Bruce Springsteen. Una autobiografía para pensar un país
Born To Run, las memorias del músico norteamericano, ofrecen una clave para leer la historia reciente de un Estados Unidos en transición
En otro momento histórico, la publicación de las memorias del gran rockero estadounidense Bruce Springsteen hubiera sido sólo un interesante capítulo en la interminable avalancha de novedades editoriales mundiales, tal vez de gran relevancia para un público específico de fanáticos.
Pero en el contexto de la victoria de Donald Trump en la última contienda presidencial de Estados Unidos –junto con la entrega del Premio Nobel de Literatura al trovador Bob Dylan– tendríamos que hacer una pausa al tomar el contundente tomo que es Born To Run (Literatura Random House), las radiantes memorias de Springsteen. Además de ser un testimonio lúcido, poético y brutalmente honesto sobre su propia vida y obra, estas páginas ofrecen una clave para volver a pensar la reciente historia sociopolítica y demográfica de Estados Unidos.
Se puede decir, antes que nada, que Born To Run no es un libro político. Y aclarar también, por las dudas, que Springsteen simpatiza con el Partido Demócrata y es un virulento antitrumpista. En una entrevista a fines de octubre de este año con el noticiero del Canal 4 de la BBC dijo: “El problema con Trump es que ya sabe que va a perder. Y es un narcisista tan flagrante y tóxico que con su derrota va a intentar derrumbar todo el sistema democrático”. Tal vez lo haga igual –argumentan ahora hasta los editorialistas de The New York Times, como Charles M. Blow–, pero desde la presidencia misma.
Born to Run, entonces, no es un libro explícitamente político. Es la crónica del viaje de un alma por el tiempo que se le ha asignado en esta tierra y sobre cómo decidió utilizar ese tiempo. Sin embargo, si usamos la lectura de esta autobiografía para volver a escuchar y leer el prolífico cancionero de Springsteen –que sí es político–, podemos reconocer una parte de la población de Estados Unidos que no ha recibido tanta atención mediática en las últimas décadas y que, sin embargo, y en parte, fue responsable de la asombrosa victoria de Trump.
Para decirlo lo más brevemente posible y a riesgo de simplificar en exceso, la obra de Bruce Springsteen es una larga reflexión y un retrato sobre el final del “sueño americano”; un sueño que tal vez tuvo su último gran auge en la década del 50, tras el final de la Segunda Guerra Mundial y que comenzó a cerrarse definitivamente –podemos ver ahora– con la presidencia de Ronald Reagan y el florecimiento de la globalización económica contemporánea que, entre otras cosas, devastó el caudal de trabajos industriales de “cuello azul” como se dice en Estados Unidos. O sea, la clase obrera.
En síntesis, el “sueño americano” fue el sinónimo de un contrato no escrito entre el gobierno del país y sus ciudadanos, que sostenía que si uno se esforzaba con optimismo y esmero (más allá de sus dones o desventajas natos) su bienestar estaba garantizado. Y el de sus hijos y los hijos de sus hijos. Críticos de este contrato dirían que no se extendía por igual a todas las razas y géneros; dentro de Estados Unidos una de las primeras vacas sagradas que el movimiento de la corrección política se dedicó a desmentir justamente fue este “sueño americano”. Pero para algunos era verdadero, aunque más no fuera como una esperanza.
El final del “sueño americano”
Springsteen –hijo de hijos de inmigrantes, que vivió una niñez de pobreza– encarna una contradicción profunda (y lo sabe perfectamente). Por un lado, él es una manifestación pura del “sueño americano”. Como demuestra en sus memorias, su triunfo en el rock se debió a un monumental esfuerzo de voluntad. Ni su voz ni sus dotes como instrumentalista eran suficientes para lograr el éxito que terminó siendo suyo. Pero, hambriento y optimista, no dejó nunca de creer en sí mismo, de estudiar, de perfeccionarse, de buscar los mejores colaboradores, de evitar faltarles el respeto al Templo del Rock y a sus audiencias… Y lo logró. Pero a su vez logró esa fama y fortuna escribiendo canciones que son un documento vivo sobre una generación y una clase social que vivió el trágico final de ese sueño. Basta escuchar la canción “The River”, del álbum homónimo, de 1980. Vale media docena de novelas de John Updike o cuentos de John Cheever, por ejemplo.
Ahora, en estos meses inciertos, en este amanecer de un nuevo Estados Unidos, es el momento para reconsiderar la obra de Springsteen. Porque a diferencia de los mensajes oportunistas y divisivos de los políticos de toda orientación, Springsteen no escribe eslóganes ni habla de la pobreza para sacar ventaja de eso, sino para iluminar lugares oscuros con la confianza en que este reclamo artístico pueda contribuir a mejorar el mundo. Es un cronista, un bardo, un escritor con una guitarra y una potente banda de rock. Leer Born To Run, su testamento vital y artístico, y volver a escuchar su música desde esta perspectiva puede cambiar cómo pensamos sobre al que sus fanáticos llaman “The Boss”, “el Jefe”.
Se puede tomar, por ejemplo, el caso de Born in the USA. Si sólo se escucha el estribillo gritado furiosamente por Springsteen, sería lógico pensar que es un himno nacional contemporáneo. En ese error cayó hasta Ronald Reagan cuando en 1984, en plena campaña para conseguir su segundo mandato como presidente de Estados Unidos, comentó en un evento en la Nueva Jersey natal de Springsteen: “El futuro de Estados Unidos reside en los miles de sueños que viven dentro de nuestros corazones. Reside en el mensaje de esperanza en las canciones de un joven que tantos norteamericanos admiran: Bruce Springsteen. Y ayudarlos conseguir esos sueños es de lo que se trata mi trabajo”.
Dos días después, en un concierto en Pittsburg, uno de los centros de la industria de acero en Estados Unidos, Springsteen le contestó: “Bueno, el presidente estuvo mencionando mi nombre en un acto suyo el otro día. Y eso me puso a pensar cuál sería su álbum favorito entre los míos, ¿saben? Y no creo que fuera Nebraska. No creo que haya escuchado ese álbum”. Y se puso a cantar el tema “Johnny 99” de ese disco de 1982, una canción que retrata un momento en la vida de un hombre que, tras perder su trabajo en una fábrica automotriz, mata a un kioskero en un traspié alcohólico y termina condenado a la cárcel por “98 años más uno.” Ergo, Johnny 99.
“Born in The USA” es, en realidad, una furiosa canción de protesta en contra del maltrato de los veteranos de la guerra de Vietnam, la gran derrota bélica del ejército más poderoso del mundo en ese momento. Lejos de ser incondicionalmente patriótico, el estribillo es un ácido grito en contra la hipocresía del gobierno que no cuidó a sus soldados, trabajadores y ciudadanos. Ese hecho, que está a plena vista de cualquiera que quiera escuchar las letras de la canción, no impidió que varios políticos del Partido Republicano la hayan usado en sus campañas, siempre en contra de los deseos explícitos de Springsteen.
Ésta no es una faceta ocasional de Springsteen. Desde la crisis del sida (“The Streets of Philadelphia”, de 1993) hasta el gatillo fácil de la policía estadounidense en barrios afroamericanos (“41 Shots”, de 2001), Springsteen ha escrito canciones que en su superficie podrían sonar inocuas pero son, de veras, tan lacerante como cualquier molotov lírico de Bob Dylan o Woody Guthrie, el padre de todos y todas las cantantes folk estadounidenses.
Una de las cosas fascinantes que se aprenden al leer Born To Run es cuánto esfuerzo Bruce Springsteen le dedica a escribir canciones. Aunque nunca lo dice explícitamente, piensa sus canciones, sus álbumes y hasta sus conciertos como un acto literario, si por literatura entendemos el intento de usar palabras para comunicar nítidamente la realidad de una vida íntima a otro ser humano. En esta lectura, Springsteen se une a un linaje que además de incluir a Dylan, los Rolling Stones y los Beatles y James Brown también incluye a Walt Whitman, Thomas Wolfe, Sinclair Lewis y Raymond Carver. Está continuando el relato de la vida de lo que los estadounidenses, aislados en su enorme país, empedernidamente llaman “America”.
Esa América, que como todos los países, se construye con la ayuda de ficciones, está al borde de una gravísima prueba. Por hermetismo o abulia, Bob Dylan desperdició una oportunidad para levantar una voz clarificadora. De explicar cómo sus canciones, sus ficciones, definen su país. La dejó a Patti Smith, una oriunda de Nueva Jersey, igual a Bruce Springsteen, balbuceando sobre el escenario. Éste no es un momento para que se callen las voces. Estimamos que el mejor momento de Springsteen aún está por llegar. Él no es de callarse.
Antología Springsteen
"Growing up" (1973), de su primer disco, Greetings from Ashbery Park. Una canción sobre salir de la adolescencia hacía la adultez, con influencias notables de Dylan. Después David Bowie hizo un cover de esta misma canción.
"Candy’s Room" (1978). Un canto de amor desesperado. El amor como salvación, pero el objeto del amor, al fin, un ser inalcanzable. La única salida de la tristeza de la vida es la huida frenética y al abrazo furioso a la vida.
"The River" (1981). Una canción que escribió para su hermana y cuñado. Una descarnada crónica sobre cómo los sueños con cual uno nace en un pueblo chico –casi como si fueran un derecho- se hacen trizas por el colapso económico nacional. También, una canción de amor, desamor, de nostalgia y melancolía.
"Nebraska" (1982). Esta canción es sobre dos desesperados pistoleros enamorados. El Bonnie and Clyde de Bruce Springsteen. Un Natural Born Killers en seis escuetos versos.
"My Hometown" (1985). De su disco más popular, Born in the USA, esta canción es una himno a su pueblo natal en una escala menor. El pueblo que albergaba una gran esperanza para su padre, esta de rodillas por cierre de fabricas y falta de trabajo. La última escena muestra dificultad de irse cuando uno ya ha formado una familia en ese lugar.
"Devils & Dust" (2005). Esta es una canción dura, onírica, sobre la lucha de un hombre por su alma. El límite entre vivir en un estado de gracia y estar lleno de diablos es muy frágil.
"The Ghost of Tom Joad" (1995) Una balada sobre el fin del imperio. Situado en el oeste de los Estados Unidos es un retrato desgarrador sobre los que se quedaron al costado del camino. El tercer mundo escondido dentro de los Estados Unidos.
"American Skin. 41 Shots" (2001) Un homenaje a Amadou Diallo, un inmigrante de Guinea en la ciudad de Nueva York que a los 23 años fue brutalmente asesinado por la policía. No estaba armado, sufrió 41 tiros de cuatro oficiales vestidos de civiles.
"Radio Nowhere" (2007) Como muchas de las canciones de Springsteen, es un llamado a la nada, o al todo, intentando buscar un contacto humano entre la vastedad de su país.
"Working on a Dream" (2009) Uno de los credos de Springsteen: nunca dejar de perseguir los sueños, nunca desanimarse y siempre fomentar una alegría genuina entre sus familiares, su banda, su pueblo y su familia, aun cuando el sueño pareciera estar muy lejos.