Brasil y la política
“No grites: mejora tus argumentos” (Desmond Tutu, arzobispo sudafricano)
Tancredo Neves, el gran líder político de Brasil y artífice de la redemocratización, decía que su oficio tenía poderes estimulantes sobre su organismo: “Yo soy movido a vitamina P. De política”. No por casualidad, el primer libro que el epresidente Fernando Henrique Cardoso publicó tras alejarse del cargo tuvo como título “El arte de la política”. Ese don en general poco apreciado por las sociedades – qué país no se queja de sus políticos? – es lo que explica por qué Brasil dejó atrás los tempos tenebrosos que vivió hace muchos años.
La palabra clave para entender el caso brasileño es una expresión conocida de la literatura de la ciencia política: “institutional building”, o sea, construcción institucional. Brasil tiene problemas enormes y nuestro desempeño macroeconómico dista de ser brillante, pero de algo no caben dudas: los avances con respecto a cuando Brasil se igualaba a la Argentina, a comienzos de la década de 1990, han sido enormes. Y la clave para entender lo que pasó está en la política. En ese processo de avances – ladrillo tras ladrillo – hay ocho marcos:
1. El Plan Real. El plan de estabilización de 1994 que cambió la historia del país fue plasmado por la habilidad admirable de Cardoso, quien anunció el plan el 1 de Marzo de 1994 y le explicó antes a la población, punto por punto, lo que ocurriría en los meses siguientes, hasta lanzar la nueva moneda que estabilizó la economia cuatro meses después. Ya siendo candidato, cuando lo criticaban por tener buenas relaciones con antiguos adversarios de la derecha, a quien se alió en la campaña, él respondia con sabiduría: “Yo puedo ganar las elecciones solo, pero no podría gobernar sin ellos. Prefiero entonces dejar las cosas claras desde el principio”. Fue esa alianza de la socialdemocracia con la centroderecha democrática que le permitió al país sentar las bases de la estabilidad. Sin roces, sin atropellos y sin insultos: en resúmen, haciendo política. Con P mayúscula – y de forma explícita.
2. Las reformas de 1995. Esa madurez de una izquierda aggiornata y de una derecha republicana fue la que formó la alianza parlamentaria que permitió alcanzar la mayoría para la gran modificación estructural de los 90: el fin del monopolio estatal en los sectores de petróleo y telecomunicaciones, aprobado por mayoría amplia en ambas casas legislativas, pese a la oposición frontal del Partido de los Trabajadores de Lula da Silva.
3. El ajuste fiscal de 1999. A los pocos días de haber conquistado la reelección, Cardoso tuvo que dejar flotar el tipo de cambio. En pocos días, en un país en aquel entonces con 2% de inflación anual, el cambio se fue de 1,20 a cerca de 2 Reales por dólar. Hubo manifestaciones en las calles y uno de los jerarcas más importantes del PT pidió el impeachment de Cardoso, que se vio obligado a aprobar en el Congreso un difícil ajuste fiscal de más de 3 % del PIB, en medio a complicadas negociaciones con el FMI, quien se quería “comer vivo” al Gobierno, por no haber sido avisado previamente de la devaluación. Y todo eso sin el menor estrés institucional, gracias a la capacidade de diálogo del Gobierno con sus aliados, algunos de ellos, dicho sea de paso, bastante díscolos.
4. La moderación de Lula en el 2003. Después de haber sido elegido en 2002 con una plataforma radical, Lula asumió el Gobierno en franca minoría legislativa, pero supo formar un Gobierno de coalición, distribuyendo carteras ministeriales entre sus nuevos aliados – muchos de ellos, críticos históricos del PT – y revelando una notable habilidad, haciendo acuerdos que le permitieron alcanzar el éxito económico que lo llevó a conservar las políticas económicas de su antecesor y alcanzar su propia reelección.
5. La reforma previsional de 2019. Brasil debatió durante dos décadas la necesidad de cambiar su régimen previsional, a punto de que el entonces diputado Bolsonaro había votado diversas veces contra las sucesivas modificaciones que se intentaron a lo largo del tempo. Sin embargo, gracias a un acuerdo político amplio, construido por el entonces presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, se aprobó una reforma bastante audaz, con el voto de 380 diputados, cuando bastaban apenas 308 para cambiar la regla. Una vez más, la política dijo presente.
6. La autonomía del Banco Central. Brasil tiene autoridades monetárias relativamente independientes de facto, pero no de jure, desde 1999. Sin embargo, durante 20 años se fue consolidando la impresión de que era necesario conceder la autonomía formal a quien ocupase esa función, para aislar la conducción de la institución del ciclo político y evitar el mal manejo de las tasas de interés. Por eso, después de un largo debate parlamentario, desde 2021 el presidente y los directores del Banco Central son formalmente autónomos con respecto al poder político. Cuando dos años después, en 2023, el presidente Lula manifesto su inconformismo por la situación, el Congreso dio muestras claras de que ese punto no era negociable, porque el paso que se había dado había sido fruto de un acuerdo muy amplio y el Parlamento no estaba dispuesto a dar marcha atrás. Hoy Lula parece haber aprendido a play the game y se prepara para anunciar en 2024 un nuevo presidente del BC para asumir en 2025 que, muy probablemente, cumplirá con los requisitos que se espera de alguien que ocupe un cargo de semejante responsabilidad.
7. La privatización de Eletrobras. El gigante del sector elétrico era estatal desde su comienzo, décadas atrás y fue privatizado en 2022. Al asumir Lula, hubo un intento de reestatizar la empresa, pero así como en el caso anterior, como la iniciativa, en el gobierno de Bolsonaro, había sido aprobada por Ley, el giro no prosperó y aquí también el Congreso dio muestras de no pretender promover un nuevo cambio de 180 grados.
8. La reforma tributaria. Después de casi 40 años de debatir el tema, desde la redemocratización de 1985, Brasil acaba de aprobar una medida histórica, con la reforma tributaria recientemente sancionada tras una ardua tramitación legislativa, extremamente compleja si se tiene en cuenta la dificultad de llegar a un acuerdo entre el Ejecutivo y el Legislativo, las 27 provincias, más de 5500 municipalidades y un amplio abanico de sectores y categorías profesionales afectados por la medida. Fue una tarea notable, en la cual brillaron la habilidad del ministro de Hacienda, Fernando Haddad, y la capacidad de diálogo y de articulación de los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado.
Gracias a esos elementos, Brasil es hoy un país mucho mejor, en diversos aspectos, que aquella economía caótica que se había convertido en un hazmerreír patético, dados los múltiples problemas que exhibía, a comienzos de los años 90. El denominador común de todos esos avances es que se trató de iniciativas negociadas, con mucha “muñeca” política, mucho diálogo y una enorme paciencia de quien estaba a cargo de mover los hilos de la negociación – en algunos casos, el presidente de la República o el ministro de Hacienda y, en otros, el Congreso.
De Churchill, en tempos de austeridad, se recuerda siempre su llamado al pueblo inglés a sacrificarse cuando habló aquello de “sangre, sudor y lágrimas”, pero para salir de las dificultades es conveniente recordar otra de sus frases famosas, la que dice que “la democracia es el peor de los regímenes que se han inventado, con excepción, naturalmente, de todos los otros”. O el reconocimiento de que la democracia es “a very time consuming process”.
Bien se podría decir que “dentro de la política, todo; fuera de la política, nada”. Creo que esa es una lección que Brasil aprendió y que hoy se valora bastante. Entre otras cosas, porque así disminuyen las posibilidades de dar un paso atrás, en la medida en que, de a poco, las diferentes fuerzas políticas del país van asimilando la noción de que se trata de avances no del Gobierno A o B y sí del país como un todo. Lo cual hace que esos cambios resulten mucho más seguros. Parodiando a Fernando Pessoa (“navegar é preciso”), en una democracia, negociar es necesario.