Cacique que ríe último ríe mejor
Hay quienes abandonan el trabajo en el Estado llevándose una discreta bolsa con útiles y recuerdos personales. Dejan todo ordenado al sucesor, aunque sea de signo político contrario. Otros reciben al reemplazante aún antes de desocupar el escritorio. Le muestran las dependencias, le entregan el balance de gestión y hasta lo invitan a tomar un café. Eso, en Finlandia. Acá se complica.
Desde ya que hay mucha gente educada, respetuosa, pero esos gestos no trascienden. La explicación es simple: si se hace lo correcto, bien hecho está. Punto. Periódicamente, los periodistas discutimos sobre por qué le damos tanta importancia y cobertura, por ejemplo, al taxista que devuelve al pasajero distraído una mochila repleta de dólares. Y, peor aún, pareciera que el chofer es más honesto cuando más plata restituye.
Distinto es dar a conocer el caso del que se va de la oficina llevándose hasta los foquitos de luz, el que tritura los papeles oficiales para que no quede rastro de su trabajo –si es que fue a trabajar alguna vez– o el que en el apuro por huir cargado como Rey Mago antes de que le aumenten el alimento balanceado del camello se olvida de despegar en la Casa de Gobierno el cartel de la escalera que indicaba que no debía ser usada como baño. Asco es poco.
Una vez más: cuando por estas tierras creemos haberlo visto todo, hay siempre un argentino –o tres en este caso– dispuestos a plantar un nuevo mojón que lleva a la ruta del camelo doblando por la avenida del delito.
Siempre hay alguien que planta un nuevo mojón en la ruta del camelo doblando por la avenida del delito
Claudio Poggi, el reingresante gobernador de San Luis –la exprovincia floreciente de los Rodríguez Saá que ahora paga los sueldos en cuotas–, denunció que Alberto Rodríguez Saá (hijo) se hizo nombrar “cacique”, junto con otros dos integrantes del saliente gobierno de su padre. No, querido lector, el muchacho no pretende que lo llamen cacique como se los tilda a su papá y a su tío Adolfo por haber gobernado la provincia con mano férrea, alternándose en el cargo durante los últimos 40 años. Albertito y sus dos acólitos se proclamaron “lonkos del pueblo ranquel”. Armaron una asamblea que fue ratificada por una resolución del registro de la Dirección de Personas Jurídicas de San Luis pocos días antes de que “el Alberto” mayor –y toda la parentela– tuvieran que dejar la gobernación apabullados por los votos que perdió el candidato al que apostaron con la intención de perpetuar la especie... la especie dinástica, vividora del poder.
Mire cómo será que ni los propios ranqueles le reconocen autoridad a Albertito (me refiero al Rodríguez Saá hijo; el Fernández arrancó huérfano de autoridad y se fue sin conocerla). Es que el trío usurpador puntano no se “arranqueló” por amor a los pueblos originarios. Se “convirtieron” al solo fin de administrar tierras de explotación ganadera: unas 66.000 hectáreas que el Estado provincial le había entregado al pueblo ranquel hacía años. Un error de cálculo.
Mirando con ojos condescendientes la autopercepción de Cristina como arquitecta egipcia o el hecho de que haya dicho que les tengamos miedo a Dios y también un poquito a ella, hoy parecen imágenes extraídas de un cuento de Perrault.
El despojo de la descendencia del feudo puntano se emparenta mejor con los policiales negros, afirmado esto con absoluta deferencia, máxime después de haber aprendido durante el kirchnerismo que es mejor decir “no blanco” para no discriminar, no hablar de pobres para no estigmatizarlos, negar la inseguridad porque no existe y volverse un ferviente católico practicante –sí y solo sí– el sillón de Pedro lo ocupa un argentino .
¡Cuánto bagaje cultural nos legaron los socios ocasionales de los Rodríguez Saá! Alemania tenía más pobreza que la Argentina; el Indec era una academia de dibujo y no un centro de estadísticas; a algunos presos se los liberaba porque sí, y la única tropa respetada y venerable era el Vatayón Militante.
La historia estaba toda mal contada, por eso hubo que revisionarla; pasar de grado ya no era un mérito, sino una casualidad favorable, y el verdadero gorro frigio resultó ser el Nestornauta.
Más que presidente, Sarmiento fue un dibujo animado gruñón y soberbio que bailaba cumbia con Zamba en el programa Pakapaka y los herejes del nacionalpopulismo contaban con escrache cultural garantizado en la Feria del Libro. La Justicia Legítima legitimaba la injusticia y ¡vivan los feriados puente a falta de obra pública!
Un hallazgo impresionante lo del lonko Alberto. Apenas una resolución lo convirtió en cacique, dueño y señor de la tierra de los ranqueles. De haberlo sabido Gildo Insfrán, le hubiera salido menos plata mantener por décadas un voto cautivo a fuerza de empleo público en Formosa. Lo mismo le hubiera pasado a Gerardo Zamora en Santiago del Estero. Falso lonko que ríe último, por ahora, ríe mejor.
La columna de Carlos M. Reymundo Roberts volverá a publicarse el 27 de enero