Byron, hijo de la pasión
Por Rodolfo Rabanal
El 19 de abril se cumplieron ciento setenta y seis años de la muerte de Lord Byron, uno de los más grandes poetas que tuvo Inglaterra y, desde luego, uno de los más notables de la lengua inglesa. Byron murió el 19 de abril de 1824 soñando con que estaba a punto de contribuir a la liberación de Grecia y aunque no se hacía grandes ilusiones con los griegos, no había perdido la confianza en la causa contra los turcos ni en la eventual resurrección de las antiguas virtudes helénicas. Lo cierto es que no llegó a verificar lo acertado o no de sus expectativas porque su vida se extinguió en Missolonghi, a los 36 años, después de haber invertido una parte considerable de su fortuna personal en los aprestos logísticos y estratégicos de esa campaña para él irrealizable. Sus detractores -que los tuvo en abundancia- sostenían que trataba de emular a Napoleón, pero es más probable que la aventura política griega tuviera como modelo inspirador a Simón Bolívar, su héroe americano por excelencia, hasta tal punto que compró una goleta, la adaptó para la batalla y la bautizó "Simón Bolívar".
La vehemencia de Byron hacia las empresas libertadoras le hicieron decir a Goethe que respondían menos a un propósito consistente que a "su lucha con el mundo". Aunque agraciado por la fama en plena juventud, sus actitudes fueron las típicas de un rebelde en litigio con el "establishment" de su tiempo. Su energía ha de haber sido tremenda porque, en una vida corta, pudo desempeñar papeles diversos y cumplir asimismo con la tarea de un escritor altamente prolífico, tanto como el mismo Goethe o Lope de Vega. Su primera obra poética, los cantos de "Harold Childe", lo hicieron popular de un día para otro y "El Corsario", su libro inmediatamente posterior, vendió en 24 horas diez mil ejemplares, un récord que aún se mantiene imbatible dentro del género.
De no haberse ido a Grecia, Byron habría tomado el rumbo de América del Sur: le fascinaba la idea de comandar las operaciones liberadoras desde las cumbres andinas. No hay dudas de que su actitud frente a la vida fue la que correspondía casi como un calco a ciertas formas del ideal romántico; hijo predilecto de la aristocracia británica, creyó que era posible vivir una libertad sin trabas sosteniendo al mismo tiempo -de manera obviamente neurótica- que la realidad lo sofocaba limitando sus ambiciones. En rigor, hizo cuanto quiso y de las maneras más imprevisibles y dispendiosas, y si aún hoy seguimos hablando de él se debe tanto a la calidad de su obra como a la leyenda de su vida personal. Goethe, que fue su admirador, le criticaba no haber sabido limitar sus desenfrenos morales: "En Byron -comenta Goethe al joven Eckermann, su entrevistador- la inspiración sustituye a la reflexión".
En la más reciente biografía del autor de "Don Juan", aparecida a mediados del año último en Londres, su autora, Benita Eisler, propone ese criterio desde el mismo título: "Byron, hijo de la pasión, loco por la fama". El libro -unas ochocientas páginas- es un viaje excitante e instructivo hacia la intimidad de una personalidad compleja y sumamente atractiva en una época -los primeros 20 años del siglo XIX- tan compleja y decisiva como la misma obra de Byron.