Buenos Aires contra Güemes
Corría 1815. Rondeau, jefe del ejército del Norte que mantenía una relación conflictiva con Güemes, le ordenó que entregara la división de Salta al coronel Martín Rodríguez. El caudillo salteño se negó, según el informe del general Pablo de la Torre, que combatió a las órdenes de Güemes, “diciendo que la división no pertenecía al ejército ni estaba bajo las órdenes o jurisdicción de su general en jefe; y que si sus servicios y triunfos no se habían de apreciar como correspondía, con retirarse estaba concluido el asunto, y así lo hizo sin hacer la menor hostilidad al ejército de Rondeau, antes bien prestándole los auxilios que necesitaba y podía proporcionarle”.
“Previendo que un ejército (con jefatura) tan sospechable no serviría para detener a los realistas, Güemes retrocedió hacia Salta. En el camino se apropió del armamento que había quedado almacenado en Jujuy, y luego, ya en Salta, se hizo elegir Gobernador”, añade. Ello significaba una rebeldía ante Buenos Aires ya que hasta entonces las autoridades provinciales habían sido designadas por el gobierno central. “[...] Recién por octubre [Rondeau] tomó la ofensiva contra el ejército real, cuando ya Pezuela lo había reorganizado y reforzado en los seis meses corridos (desde su derrota en Puesto del Marqués) con nuevos auxilios de tropas, caballos, mulas y toda clase de pertrechos y municiones; y tal ofensiva fue tan mala disposición, que el 21 del mismo octubre sufrió el contraste de Venta y Media, y el 29 de noviembre siguiente la derrota de todo el ejército en Sipe-Sipe”.
De esta acción no salió ni un solo cuerpo reunido y en orden, porque todo el ejército se dispersó. Sin embargo, al favor del patriotismo de los oficiales y soldados se reunieron a fines del año 15 más de dos mil hombres en la quebrada de Humahuaca, en donde Rondeau y sus jefes se contrajeron a reorganizarlo y disciplinarlo. Allí recibió Rondeau un refuerzo de mil y tantos hombres de línea, remitidos de Buenos Aires, con los que el ejército ascendió a tres mil y tantos de fuerza, bien apretada, premunida y apta para cualquiera operación.
“Todos creyeron que iba a cargar al ejército real, aprovechando la ocasión de hallarse ocupado (éste) en rendir y guarnecer las provincias del Alto Perú, para batirlo en detalle; pero con la mayor sorpresa vieron que en vez de ir contra el ejército real, se lanzó de improviso contra Salta, trayendo una guerra sangrienta y bárbara que fue contenida con igual retaliación, en abril de 1816″. (Informe del coronel Burela, quien combatió a las órdenes de Güemes, Santa Fe, 1873).
Como una prueba más de su ciega incapacidad, Rondeau había decidido, quizá cumpliendo órdenes de Buenos Aires, escarmentar al caudillo salteño y se dirigió a enfrentarlo con su ejército. Inevitablemente, fue derrotado de manera contundente por las experimentadas montoneras que dejaron a sus tropas sin víveres retirando todo el ganado que hubiese en su camino y haciendo arder los campos cultivados, a tiempo que les producían crecientes bajas a favor de un decisivo predominio en las acciones de caballería.
Como es de imaginar, estos desatinos en el interior de las fuerzas patriotas provocaron su debilitamiento. Fue lógico entonces que un poderoso ejército realista al mando del general Ramírez Orosco, aprovechando las circunstancias, invadiese Salta. Eran 6 batallones, 7 escuadrones y 4 piezas de artillería, formando un total de aproximadamente 4000 hombres.
El 31 de mayo de 1820 ocuparon la ciudad de Salta, pero luego debieron abandonarla ante la presión patriota. A pesar de combatir con una mano contra los realistas y con la otra contra las propias tropas regulares, la resistencia de los gauchos salteños fue admirable y eficaz. Mitre celebrará: “Los españoles no fueron dueños sino del terreno que ocupaban con las armas, y después de un mes de permanencia, tuvieron que replegarse bajo el fuego de las guerrillas salteñas a sus posiciones de Tupiza ( 30 de junio de 1820) a consecuencia de los anuncios de la expedición de San Martín sobre Lima, que a la sazón se aprestaba en Chile”.
Al proclamar, ante el Cabildo salteño, su nuevo triunfo, un Güemes más preocupado que eufórico decía: “A pesar de no haber sido oportunamente auxiliados, una vez más hemos conseguido, aunque a costa del exterminio de nuestra provincia, el escarmiento de los tiranos”.
La animosidad porteña contra el gran jefe salteño hizo que así se anunciara su muerte en el diario oficial La Gazeta de Buenos Ayres: “Murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos con el favor de los comandantes Zerda, Zabala y Benítez, quienes se pasaron al enemigo. Ya tenemos un cacique menos”.