Brasil y la Argentina, historia de dos hermanos
Con Brasil no somos sólo somos socios: somos hermanos. Nuestro destino como pueblos y naciones están ligados en el mundo globalizado. Es imposible imaginar un futuro sin pensarse juntos. Analizar rigurosamente lo que sucede en Brasil hoy nos permite aprender para poder proyectar un futuro de progreso y bienestar, aunque no exento de desafíos y riesgos.
Desde 2003 hasta 2010, Brasil experimentó un período de crecimiento sin precedente, probablemente gracias a las reformas previas de Cardoso y al posterior pragmatismo de Lula. Era un país que el mundo observaba con admiración: democrático, con economía de mercado, extraordinarios recursos naturales, un amplio mercado interno y una gran cultura emprendedora.
Durante esos años fluían las inversiones mientras descendía la inflación (3,1% en 2006). El desempleo pasó del 11,5% al 6,9% en 2010, la inequidad bajó de 0,6 a 0,51 según el coeficiente de Gini y el crecimiento de los ingresos en la población de menores ingresos aumentó tres veces más que en la de mayores ingresos (7,5% vs. 2% anual, respectivamente). Todo esto se reflejó en una notable reducción de la pobreza (del 28% al 8% en sólo 10 años), además de un crecimiento de las clases medias del 37% al 56% de la población total. El apoyo político al gobierno era del 58% de la población.
Sin embargo, muchas veces, a pesar de los auspiciosos datos estadísticos, la falta de visión sistémica puede esconder problemas estructurales que no hacen sustentables estos procesos.
A partir de 2010 comenzaron a aparecer los problemas: la economía era poco competitiva y aislada del mundo y el crecimiento se basaba sólo en el aumento del consumo interno financiado por los altos precios de las commodities. El aumento en la presión impositiva no generaba la infraestructura y los bienes o servicios públicos necesarios, sino que se direccionaba hacia gastos improductivos y los bolsillos de la corrupción. El Estado era el refugio de una corporación política que redistribuía los recursos públicos para su propio beneficio.
Las consecuencias no tardaron en aparecer: el crecimiento descendió del 7,5% a casi cero, la inflación pasó del 3,1% al 7,3% en 2015, el desempleo comenzó a aumentar. La aprobación de la presidenta Dilma Rousseff cayó del 58% al 15%, hasta que resultó finalmente fue destituida.
Hoy Brasil es considerado una de las economías emergentes con mayor corrupción y su imagen en el mundo cayó del lugar 18º al 57º en sólo cinco años.
En el marco de un gobierno con discutida legitimidad, Brasil enfrenta hoy múltiples desafíos: ¿cómo sostener los progresos sociales e institucionalizar esas conquistas?; ¿cómo lograr una economía competitiva y activa en el mundo globalizado?; ¿cómo volver a liderar una región llena de oportunidades?. Y, finalmente, ¿cómo realizar reformas estructurales en un momento de tantas turbulencias e incertidumbres mundiales, regionales y nacionales?
El combate contra la pobreza consiste no sólo en bajar un indicador, sino en un proceso de transformaciones estructurales que generen empleo digno y sostenible en el tiempo. En los últimos años creció desproporcionadamente el empleo público, que es de menor eficiencia; mientras tanto el empleo privado se destruyó.
No hay atajos posibles, es necesario crear empresas de este siglo, estimular a los emprendedores y la empleabilidad. La reforma económica para la competitividad debe incluir la inversión en infraestructura, mejorar el ambiente de negocios, reducir la burocracia, transformar al Estado en facilitador y eficiente creador de bienes públicos, simplificar el sistema tributario y reformar el sistema laboral para que los trabajadores se transformen en talentos libres, empleables, emprendedores y creadores de valor. La reforma educativa debe extenderse más allá de las aulas, para que aprender a aprender y a desaprender sea un proceso sostenido a lo largo toda la vida.
"La política hoy crea más problemas de los que resuelve", decía Marina Silva, ex candidata presidencial y referente de la renovación política brasileña. La crisis actual es una oportunidad, pero a la vez exige una profunda reforma política. El "presidencialismo de coalición", donde el congreso mitiga el poder, está siendo desafiado. Silva lo define como "presidencialismo de confusión". Hay 17 partidos en el Senado y 25 en la Cámara de Diputados (el partido presidencial tiene el 13% de las cámaras), 31 ministerios. Descentralizar y desburocratizar es clave en un escenario donde muchos brasileños reclaman terminar con las reelecciones y alargar el período de gobierno.
No obstante, esta crisis debe ser colocada en contexto. Brasil lleva 27 años de democracia, con elecciones periódicas y ordenadas, demostraciones públicas libres y pacíficas, medios con libertad de expresión, justicia independiente, efectivo control público, acceso a la información y ley de responsabilidad fiscal. No es menor en una sociedad compleja, diversa y tan extendida geográficamente.
Brasil, la Argentina y la región tienen una oportunidad enorme en varios sectores, pues el mundo necesita de sus productos y servicios. En la agroindustria esto es evidente. Pero no es el único escenario.
El sur de América es una gran superficie fotosintética que transforma sol y agua en diversos productos. Allí los vegetales crecen como "fábricas", produciendo alimentos, energía, bioplásticos, enzimas, medicamentos y materias primas para la vivienda y la vestimenta. La convergencia tecnológica de la biotecnología, la agricultura de precisión, la robótica, la nanotecnología, la Internet de las cosas, la materialización prof undizan y aceleran las transformaciones. La región puede ser un ejemplo de ecosistemas sustentables, en desarrollo en armonía con las leyes de la vida.
Para aprovechar esta oportunidad, el Mercosur debería resignificarse como "una región para el mundo", integrada tanto hacia adentro como hacia fuera, con flujos activos de capitales, talentos y bienes. Una integración cultural, económica y política debe ponerse en marcha. Lo mismo que un propósito renovado para el Parlamento del Mercosur, las organizaciones empresariales y de los trabajadores, los sectores académicos y sociales.
Frente al problema de la pobreza, la competitividad, el rol del Estado y de las empresas, Brasil, con sus logros y sus desafíos, nos refleja y nos desafía tanto como nos proyecta, da sentido y propósito a nuestras ideas y acciones. Brasil y la Argentina, dos países hermanos con pasados difíciles pero con futuros llenos de ilusión.
Empresario