Brasil contrae su política exterior
BRASILIA.- Mientras las denuncias de corrupción contra Michel Temer amenazan la estabilidad presidencial nuevamente en Brasil, un fenómeno menos percibido se acelera: el retraimiento de su política exterior.
Este ensimismamiento de Brasil no es nuevo. Sus orígenes se pueden rastrear en los regaños públicos de Dilma Rousseff a sus cancilleres las escasas veces que los veía, sus pocos viajes al exterior y la mengua tanto del presupuesto de Itamaraty (Ministerio de Relaciones Exteriores) como de la cuota de ingresantes al Instituto Rio Branco (la escuela de formación diplomática) durante su primer gobierno. El ajuste fiscal limitó más una política exterior que ya no era prioritaria y la crisis política contribuyó a minar el liderazgo, presidencial y ministerial. Los últimos cinco cancilleres de Brasil (Patriota, Figueiredo, Vieira, Serra y Nunes) duraron un año cada uno. Pero aun así Brasil había mantenido su política de proyección global (con convicción, eficiencia y paciencia estratégica) en piloto automático.
Muchos analistas han reconocido en los avatares diplomáticos de los últimos meses un desesperado intento de Temer por legitimar su gobierno. Y están en lo cierto. Pero mientras el presidente brasileño recorre el mundo incomodando a sus anfitriones, la diplomacia brasileña ha comenzado a cuestionar la "política del piloto automático" de los últimos años. Dos factores apuntan a una mayor retracción de Itamaraty en los tiempos venideros. El primero es la acumulación de evidencia (judicial y periodística) que apunta a una estrecha connivencia entre la clase política y las grandes multinacionales brasileñas (los llamados campeões nacionais), que fueron las principales beneficiarias de la expansión hacia el exterior a través de crédito local, utilizando la diplomacia presidencial y comercial como punta de lanza. El segundo factor es el fracaso de las cuatro agendas centrales para Itamaraty: reforma del Consejo de Seguridad, la Ronda de Doha, los Brics y la integración con América del Sur. Un reciente documento de la Secretaría de Asuntos Estratégicos de la Presidencia que remarca estos fracasos ha despertado la ira del cuerpo diplomático en general (que no fue consultado) y cierta esperanza en una minoría creciente de desilusionados y realistas.
Las fracturas dentro del ministerio también parecen apuntar a una coyuntura crítica en la evolución de la política exterior. El actual canciller, Aloysio Nunes, está siendo procesado bajo acusación de haber recibido 500.000 reales de Odebrecht, lo que, junto a su total desconocimiento del métier, lo ha aislado completamente. La primera línea de embajadores (con acceso real al gobierno) ha sido paulatinamente rotada desde el año pasado para otorgar más influencia a funcionarios de la era Cardoso, caracterizados por su mayor sobriedad. Diplomáticos de menor jerarquía se aprestan a demostrar su descontento hacia la nueva cúpula. A principios de junio, 94 diplomáticos de carrera -en su mayoría jóvenes frustrados por el estancamiento de las numerosas cohortes admitidas en la era Lula- pidieron en una carta abierta el fin de las "tendencias autoritarias" de su propio gobierno. La visibilidad de estas contradicciones y el tono del debate son de una estridencia inusitada para una burocracia hermética como la de Itamaraty.
Puede que estemos presenciando el fin del Brasil global. Esta disminución de las ambiciones internacionales del mayor vecino argentino no es únicamente producto de su crisis actual. Es el reacomodamiento de las expectativas de un país que quiso ser gran potencia a su tamaño real: Brasil representa el 2,5% de la economía global, mientras que la Unión Europea, Estados Unidos y China representan cerca del 20% cada uno. Por mucho que duela a los ideólogos y think tanks de la era Lula, la pequeñez estructural de Brasil marca severos límites a sus ambiciones. Por lo tanto, este reacomodamiento no será coyuntural y probablemente sobreviva a la crisis.
Esto puede ser una buena noticia para la Argentina. Es en su región (América del Sur) donde Brasil es verdaderamente grande y representa un 50% de su economía, población y territorio. Hoy los ojos de Temer y la diplomacia más pragmática están puestos en el acuerdo Mercosur-Unión Europea, que, muchos vaticinan, proveerá la victoria diplomática del año. A través de iniciativas de este tipo es como, con Temer o sin él, Brasil comenzará a volver a su humilde hogar sudamericano.
Doctorando en Ciencia Política (Universidad de Notre Dame)
Luis Schenoni