Brindar con Piglia
La conversación conlleva la posibilidad de corregirse frente a alguien. Es estimulante y riesgosa
La conversación es un espacio inédito. Donde antes no había nada, dos personas se encuentran, y como un efluvio inesperado, aparecen un montón de temas, referencias, chistes, historias, preguntas, declaraciones, reclamos, tropiezos, intercalados con gestos, risas, carraspeos...Se parece a escribir, en cuanto al espacio en blanco donde las palabras se imprimen, pero en la conversación hay una diferencia primordial (¡y primorosa!): se "con" versa, hay una persona a la que se dirigen las palabras, en la inmediatez y sin intermediarios. Se habla a alguien y, en los mejores casos, se habla desde el otro, siendo muchas veces lo que se dice motivado por quien escucha.
En el nuevo libro de Ricardo Piglia, "La forma inicial – Conversaciones en Princeton", -una colección imperdible de conversaciones y notas-, su autor compara la improvisación musical con la literaria, ambas dispuestas a la inventiva y el intercambio. Dice así: "Los músicos improvisan sobre un estándar y los escritores improvisamos a partir de motivos y temas que se repiten con leves variantes y se reiteran según la presencia de los interlocutores (imaginarios o no)." Como si para improvisar, la presencia de quien escucha (imaginario o no) fuera imprescindible.
Pero en la conversación (intercambio que atrajo tanto a los ingleses, como Richard Steele a fines del siglo XVII, en su ensayo "Del talento para la conversación"), hay algo muy preciado que se pone en evidencia y que lamentablemente está en vías de extinción (al menos su reconocimiento): ¡la equivocación! Sólo al conversar puede aparecer hasta lo que no quisimos decir. Y es lo poco que nos queda de la improvisación. No hay tecla para eliminar ni tacho de basura donde arrojar el bollo de nuestros tanteos o exabruptos. La conversación conlleva la posibilidad de corregirse frente a alguien. Es estimulante y riesgosa.
No hay tecla para eliminar ni tacho de basura donde arrojar el bollo de nuestros tanteos o exabruptos. La conversación conlleva la posibilidad de corregirse frente a alguien. Es estimulante y riesgosa
Según Paul Firbas -uno de los responsables de la existencia de este libro- "las páginas de varias novelas de Piglia parecen también evocar algunas conjeturales conversaciones perdidas". En este sentido, este libro mismo es un compendio de conversaciones halladas. Sobre variados temas, bajo el mismo ímpetu: la aventura literaria. Ya sea la de la escritura, como la lectura. Ambas caras de una misma moneda: la posibilidad de alternar estilos, paisajes, refrescando lo que Clarice Lispector llamó "la rutina del yo".
Piglia conversa con distintos interlocutores sobre los efectos que le produjeron Onetti, Faulkner, Arlt, Henry James, Borges. Sus ideas sobre el género policial y la ficción paranoica. Marca sutiles diferencias, tan personales como luminosas: "el tono, que no es el estilo, es la relación del que narra con la historia". O: "Pienso que un cuento parte de una situación y una novela parte de los personajes." También en conversación, confiesa algunos títulos primerizos de sus novelas, algo que no está impreso en ninguna parte. El título de la "forma inicial" de un texto suele ser muy revelador. Es el nombre secreto del título. El de "Las afinidades electivas" de Goethe, por ejemplo, determina la trama de su novela: "Los renunciantes". En el caso de Piglia, "Respiración artificial", según cuenta su autor, empezó llamándose "La prolijidad de lo real" y "Plata quemada" llevaba el nombre de "El aguantadero".
Entre todas las conversaciones -animadas y pródigas- hay una conmovedora, risueña y elaborada de 2010, con Pedro Meira Monteiro, Paul Firbas y Fermín Rodríguez, en el capítulo "Medios y finales". En un principio, se trata del fin. Según Piglia, "los finales condensan siempre el sentido". Se refiere, equívocamente, a la muerte real y a los finales posibles. Luego deriva a la ficción del nombre, al "nombre falso", la relación entre presente y actualidad, periodismo y literatura, el Estado, las vanguardias, etcétera. La charla (me permito a esta altura usar esa palabra tan nuestra) termina alegremente: "Este es un final divertido, duro y kafkiano", a lo que Pedro Meira Monteiro agrega: "Mirá, yo propongo que abramos una botella de vino."
Quizá esto sea el valor de la conversación, "brindar", en ambas acepciones.
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