Boris Johnson, el excéntrico alcalde de Londres que puede renovar el Partido Conservador
Ex periodista y parlamentario, famoso por su polémico sentido del humor, el británico contrarresta con votos las críticas a su estilo
Si se pudiera definir una ciudad por la persona que la gobierna, Londres sería una mezcla de aristocracia y excentricidad. Su alcalde, el conservador Boris Johnson, es un poco todo eso.
Le dicen loco, inteligente, frívolo, ambicioso, humorista y poco serio, aunque lo único en lo que todos concuerdan es que Johnson es uno de los pocos políticos británicos a quienes la gente conoce por su primer nombre, y reconoce casi instantáneamente. Y ese capital personal, sumado a sus ambiciones de escalar en el poder más allá de la alcaldía londinense -quizás hasta el puesto de primer ministro- lo están convirtiendo en una de las figuras en la línea de largada para renovar al alicaído Partido Conservador.
Reconocerlo por la calle es bastante fácil. Suele ir a la moderna alcaldía local en su bicicleta y su pelo largo y casi blanco al viento, tratando de esquivar el tráfico, vestido con una combinación de traje y saco reflector que usan los ciclistas. Pocos paran para verlo, aunque todos en esta ciudad tienen una opinión sobre él.
Los que lo odian, dicen que no es más que un personaje mediático cuyo único deseo es llamar la atención de las cámaras, cuestionan su informalidad permanente y advierten sobre los sucesivos escándalos que lo han tenido como protagonista, incluidos varios affaires con ex colegas periodistas, comentarios homofóbicos y machistas, y acusaciones de falta de integridad. Los otros aseguran que tiene una ávida visión política, que sólo se logra con inteligencia, y lo señalan como casi la única alternativa viable al primer ministro, David Cameron, golpeado por la crisis.
Lo que nadie puede negar es que el éxito político de Boris Johnson no podría haber llegado en mejor momento. El ex periodista conservador, y luego parlamentario opositor, ganó la alcaldía de Londres en 2008, cuando la ciudad se estaba preparando para ser anfitriona de los Juegos Olímpicos. Y aunque Londres se había convertido en sede de la mayor fiesta deportiva del siglo, en 2012, de la mano del emblemático alcalde de izquierda Ken Livingstone, fue Johnson quien, al ser reelegido ese mismo año, se llevó los laureles del megaevento.
A casi un año de aquella fiesta, las preguntas sobre cómo Johnson puede capitalizar el éxito están comenzando a apilarse. Tal vez porque el excéntrico alcande personifica todo lo que a algunos británicos les molesta de otros británicos.
Un inglés en Nueva York
Alexander Boris de Pfeffel Johnson nació en Nueva York el 19 de junio de 1964, aunque al poco tiempo su familia regresó a Oxford para que su madre terminara la universidad.
Hijo de un político conservador y una madre de familia aristocrática, Johnson -como Cameron- estudió en Eton, una de las escuelas de varones más elitistas del país, y comenzó su carrera en el mundo del periodismo en varios periódicos conservadores, hasta que consiguió un trabajo como editor en The Spectator, una famosa revista política. En 2001, logró su primer puesto como concejal y, de ahí, pasó por el Parlamento como representante del Partido Conservador, hasta llegar, pocos años después, a la alcaldía de la capital inglesa. Hoy vive en el barrio céntrico de Islington, y es padre de cuatro hijos de entre 14 y 20 años.
El verdadero salto a la fama de Johnson no llegó gracias a su trabajo en una redacción ni en su banca parlamentaria, sino frente a las cámaras, cuando, entre 1990 y 2002, fue invitado en varias ocasiones como panelista de uno de los más reconocidos programas satíricos de política de la BBC, Have I got news for you .
Y fue cuando comenzó a ganar notoriedad dentro del Partido Conservador que el londinense decidió contratar a un asesor para mejorar su imagen. Así, de la mano del australiano Lynton Crosby, Johnson se contuvo de hacer demasiados comentarios en televisión y se enfocó en mejorar sus apariciones en radio. Se dice que Crosby aconsejó a Johnson hacer menos bromas y cortarse el pelo, para parecer "más serio".
Pero aun con todo eso, la campaña no fue sencilla. Desde todos los puntos del espectro político, analistas y el público no ahorraron en adjetivos para asegurar que Johnson no estaba calificado para el puesto de alcalde.
A pesar de todos los pronósticos, le ganó a Livingstone, que buscaba su reelección. En los primeros meses como alcalde, Johnson prohibió el alcohol en el transporte público -lo que llevó a los londinenses a hacer una fiesta en el subte el día antes de la prohibición-, estrenó un sistema de bicicletas públicas y prometió trabajar en el mejoramiento de la vida en la capital, que tiene uno de los electorados más grandes de Europa, y tal vez más difíciles de complacer.
Pero ni las bicicletas públicas, ni los nuevos colectivos rojos o los planes para regenerar amplias zonas marginales de la ciudad parecen ser suficientes, ni contrarrestar los escándalos a los que tuvo que enfrentarse desde que se sentó en la silla de alcalde. A un año de su elección, una investigación reveló que los gastos de taxi de la alcaldía de Londres habían aumentado más de un 500% en 12 meses, lo que cayó extremadamente mal en un país que comenzaba a sentir el impacto de una de las peores crisis económicas que enfrentaba el país en décadas.
Johnson parece no tener filtro a la hora de expresar ideas, que luego llama "bromas". Antes de ser elegido, en 2006 dijo, en respuesta a las campañas de comida sana que el chef Jamie Oliver estaba promocionando en escuelas de todo el país: "Si estuviera a cargo, me liberaría de Jamie Oliver y dejaría que la gente comiera lo que quisiera." Y unos meses más tarde aceptó que debía "agregar a Papua Nueva Guinea a su lista global de disculpas" después de haber sugerido que el país era conocido por su "canibalismo".
Pero tal vez la peor, o al menos última, "broma" del alcalde sucedió la semana pasada, cuando participaba del Foro Económico Mundial junto al primer ministro de Malasia, y dijo que el hecho de que más mujeres en ese país estaban enrolándose en la universidad respondía a que estaban buscando marido. Los comentarios y quejas no tardaron en llegar de todos los rincones del planeta, donde mujeres activistas, académicas y otros criticaron al británico por lo que consideraron una broma del peor gusto. El alcalde se defendió diciendo que no había sido su intención ofender a nadie.
Pero el mensaje que claramente dejo en su público es que, si sus ambiciones de ser primer ministro son ciertas, todavía tiene un largo camino que recorrer, y algunas ideas que filtrar, antes de que en el Partido Conservador coincidan en verlo como una alternativa.
"Todos los que han estudiado la política británica saben que mis posibilidades reales de convertirme en primer ministro son sólo ligeramente superiores a las que tengo de ser decapitado por un Frisbee, cegado por un tapón de champagne o reencarnarme en una aceituna", respondió el año pasado cuando le preguntaron por sus ambiciones políticas y confirmó lo que afirman muchos: nadie sabe bien lo que Boris Johnson opina sobre nada.
Perfil
Nombre y apellido: Boris Johnson
Edad: 49 años
- Cuna conservadora
Nació en una familia aristocrática, de padre conservador, y estudió en el exclusivo colegio Eton. Trabajó varios años como periodista. - Carrera política
En 2001 fue elegido concejal, luego representante en la Cámara de los Comunes por el Partido Conservador, y en 2008, ganó la alcaldía de Londres, donde fue reelegido en 2012.