La tala indiscriminada de árboles altera los ecosistemas e impacta sobre el cambio climático, provocando sequías, inundaciones e incendios; un problema global que afecta con fuerza a nuestro país, donde el año pasado se quemaron más de un millón de hectáreas; es necesario un equilibrio entre el desarrollo y la preservación
A diferencia de lo que sucede con una enfermedad -con una pandemia- que enferma y puede matar en un período relativamente breve de tiempo, los asuntos ambientales tienen sus consecuencias (iguales o más graves, incluso) en tiempos dilatados, medidos en años o décadas. Pasa con el cambio climático, que empezó con la revolución industrial (¡hace más de dos siglos!), y pasa con los daños que genera la constante deforestación. La semana pasada se vio una de esas consecuencias con las inundaciones generadas en el centro del país, que se repiten no menos de una vez por año y cuya gravedad sí puede medirse. Lo mismo con las sequías, cuyo origen profundo es ese cambio climático; o la pérdida de más de un millón de especies por la extinción masiva actual. El problema es que a menudo esa brecha temporal entre causa y efecto impide tomar decisiones correctas. Los gráficos que muestra la ciencia están a la vista, lo que predijeron hace más de veinte años se empieza a comprobar cotidianamente, pero falta incorporar (en su etimología de ingresar al cuerpo) ciertas nociones para ver cuán imprescindibles son esas medidas.
Hace un año, cuando un virus empezaba a recorrer el mundo y hacer estragos, la noticia principal de ese comienzo del turbulento 2020 eran los fuegos por doquier. Australia, California, Amazonas, Córdoba. Los incendios de esta semana en las cercanías de El Bolsón, Río Negro, abarcaban unas 10.000 hectáreas y seguían fuera de control al momento del cierre de este suplemento. "Nuestra casa está en llamas": la frase de Greta Thunberg se hacía literal. Solo en la Argentina se quemaron más de 1.100.000 hectáreas (de bosques y también de pastizales). Según un informe de la World Wildlife Foundation (WWF) titulado "Frentes de deforestación: impulsores y respuestas en un mundo cambiante" y publicado este mes, hay veinticuatro frentes de deforestación en el mundo, nueve están en América Latina y uno incluye a la Argentina y Paraguay (la zona del gran Chaco). "La deforestación también afecta a la resiliencia de la actividad agropecuaria", alertó Manuel Jaramillo, director general de la Fundación Vida Silvestre Argentina, asociada a la WWF, al momento de dar a conocer el informe de 125 páginas. Nicolás Gallardo, de Jóvenes por el Clima, la versión local del movimiento de Thunberg, advierte: "Hay que entender que escenarios como el de 2020 de incendios continuos se van a profundizar. No fue un año excepcional, sino que es algo que se repetirá y profundizará a medida que el cambio climático continúe".
El problema, claro, es global, por más que la Argentina esté en el top de la depredación. En noviembre pasado, la Declaración de Nueva York sobre los Bosques –un grupo de 25 organizaciones– admitió que no se ha cumplido el objetivo de reducir a la mitad la deforestación para 2020 y que se va camino a fracasar en el segundo: acabar con la deforestación para 2030.
Del mismo modo, tampoco hace falta ser muy extravagante o extrapolar en exceso para ver la relación entre las pandemias y el descuido doloso de la biodiversidad y los sistemas ecológicos: el Sars-CoV2 es apenas un ejemplo. Lo han dicho múltiples expertos durante estos meses y el propio Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud, en una reunión de la entidad este 18 de enero: "La pandemia nos enseña que la salud humana, de los animales y del planeta están íntimamente relacionadas. Solo podemos proteger y promover la salud humana si mejoramos mucho el monitoreo y el manejo de los riesgos de esta relación entre humanos, animales y ecosistemas. No es algo nuevo, pero la pandemia le ha dado un alcance todavía más profundo", dijo.
Sin pausa
Aunque no estaban dentro del rubro de "esenciales", a las topadoras argentinas no les importó la cuarentena pandémica. Continuaron a todo vapor, por decirlo así. "Legal o ilegal, le metieron máquina igual. La pandemia no ha significado una reducción de la pérdida de bosques", se lamenta Hernán Giardini, jefe de la campaña de bosques de Greenpeace. Si bien el informe anual sobre el tema de la ONG estaba por divulgarse al cierre de esta nota, adelantaron que entre el 15 de marzo y el 31 de octubre se perdieron alrededor de 200 hectáreas de bosques por día solo en Santiago del Estero, Salta, Formosa y Chaco, para un total de casi 50.000 hectáreas en ese período de confinamiento. "La deforestación, en un contexto de crisis climática y de la biodiversidad por la extinción de especies, más crisis sanitaria, es un grave error, ya no estamos para seguir perdiendo bosques. La vulnerabilidad por perder bosques es enorme en términos de inundaciones, sequías, desertización, conflictos sociales con las comunidades", dice Giardini.
Ahora bien, si perder bosques resulta tan nocivo, ¿por qué se avanza con la deforestación? Las causas son mercantiles: la necesidad de ampliar la mal llamada frontera agropecuaria para exportar principalmente carne y soja para los mercados europeos y chinos. "La mayoría de los fuegos y desmontes se inician por la necesidad de pasturas para ganado. Hay ahora ganado en bosques, selvas y lugares marginales donde antes no había, por cambio de uso de la tierra. Para que la vaca prospere hay que clarear y el fuego es práctico y barato para abrir. Es un drama porque no se recupera tan fácil", dice Sofía Heinonen, directora ejecutiva de la Fundación Rewilding Argentina (que, como su nombre en inglés indica, se dedica a la recuperación de ecosistemas naturales, y es otra de las maneras en que se busca la restauración, con planes como el de la Iniciativa 20x20).
Fenómeno recurrente
"Es una situación dramática", coincide por su parte Emiliano Ezcurra, director ejecutivo de la ONG Banco de Bosques y ex vicepresidente de Parques Nacionales durante el período 2015-2019. "Los bosques nativos de la Argentina vienen de más de un siglo de retroceso por diversas causas. Los incendios son un fenómeno recurrente, exacerbado a partir del aumento de la población y el cambio climático, esas son las dos razones que hacen que haya incendios cada vez más agresivos y devastadores, que no le dan al bosque la posibilidad de regenerarse".
Tras la reforma de 1994, las provincias son las que tienen jurisdicción sobre sus recursos naturales y son las que deben controlar en territorio el cumplimiento de las leyes nacionales. No sucede o sucede de manera limitada. "Los gobiernos de las provincias hacen la vista gorda porque desmontan sus amigos. Entonces toman a las leyes ecologistas como una molestia y hacen como que las cumplen. Los que recorremos el territorio vemos eso", añade Ezcurra. "No se hace carne que el bosque es un recurso renovable que nos puede hacer prósperos. Con las vacas es diferente: si hay abigeato interviene la policía con todo, hay presos, se secuestran animales e interviene el Senasa. El problema es que no se ve a los bosques de igual manera, como un rodeo que produce terneros todos los años. El bosque es un capital forestal. Es una cuestión de mentalidad", señala.
"No hay voluntad política de detener esto", coincide Hernán Casañas, director ejecutivo de otra ONG, Aves Argentinas. "No hay interés por parte de las provincias de detener ciertas actividad productivas. La pérdida de bosques está vinculada a la inacción, la inoperancia o directamente la corrupción". Grafica Ezcurra: "Cada vez que un secretario de recursos naturales se atreve a frenar un camión con tala ilegal, se le vienen al humo los pesos pesados de la provincia".
La solución es difícil entonces por dos motivos: la dificultad de ver al bosque más que como un obstáculo y cierta venalidad. "Lo seguro es que mientras las provincias argentinas y en general los estados de América Latina concentren las estructuras productivas en la sobreexplotación de los recursos naturales, va a ser difícil que una legislación por sí sola frene la deforestación o genere una gestión sostenible de los bosques y del resto de los bienes comunes naturales", dice Ana Julia Aneise, también de Jóvenes por el Clima. "Las estructuras presupuestarias de las provincias cuentan con esta sobreexplotación para subsistir. Es lo mismo que a nivel nacional: el modelo agroexportador alimentario que se repite hasta el cansancio y sostiene con dólares una cierta estabilidad macroeconómica no está inscripto en un paradigma de sostenibilidad". El quid es entonces la matriz productiva.
Nuevas leyes
Pero, en el mientras tanto, las leyes deben cumplirse. Cuando se consulta a los expertos en ambiente sobre la ley de bosques sancionada en 2007 hay respuestas (y sensaciones) encontradas. Por un lado, se elogian los términos de la ley, cómo se logró avanzar en una cierta protección y el ordenamiento del territorio (en tres zonas diferentes: verde, amarilla y roja), pero a la vez se observa cierta impotencia por el hecho de que no logró cumplirse enteramente: careció del presupuesto previsto (¡no llegó al 10%!), algunas provincias tardaron en elaborar mapas de su territorio para saber qué caía dentro de lo explotable y qué se debía conservar, las multas muchas veces son irrisorias y en el lapso entre que ingresó el proyecto al Congreso y obtuvo sanción hubo una urgencia por desmontar, exactamente lo opuesto a los deseos de los legisladores, y los niveles de deforestación se fueron ese año a las nubes.
Todavía a tiempo
"La Argentina tiene que llegar a un acuerdo suficientemente federal para detener todo proceso de deforestación por un mínimo de 20 o 30 años -dice Casañas-. La situación en particular en la región chaqueña es crítica. Estamos cerca de un umbral de no retorno en cuanto a la viabilidad de los bosques. Lo que está pasando es que, debido a los proceso de deforestación, los bosques han perdido conectividad y eso hace que una buena parte de la biodiversidad asociada se pierda. A este ritmo, en menos de 20 años muchos bosques serán inviables, un término biólogo para decir que van a desaparecer del todo. Estamos en una situación límite, pero podemos tomar medidas, si somos conscientes y nos apoyamos en la ciencia. Estamos a tiempo de revertir. Hay 150 metros para frenar".
Giardini coincide: "Nos preocupa el grado de incumplimiento de la normativa y la complicidad de los gobiernos de Chaco, Salta, Santiago del Estero y Formosa, con cambios de categorización para poder desmontar que se hacen a través de resoluciones de menor rango que una ley. Son cómplices de violar la ley".
Para Giardini, el sistema de multas no sirve y no hay tampoco voluntad de obligarlos a reforestar. "Las multas son bajas y no desalientan; cuando son altas, empieza un largo proceso judicial y nunca se paga. Prefieren pagarles a los abogados e interponer amparos y presentaciones. Encima es un trámite civil, no hay delito penal. Es una contravención, como si fuera un asunto municipal", señala.
En 2016, Greenpeace presentó un proyecto a través de la entonces diputada Victoria Donda que proponía un proceso penal para quienes deforestan (dos a diez años de prisión), pero perdió estado parlamentario sin tratarse. Por eso, hoy hay una iniciativa para reformar la ley de bosques; el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación tiene previsto presentar un proyecto para incorporar penas privativas de la libertad.
¿Puede el Estado nacional regular así la propiedad privada de bosques y su uso? El consenso es que sí. "El Estado puede regular sobre la propiedad privada, desde luego; pero tanto los bosques como la vida silvestre no son privados. Se es dueño de la superficie, pero no de la vida silvestre. Eso genera un choque, porque nunca el Estado estuvo en la administración de la vida silvestre. Y de repente hay una ley y se genera un choque cultural fortísimo", dice Heinonen. Por eso, ella sugiere acompañar la punición con un cierto trabajo de concientización con los dueños de los predios, con incentivos y prácticas. "La prohibición es mal recibida. En un país además tan grande y con tan poca presencia en territorio, se convierte en una ley que se tiende a incumplir. Estamos lleno de leyes ambientales que no se cumplen. Para que sea efectiva, una prohibición necesita de contralor policial, y en este caso no hay suficientes agentes", agrega Heinonen.
En ese sentido, Ezcurra distingue que "una cosa es el suelo y otra el vuelo, que sí está regulado por el Estado. No puedo hacer lo que quiero con el bosque que está en mi campo. Por eso, los propietarios para un desmonte piden permisos a las provincias. Porque ese bosque no es de ellos, sino de todos."
Todo lo cual lleva a un interrogante. ¿Cómo resguardar los bosques en función del interés comunitario, mediante la obligación establecida por una ley o a través de la concientización acerca de lo que es mejor para el medio ambiente? Ezcurra apuesta a un cambio de mentalidad. "La idea de avance de la frontera es parte de una mentalidad pampeana de no entender al bosque como un lugar de producción", señala. Lo que, según dice, lleva a un modelo de negocios donde el bosque es un estorbo. "Y en realidad son recursos renovables que se pueden explotar con inteligencia, con los que se pueden generar empleos y divisas sin meter topadora y tirar todo". Y abunda: "Como la llanura pampeana es el motor económico argentino, crecimos con el cassette de que hay que sembrar para progresar. Aún hoy se dice que cultivar el suelo es servir a la patria, y que al eliminar lo salvaje se genera progreso. Pero eliminar lo salvaje trae también inundaciones, extinciones masivas y cambio climático. El paradigma de este momento es entender que lo salvaje es productivo y nos ayudará a salir de la pobreza. Se necesita una agenda que adapte economía a ecología y no al revés".
Dividendos como sea
Pero Giardini relativiza la efectividad de la persuasión sugerida por Heinonen y por Ezcurra. "Puede haber productores que tienen historia con el territorio que podrían ser conscientes del desastre que causan. Pero cuando los dueños están a dos o tres mil kilómetros, hacen lo que les dejan hacer. Por eso, creo que van a preguntarse qué hacer con la tierra cuando descubran que ya no puede hacerse mucho", dice. Y apunta que hay productores pampeanos que compran terrenos a un determinado monto la hectárea con la expectativa de generar dividendos como sea. "Entiendo la lógica de tratar de convencer a los productores y ojalá que les vaya bien. Pero transformar ecosistemas de manera drástica no está bien. Los gobiernos deben pensar más allá de un sector. El impacto de deforestar trasciende a las provincias, con inundaciones que impactan en lugares a veces alejados", afirma.
Ahora bien, para volver al principio: ¿por qué es importante sostener los bosques? Las razones son muchas, altruistas y egoístas. Entre las últimas: los bosques proveen servicios ecosistémicos; sirven para el mantenimiento de la vida en el planeta, la humana incluida, por ejemplo, al sostener la vida de especies que podrían resultar origen de la cura de enfermedades, más allá de su valor intrínseco. Otras tienen que ver con el placer mental de disfrutarlo y con su carencia, el "trastorno por déficit de naturaleza". Otra, que existen comunidades que viven allí y que su migración a las urbes incrementa el malestar de las ciudades. Pero quizá la definitiva sea que, como especie, no tenemos derecho.