Brasil merece que Lula mejore
Aunque estoy convencido de que la reelección de Jair Bolsonaro hubiera sido un desastre para Brasil, el presente desempeño del gobierno que lidera Lula da Silva no me inspira tranquilidad. A pesar de que ejerció la presidencia durante dos consecutivos mandatos y nunca ocultó el deseo de volver al cargo, su regreso no parece hallar sustento en coherentes definiciones iniciales de gobierno, ni en rasgos de madurez y moderación política.
Hay que reconocer la existencia de un loable esfuerzo por sanear las finanzas públicas y desmontar las barbaridades que concibió el gobierno anterior. Algunos de los ministros designados por Lula justifican expectativas favorables y es incontestable la disminución de las tensiones en el clima político. No obstante, se registra una agenda de problemas internos que aguarda la definición de estrategias claras y creativas. Ese paquete incluye la cuestión ambiental, que aún no ha sido objeto de la política que el país necesita. Otra indefinición se detecta en el campo de la inequidad social. A pesar del permanente discurso de Lula a propósito de la extrema concentración de la renta, ninguna medida estructural para mitigar este fenómeno ha sido anunciada. El aumento del salario mínimo y la existencia de programas como la “Bolsa familia” son hechos positivos, pero insuficientes para sanar la magnitud del contraste social.
La forma correcta de enfrentar tal inequidad incluye inversiones en sectores que atiendan las necesidades de las clases de menores ingresos, y la implantación de una estructura tributaria más progresiva. En política exterior, se verifica un desperdicio del potencial que goza Brasil para ejercer fructífera influencia en la arena internacional. Durante la gestión de Bolsonaro predominó un aislamiento que impedía al país desempeñar una acción global relevante. De ahí que muchos albergaron la esperanza de que el nuevo gobierno ampliaría la contribución del país al entendimiento y la prosperidad mundiales. Lamentablemente, en esta etapa inicial tal contribución no es visible. Brasil aún no se ocupa de encontrar caminos para estimular el desarrollo económico y social de América Latina. La única actitud presidencial hacia los aliados naturales del país fue la visita a la Argentina. A pesar de su historial de lucha por la democracia brasileña, Lula se niega a criticar las dictaduras que subsisten en Venezuela, Nicaragua y Cuba.
También sorprende el exagerado énfasis en el acercamiento político a China y Rusia, donde prevalecen regímenes autoritarios y represivos. El aval de Lula a los enfoques y propuestas de esos países es de dudoso interés para Brasil. Las frecuentes referencias hostiles a Estados Unidos parecen ignorar los instintos imperialistas de chinos y rusos, atributo natural de cualquier potencia. En mi condición de votante de Lula me gustaría creer que estos son sólo partes de un mal momento y que será posible desterrar los temores expuestos en la presente nota. Brasil lo merece.
Economista jubilado del BID, exprofesor en universidades brasileñas y consultor económico en Washington