dar seguridad jurídica y promover inversiones. Podremos contar con una educación de calidad, accesible para todos y acorde al siglo XXI que ofrezca verdaderas oportunidades laborales. Contaremos con una policía saneada capacitada y comprometida que pueda contar con la autoridad necesaria para imponer el orden. Los procesos judiciales serán breves con procedimientos sencillos y accesibles. Terminaremos con la industria del juicio como con el denigrante uso de herramientas procesales para extenderlo ilimitadamente. No existirá la patota sindical ni sistemas perversos de afiliación que sólo beneficien la delincuencia de sus dirigentes. Dejaremos de tener un Estado parasitario para hacerlo eficiente y transparente en la utilización de las cuentas públicas. Gastaremos menos y eliminaremos impuestos distorsivos, produciendo y exportando más. Mejoraríamos la rentabilidad en toda la cadena de creación y comercialización de los productos agropecuarios. Adaptaríamos las leyes laborales para proteger las injusticias pero eliminaríamos los aprietes y abusos mal intencionados que llevan a la quiebra a las empresas. Trabajaríamos codo a codo, empresarios, productores, comerciantes y empleados para que podamos crecer todos. Haríamos de la ley penal un verdadero código de vida en sociedad con consecuencias firmes y ejemplaridad de conductas. No más excusas, no más contemplaciones. Tendríamos paz.
Y no sería una ilusoria película celestial, podría ser nuestro venturoso futuro, podríamos lograr renacer.
La pregunta que debemos hacernos es si estamos dispuestos. Si podremos estar a la altura de esta decisión. Si, toda la sociedad que ha sido parte del problema estará capacitada a ser parte de la solución. Tengo la convicción que esta vez, más que nunca en nuestra historia, el renacido futuro que sin duda queremos necesita de 45 millones de convencidas voluntades. ¿Estamos de acuerdo?
Exsecretaria de Estado del Ministerio de Seguridad de la Nación