Buenos Aires. Las tres paradojas de una provincia que ha fallado
La creciente pobreza, la anemia política y la debilidad identitaria de los bonaerenses exigen considerar la subdivisión de su territorio
La provincia de Buenos Aires expresa una de las grandes paradojas del federalismo argentino. Esta extravagancia presenta tres caras. La primera es económica. Por la pujanza de su industria, sus servicios y su agro, Buenos Aires es, por lejos, el distrito más gravitante de nuestra federación. En el siglo XIX fue la Primera Provincia, más próspera y poderosa que todas las demás juntas, entonces denominados "los trece ranchos". Pero desde que los engranajes del capitalismo argentino comenzaron a atascarse en la década de 1970, Buenos Aires no ha dejado de acumular derrotas, a punto tal que se ha transformado en la reina nacional de la pobreza. Ninguna provincia posee tantos pobres e indigentes. En términos de ingreso per cápita, ya es más pobre que varios de esos "trece ranchos".
La segunda paradoja es política, y deriva de su condición de gigante invertebrado. Buenos Aires es enorme pero débil. La provincia adquirió su forma actual en 1880, cuando la victoria de Julio Roca y el ejército federal sobre las milicias del gobernador Carlos Tejedor les arrebató a los bonaerenses su histórica capital. La Plata nació para compensar el dolor de esa pérdida. Ese ambicioso gesto vanguardista no dio frutos, y la nueva capital nunca pudo forjar una poderosa elite dirigente provincial. La Plata siempre fue, desde el punto de vista político-institucional, una ciudad espectral.
Íntimamente imbricada con la ciudad del mismo nombre situada del otro lado del Riachuelo, Buenos Aires nunca pudo ser dirigida o imaginada desde su capital nominal. Jamás fue sencillo gobernar un distrito del tamaño de Italia o Alemania, y tres veces más extenso que Inglaterra, desde una ciudad tan pobre en capital político como La Plata. Y desde que, a mediados del siglo XX, el conurbano comenzó su explosivo crecimiento demográfico, esa dificultad se acrecentó.
Desde entonces, la administración provincial fue cediendo ante los impulsos y presiones particularistas de la compleja geografía bonaerense. Aprisionado entre el poder federal y los poderes locales, los músculos del estado bonaerense se atrofiaron. Hoy es un coloso impotente. En la disputa nacional cuentan sus votos pero, sobre todo, la amenaza que la protesta social en el conurbano supone para la ciudad de Buenos Aires y el gobierno nacional.
La tercera paradoja se despliega en el plano cultural. En su momento muy potente y dotada de vastos recursos, Buenos Aires es, por lejos, nuestra provincia más endeble en términos de identidad. De Salta a Tierra del Fuego, el país posee fuertes identidades provinciales. Buenos Aires es la gran excepción a esta regla. Al punto de que, a doscientos años del nacimiento de la provincia, el homo bonaerensis es una verdadera rareza.
El sistema de coordenadas identitarias provincial está dominado por el horizonte local: hay quilmeños o tigrenses, pero no bonaerenses o conurbanenses. Por supuesto, los vecinos de Azul o Bahía Blanca rara vez se sienten parte de un mismo conjunto que un matancero o un lomense. Esto nos indica que Buenos Aires ha perdido toda idea de comunidad. Su identidad es un espejo astillado: refracta distintas imágenes, ninguna de las cuales contiene a todos.
Esta carencia constituye un obstáculo para enriquecer la vida pública bonaerense. Ni el sistema de medios (que gira en torno a la CABA) ni las instituciones provinciales ayudan a esta tarea. La legislatura platense posee escaso relieve y aún menos prestigio, y algo similar puede decirse de su administración. Incluso sus dirigentes más conocidos revelan la minusvalía política e identitaria del distrito. Es significativo que, en las últimas dos décadas, Buenos Aires fue gobernada por personajes de orígenes y trayectorias muy distintas, pero en todos los casos más porteños que la avenida Corrientes. Barrios tan porteños como Recoleta, Villa Crespo o Flores son las patrias chicas de sus últimos cuatro mandatarios.
Sería deseable que estas anomalías lleguen a su fin y que, como es regla en otros lados, Buenos Aires sea gobernada por mujeres y hombres que asocien su carrera política con una historia de prolongados servicios a su provincia. Y, más importante, que eso contribuya a enfocar la vida pública de forma tal que esa verdadera abstracción que es la ciudadanía bonaerense pueda discutir sus temas de interés común como si se tratara de una sola comunidad.
Esta aspiración es, por el momento, de realización muy improbable. Y todavía más difícil es que ese distrito sin cerebro y sin músculo político, sin opinión pública y sin ciudadanía, encuentre por sí solo la manera de resolver sus mayores problemas: la pobreza que golpea a casi la mitad de sus habitantes, el escaso dinamismo de sus mercados de trabajo urbanos, la falta de infraestructura y la baja calidad de su política pública.
Para comenzar a dar respuesta a estos problemas interconectados, es imprescindible que este gigante invertebrado se convierta en otra cosa. Que la Buenos Aires que conocemos y por la que nadie siente orgullo ceda su lugar a un conjunto de distritos de menor escala y perfil más homogéneo. En definitiva, que su territorio se divida en varios estados más parecidos al resto de los estados de nuestra federación. Lo que, de paso, acrecentaría la gravitación de los bonaerenses en la política nacional.
Se acerca el Bicentenario de la creación de la provincia. Sin embargo, Buenos Aires no tiene motivos valederos para festejar sus 200 años de vida. De hecho, sus habitantes rara vez se refieran a su provincia si no es para recordarle sus promesas incumplidas. El problema, no hay duda, excede la capacidad o la voluntad de sus impotentes gobernantes. Las tres paradojas que reseñamos –el imperio de la pobreza, la anemia política, la debilidad identitaria– nos invitan a concluir que estamos ante una provincia fallada, incapaz de satisfacer las expectativas de progreso y bienestar de sus habitantes. Por este motivo, este Bicentenario sin gloria debe comprometernos a imaginar y discutir de qué modo construir, entre todos, un mejor futuro para los bonaerenses. Ojalá estemos a la altura de este enorme desafío.
Historiador. Este artículo resume algunos argumentos de un ensayo más extenso que puede verse en:http://www.lavanguardiadigital.com.ar/index.php/2020/09/15/ buenos-aires-ante-el-bicentenario