Borges, profeta de la física cuántica
En sus tramas, en sus metáforas, el autor de El Aleph anticipó muchos de los postulados a los que más tarde llegaría la ciencia; un ejemplo de que la ficción y la poesía pueden ser instrumentos certeros para indagar el universo
ROCHESTER, Michigan.-Borges es el poeta más citado por los científicos. Si uno pone "Borges Jorge Luis" en la Web of Science, el banco de datos de artículos de ciencia, aparecen miles de citas a su obra en trabajos de matemáticas, física, biología, economía, lingüística y paleontología. Quizá se deba a que Borges, el supremo conciliador del lirismo con la precisión, hace de sus metáforas un reservorio de imágenes donde conviven la ciencia con la visión mágica del mundo. O a que detrás de los planteos científicos fundamentales hay un precepto de raíz borgeana: para entender algo del universo, primero hay que dudar de todo.
Mis ejemplos favoritos de irradiación de la literatura de Borges a la ciencia involucran laberintos. Uno es de la física y el otro, de la economía (sí, diré que la economía es una ciencia).
Herbert Simon, premio Nobel de Economía en 1978 por sus trabajos sobre la teoría de toma de decisiones, dedica un capítulo de su biografía a la gravitación de Borges en su obra. Para Simon, el laberinto es metáfora de la vida. En consecuencia, la resolución de problemas supone "la búsqueda a través de un vasto laberinto de posibilidades". En uno de sus trabajos técnicos de 1956, con entonación borgeana, dice Simon: "El espacio vital de un organismo no es una superficie continua, sino un sistema en ramificación, como un laberinto, donde cada punto de ramificación representa un punto de decisión". Años después, en una carta al escritor argentino donde le pide una entrevista personal en Buenos Aires, Simon, admirador de "La biblioteca de Babel" y de otro cuento icónico, "El jardín de senderos que se bifurcan", le escribe: "Usted concibe la vida como una búsqueda a través de un laberinto".
Borges se interesa mucho por las matemáticas, pero no venera la ciencia, y reemplaza el rol que otros autores asignan a la curiosidad científica por el humor, la ironía y, siempre, la duda. El resultado es una imaginación que transgrede los límites del conocimiento parcial y una ficción que invade la realidad.
En "El jardín...", el autor de El libro de arena se anticipa a una teoría de la física de un modo pasmosamente literal. De acuerdo con la teoría de la mecánica cuántica (junto con la relatividad, una de las teorías más revolucionarias del siglo XX), las partículas microscópicas tienen una llamativa ambivalencia: pueden estar simultáneamente en varios lugares y sólo pasan a estar en un lugar definido cuando se las observa (o se las mide) con algún detector del mundo macroscópico. La idea de estar en algún lugar implica una realidad objetiva que no existe en la teoría cuántica, según la cual la ubicación de la partícula, antes de la medición, está objetivamente indeterminada. En cualquier caso, la teoría (extensamente confirmada por el experimento) anticipa la probabilidad de encontrar la partícula en un lugar dado sólo luego de ser detectada.
Una explicación coherente para esto –aunque extravagante para muchos– es la llamada "Interpretación de los muchos mundos", una teoría que el físico Hugh Everett III publicó, con otro nombre, en 1957 (la expresión "muchos mundos" fue acuñada por Bryce DeWitt años después). Según esta teoría, en el momento mismo de la medición el universo se divide y se multiplica en varias copias, una por cada resultado posible. Sin embargo, el primero en concebir universos paralelos que se multiplican no fue Everett sino Borges en "El jardín...", publicado en 1942. Allí, el escritor propone un laberinto temporal en el que, cada vez que uno se enfrenta con varias alternativas, en vez de optar por una y eliminar otras, "opta –simultáneamente– por todas. Crea así diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan".
Las correspondencias entre el cuento de Borges y el trabajo de Everett llegan incluso a las metáforas botánicas, ya que Borges habla de un jardín de senderos y Everett, como Herbert Simon, de un árbol ramificado: la "trayectoria" de las configuraciones de la memoria de un observador que realiza una serie de mediciones no es una secuencia lineal sino un árbol que se ramifica, dice. Si uno pone los párrafos lado a lado, en el de Everett la ciencia suena a ficción y, en el de Borges, la ficción se lee como ciencia.
Hoy, los mundos paralelos son parte de la lengua franca de la ciencia ficción, pero Borges es el primero en formular esta alternativa al tiempo lineal, al menos la más aproximada a la teoría de Everett. En 1999 le pregunté a DeWitt (Everett ya había muerto) si tenían conocimiento de "El jardín..." cuando escribieron sus artículos. Me dijo que no, que se había enterado del cuento un año después gracias a la mediación de Lane Hughston, un físico de la Universidad de Oxford. En una compilación editada por DeWitt y publicada en 1973 hay una referencia a "El jardín...". Hay también una cita de William James, a quien Borges leyó por influjo paterno: "Las realidades parecen flotar en un mar de posibilidades más ancho que aquel de donde fueron escogidas, y en algún lugar, dice el indeterminismo, esas posibilidades existen y forman una parte de la verdad".
En 1971, la revista Primera Plana publicó el diálogo que Herbert Simon y Borges tuvieron en su despacho de la Biblioteca Nacional. Ante un Simon curioso por entender el origen y la lógica de los laberintos borgeanos, el escritor, fiel a los planteos fantásticos antes que a la búsqueda de respuestas, da una clave de la transmigración de su ficción a la realidad: "Cuando escribo no pienso en términos de enseñar. Pienso que mis historias, de algún modo, me son dadas y mi tarea es narrarlas. Tampoco busco connotaciones implícitas ni parto de ideas abstractas. No soy un cazador de símbolos".
Mi primer encuentro con este cúmulo de citas borgeanas fue en Thermal Physics, de Charles Kittel, un libro de texto que usábamos en el Instituto Balseiro en mis tiempos de estudiante de física. Kittel alude a "La biblioteca de Babel" como un "estudio literario-científico". En un encuentro circunstancial que tuve con Borges una mañana de julio de 1985, se lo comenté, y me dio una respuesta desconcertante que yo habría de repetir hasta el cansancio en conversaciones con mis colegas: "¡No me diga! Fíjese qué curioso, porque lo único que yo sé de física viene de mi padre, que me enseñó cómo funcionaba el barómetro".
Lo dijo con modestia oriental, moviendo las manos como si dibujara ese aparato en el aire. Y luego agregó: "¡Qué imaginativos son los físicos!".
© LA NACION
lanacionar