Brittany, la flor que no quiso marchitarse
El hecho más impactante de los últimos días llevó aún más lejos una marca de época: al tiempo que suponía un acto personalísimo, se multiplicó como campaña mediática en las redes sociales y se divulgó por todo el globo. Cosa extraña, ni siquiera el afán publicitario consiguió desvirtuar el carácter íntimo del gesto con el que Brittany Maynard puso fin a su vida para evitar los estragos de un cáncer terminal. Lo privado y lo público apareados de un modo inédito.
Esta paradoja quedó reflejada en las tres palabras con que Silvia Pisani, corresponsal de este diario en Estados Unidos, sintetizó las reacciones tras la muerte de la joven: respeto, tristeza y perturbación. Los primeros dos sentimientos pertenecen a la esfera íntima. El respeto obedece a la gravedad y la firmeza con las que Brittany tomó la decisión. Ante los ojos de todos, con una campaña detrás, es fácil caer en la banalidad. Pero ella no estaba actuando. Estaba viviendo su vida. Y su muerte. A la luz de las crónicas periodísticas, amaba la existencia que dejó por voluntad propia a los 29 años, y de allí la tristeza. Pero la muerte de Brittany interpela de otra forma. ¿Cómo juzgamos su decisión? ¿Las leyes deben permitir o prohibir una elección como ésta? Aquí, cuando pasamos del caso concreto a los principios personales y al orden social, se acaban las coincidencias y empieza la perturbación.
Eso es lo que surgió de las encuestas. Los sondeos hechos a propósito del caso mostraron que una mayoría apoya la idea de que "se respete el deseo de los enfermos terminales a una muerte digna". Pero si la consulta habla de aceptar el "suicidio asistido", los términos se invierten y la mayoría rechaza esa alternativa. Todo depende de cómo definamos la naturaleza del acto de Brittany, de cómo lo entendamos.
¿Cómo juzgamos su decisión? ¿Las leyes deben permitir o prohibir una elección como ésta?
Soy de los que creen que hay temas en los que nadie posee la verdad revelada. Por eso en este caso tiendo a considerar tan válida y respetable una interpretación como la otra. En asuntos íntimos y personales que no dañan a terceros, ¿para qué imponer nuestra visión? Cada cual debe hacerse cargo de la tarea de construir su propio sentido. Es lo que hacemos, a cada paso, sobre la base de nuestras creencias y experiencias. Aplicamos esta operación interpretativa cada vez que, con ayuda de las palabras, tratamos de atrapar lo concreto, lo particular, lo informe, en la jaula necesaria de la idea, aun cuando la realidad siempre encuentre el resquicio por donde escapar.
"Creo que cada persona debe tener derecho a optar", dijo Brittany antes de morir. No podría cuestionarla. Pero separaría su decisión personal de la campaña que se montó sobre ella. Me lo hizo ver un psicólogo amigo: ¿quién define lo que es digno o indigno? Nada más digno que vivir hasta el último aliento en medio del progresivo deterioro provocado por la enfermedad. Pocas cosas más admirables que la aceptación y la asunción de lo que nos toca vivir. Supone humildad y valentía. La dignidad no es una etiqueta, y jamás debería estar determinada, como dijo mi amigo, por la mirada del otro.
Soy de los que creen que hay temas en los que nadie posee la verdad revelada
Si fuera capaz de acallar en mí los proselitismos de uno y otro lado, además de mis pensamientos más dogmáticos y mis prejuicios, diría que lo de Brittany Maynard fue una muerte asistida. Investida de una dignidad, además, que despertó respeto. Diría también que implicó un suicidio. Y aquí la perturbación crece, quizá por lo mucho que ignoramos sobre la vida y la muerte. O por cómo entendemos esos misterios.
Aunque la comparación no es exacta, pienso a Brittany como una flor que se negó a marchitarse. La figura resulta injusta, porque deja afuera quizá lo más terrible, lo que no puede verse, el dolor físico. Pero me ayuda a entender la determinación que hace falta para llevar a cabo una decisión como la suya, que implica cortar el flujo de esa energía, acaso sagrada, que hace que las flores nazcan, se abran, crezcan y finalmente se marchiten y mueran. No ha de haber en la naturaleza una flor que se resista a la sucesión de los ciclos vitales y al paso inexorable del tiempo. Esa energía las excede a todas y todas se entregan a ella en silencio. También excede a los humanos. Pero los humanos pueden desafiarla. Y ser, como Brittany, flores que se niegan a marchitarse dejándonos a muchos de los que quedamos con una perturbación difícil de resolver y un puñado de preguntas sin respuesta.
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