Brexit: amargo compás de espera en el Reino (des)Unido
Dividida y exasperada, la población británica aguarda la separación de Europa, que comenzará el 29 de este mes, y cuyas consecuencias negativas resultan cada vez más evidentes
Luego del exiguo triunfo del Brexit en el referéndum de junio de 2016, la salida del Reino Unido de la Unión Europea tomó un carácter inexorable. Pero lejos de las expectativas iniciales, son muchos los elementos que se han conjugado para que el proceso esté resultando marcadamente más arduo de lo previsto. El camino parece estar desembocando en un panorama político, social y económico de tintes casi absurdos en su expresión cotidiana. Se vive en el Reino Unido un clima que, por lo venal, inexplicable e intrincado, se asemeja más a un escenario italiano o argentino, que resulta a todas luces insólito para una sociedad como la británica.
Los actores locales se encuentran en la situación que en ajedrez es conocida como zugzwang: cuando un jugador pierde por estar obligado a mover las piezas a sabiendas de que cualquier decisión que tome es mala. Pierde no por la estrategia de su oponente, sino por lo que él mismo está obligado a hacer. El de los británicos ahora es una suerte de zugzwangcolectivo que afecta tanto al oficialismo como a la oposición, a los brexiters y a los antibrexit, a los activistas y a los que eligieron no votar. Todos de algún modo están quedando presos de sus propias palabras, privados casi de argumentos. Empiezan a pensar que ya no tienen nada (bueno) por hacer y que, pase lo que pase, luego del 29 de marzo -la fecha límite propuesta inicialmente, que ahora pretende prorrogarse- el estado de las cosas será peor.
Desilusionados
Actualmente se respira entre la población británica malestar y hartazgo en relación a todo lo que tiene que ver con el Brexit. Aunque dividida por las distintas posiciones, la gente comparte un sentimiento que es mezcla de desilusión y estafa, según lo que puede oírse en cualquier contexto en que surge el tema. Ya se hacen visibles las mentiras previas sobre soluciones mágicas, la subestimación del camino a recorrer, la falta de previsión sobre las consecuencias negativas y hasta la ingenuidad sobre lo que se podría exigir a Bruselas en la retirada. Los activistas proBrexit imaginaron una Europa dócil, con la que se podía negociar "privilegios a la carta" para mantener al momento de dejar la Unión. Sin embargo, la UE viene comportándose como la pareja despechada y dolida tras un divorcio inesperado y lleno de traición. Su forma de reaccionar deja entrever un gesto como de abrir la puerta para dejar salir, aunque con la sentencia -para la futura parte divorciada- de que no espere mantener ninguno de los beneficios de la vida conyugal. Mensaje directo para el Reino Unido y, al mismo tiempo, advertencia para los 27 miembros restantes, varios de los cuales tienen en sus territorios insistentes sectores políticos antieuropeos o euroescépticos, que podrían el día de mañana intentar imitar el desafío.
Hoy se admite, entonces, que el acuerdo de salida posible puede implicar una mayor pobreza a nivel país (de hecho, el costo anual de todo el proceso de ruptura con la UE está alcanzando los 17.000 millones de libras esterlinas, unos 22.000 millones de dólares), menos dinero para el servicio nacional de salud (NHS), pérdidas de puestos de trabajo y peores condiciones comerciales regulatorias internacionales que las existentes dentro de la UE. Además, ya resulta claro que el Reino Unido puede salir debilitado a nivel global, en especial si se analizan casos sensibles para la historia del país como lo son Irlanda del Norte y Gibraltar. Europa apoyará en los diferendos a los países dentro del bloque europeo en sus reclamos históricos (Irlanda y España) contra un país "no europeo" como será el Reino Unido post Brexit. Las fronteras terrestres que ya no serán fluidas en ambos casos pasarán de nuevo a ser físicamente conflictivas, sobre todo la que divide Irlanda (UE) con Irlanda del Norte (Reino Unido). De hecho, en Dublín se habla de que las relaciones entre el eximperio e Irlanda no han estado tan mal desde los tiempos de la Guerra de las Malvinas, cuando las autoridades irlandesas de entonces se rehusaron a apoyar las sanciones europeas (en apoyo a la política de Londres) contra la Argentina.
En este escenario, cada sector, cada clase social, cada colectivo y hasta se podría decir que cada individuo reacciona de una manera particular y -en algunos casos- imprevista. Por ejemplo, un ministro del gobierno admite que, ante el posible caos civil que un Brexit abrupto podría causar, se baraja como opción la ley marcial. Hay quienes ya se están abasteciendo con alimentos no perecederos en cantidad para protegerse ante un posible desabastecimiento. Los millones de turistas británicos que invaden año a año las playas del Mediterráneo temen ver arruinadas sus vacaciones de verano con incontables horas de demora en los aeropuertos de España, Grecia o Italia, en una suerte de "Armageddon turístico". Crece la preocupación en el sector de la salud porque son muchísimos los médicos, enfermeros y trabajadores sociales de origen europeo empleados por el sistema británico que no podrían reemplazarse fácilmente. Parejas mixtas entre una persona británica y una europea viviendo en las islas consideran seriamente mudarse. Crece la demanda de pasaportes irlandeses por parte de hijos y nietos nacidos en Gran Bretaña de inmigrantes que llegaron en sucesivas oleadas de una Irlanda empobrecida y muy distinta a la prosperidad actual que goza dentro de la UE. Aún más sorprendente, gente británica de origen alemán cuyas familias escaparon en su momento de la persecución nazi está pidiendo la ciudadanía alemana, con toda la carga simbólica que eso conlleva. Empresas extranjeras basadas en Londres estudian llevar su sede europea a alguna ciudad en el continente como Frankfurt o París. British Airways, la aerolínea británica de bandera, está intentando por todos los medios ser considerada española por su fusión con Iberia, de modo de seguir operando en Europa sin problemas. Cada día, tanto en conversaciones informales como en mesas de trabajo de empresas o en los medios, circulan noticias de un tenor similar.
Todos pierden
En cuanto a las manifestaciones colectivas, llama mucho la atención, por ejemplo, la opinión de las entidades que agrupan a las compañías y particulares dueños de los pubs, ese distintivo tipo de establecimiento en el que se sirven todo tipo de bebidas y que representa toda una institución cultural tradicional del espíritu británico. Ellos suelen manifestarse pública, enfática y abiertamente a favor de dejar Europa como sea y pronto, atacando por falso, antidemocrático y confabulatorio al sector que pretende quedarse en la UE o al menos salir con cierto gradualismo. No es menor saber que uno de los lugares donde más se debate sobre el Brexit es, desde ya, el clásico pub británico, con mucha cerveza (nacional o europea, indistintamente) de por medio.
Este "Reino desUnido" muestra hoy en día un nivel de enfrentamiento pocas veces visto, inclusive en el seno de las familias. Según una encuesta citada por el diario The Independent, el 69% de la población manifiesta que el país es hoy un lugar "más enojado", y un sexto de la gente ha tenido discusiones severas con familiares o amigos alrededor del tema. Las opiniones son tajantes; las discusiones, encarnizadas; las acusaciones vuelan con liviandad y muchas discusiones cierran con la acusación velada o no de que "eso es mentira". En resumen, el humor social dista mucho de ser el mejor, en lo que ya es casi una crisis de identidad nacional.
La brecha se ha profundizado entre quienes no logran entender cómo se puede estar dispuesto a perder todo lo logrado con la Unión Europea (a pesar de sus desventajas) y quienes consideran que los medios y la intelligentsia proeuropea disfrazan sus argumentos a favor de la burocracia de Bruselas. Esos bandos son también representables geográficamente: Escocia, Irlanda del Norte y la multicultural capital, Londres, votaron mayoritariamente por quedarse en la UE; mientras tanto, en el resto de Inglaterra y en Gales, ganó el Brexit. Existe otra brecha no tan evidente: entre aquellos que votaron y los que no. Es bastante frecuente encontrar en Londres arrepentidos que no fueron a votar porque en aquel momento minimizaron lo que sucedería a partir del referéndum. En conjunto, en esta múltiple confrontación actual, va quedando claro que todos pierden.
El Brexit es adjetivado por la prensa y por la gente a diario: Brexit duro, Brexit blando, buen Brexit, mal Brexit, Brexit sin acuerdo, Brexit a la noruega o a la canadiense, Brexit a la carta, Brexit desastroso, Brexit calamitoso, Brexit infame? Bloody Brexit!
Tanto el oficialismo como la oposición mayoritaria están quebrados internamente, con profundas crisis de liderazgo. Hay miembros del parlamento conservadores y laboristas que han roto relación con sus propios bloques por diferencias irreconciliables en cuanto al modo de ejecutar la ruptura con Europa. Todo esto relega preocupantemente de la agenda nacional los temas que deberían estar en discusión para la sociedad británica: la creciente brecha entre ricos y pobres, la inmigración, los problemas de la clase media, el deterioro de la salud y la educación públicas, el terrorismo, el cambio climático, entre otros. Y mientras algunos políticos se mueven con una agenda corta y bastante miope teniendo como foco el próximo escenario electoral y los cargos disponibles, el tiempo se va acabando, con el 29 de marzo a pocos pasos. Las consecuencias para el equilibrio europeo, el futuro personal de casi 5 millones de personas (europeos en el Reino Unido y británicos en Europa), el delicado ajedrez irlandés, la onerosa factura por pagar a Europa para "abandonar el club" y las responsabilidades políticas con las que la historia juzgará a los actores de hoy, todo se está cocinando ahora mismo, a fuego lento, como si fuera un Sunday roast, pero de sabor amargo.
¿Habrá un segundo referéndum? Esto luce como algo altamente improbable, pero pareciera que las otras opciones son imposibles. Por lo pronto, tal vez la única salida para este entuerto podría encontrarse en una referencia literaria ciertamente muy británica: el principio Sherlock Holmes. Sencillamente se trata de eliminar todo lo imposible y cualquier cosa que quede, por más improbable que sea, puede ser la solución.